Nueva York. Una de las imágenes que han definido el asedio del Capitolio es la de un hombre colgando de un balcón del Senado. De negro y con un casco cubriéndole la cabeza, habría sido difícil de identificar aun cuando se detuvo para ocupar un asiento de cuero en la tarima de esa cámara y levantar el puño.
Pero Josiah Colt lo hizo fácil. Publicó un video en su página de Facebook momentos después, alardeando que fue el primero en llegar a la cámara y sentarse en la silla de Nancy Pelosi (estaba equivocado). Usó una grosería para describir a Pelosi y la llamó “una traidora”.
Poco después, el hombre de 34 años de Boise, Idaho, publicó otro mensaje. Esta vez sonó más ansioso: “No sé qué hacer”, dijo Colt en un video que borró poco después, pero no antes de que fuera capturado. “Estoy en el centro de Washington. Ahora estoy en todas las noticias”.
Colt estuvo lejos de ser el único que documentó la insurrección del pasado miércoles en la capital estadunidense. Muchos en la multitud que saqueó el Capitolio lo hicieron mientras transmitían en vivo, publicaban en Facebook y se tomaban selfies, convirtiendo el Capitolio en un teatro de propaganda de extrema derecha en tiempo real, y a menudo impresionantemente espantosa y violenta.
“Este círculo extremista se alimenta a sí mismo. La gente que está viendo y comentando, alentando y a veces dando algo de dinero está apoyando al individuo, y está apoyando sus fantasías”, dice Oren Segal, vicepresidente del Centro sobre Extremismo de la Liga Antidifamación (ADL, por sus siglas en inglés).
“La cultura del selfie –dice Segal– se ha vuelto parte de la norma al grado de que es casi automático cuando haces una insurrección terrorista”.
En conjunto, las varias transmisiones fragmentadas de esa incursión forman un cuadro de una insurrección mal concebida llena de poses “yo estuve aquí” para redes sociales como de revolución ideológica, que tuvo más libertad de acción que la mayoría de las manifestaciones pacíficas del movimiento Black Lives Matter en 2020. En cientos de imágenes se reveló la falacia de un tipo de “patriotismo” de derecha extrema.
El moderno Capitolio había sido sitiado sólo en la ficción de Hollywood: los extraterrestres depredadores en ¡Marcianos al ataque!, las hiedras enredadas en Fuga en el siglo XXIII, la explosión de Día de la independencia. Pero las imágenes del asedio de la semana pasada ofrecen algo más: un retorcido cine testimonial de extremismo de derecha con banderas confederadas y poses de poder blanco en los pasillos del Capitolio.
Aunque muchos de los involucrados del miércoles en Washington eran partidarios de Donald Trump que no tenían planes de violencia; las imágenes ilustran que algunos estaban ahí claramente para provocar caos y derramamiento de sangre. El llamado al Capitolio atrajo a muchas facciones de extrema derecha, algunas de las cuales ayudaron a liderar el ataque.
El nacionalista blanco Tim Gionet, conocido en Internet como Baked Alaska y un participante notorio en la marcha Unite the Right en Charlottesville, transmitió un en vivo desde las oficinas del Congreso, documentando alegremente la irrupción para más de 15 mil espectadores en la plataforma de streaming Dlive. El servicio, presumiblemente para jugadores de videojuegos, se ha convertido en herramienta para nacionalistas blancos debido a su carente modulación de contenido.
Algunos periodistas, mientras cubrían la incursión al Capitolio, eran atacados, pero la autodocumentación de los amotinados cuenta otra historia: el momento culminante de una realidad alternativa en línea alimentada por conspiraciones de QAnon y falsos alegatos de fraude en la elección y la propia retórica de Trump.
“En sus cabezas ellos tienen la impunidad. Me cuesta entender cómo estas personas pudieron creer eso”, dice Larry Rosenthal, presidente del Centro Berkeley para Estudios de Derecha y autor del libro de próxima publicación Empire of Resentment: Populism’s Toxic Embrace of Nationalism.
“Los van a enjuiciar”, dice de los involucrados. “Ellos proporcionaron la evidencia”.
Las autoridades federales han prometido realizar una investigación exhaustiva del ataque que dejó cinco muertos, incluido el oficial de la Policía del Capitolio Brian D. Sicknick. Se están apoyando en parte en las pistas que muchos dejaron en redes sociales. “La meta es identificar personas y atraparlas”, dijo Ken Kohl, fiscal federal en Washington, a reporteros el viernes.
Entre los arrestados hasta ahora están Richard Barnett, fotografiado sentado en la oficina de Pelosi con los pies sobre el escritorio, y Derrick Evans, republicano de Delaware recientemente electo que publicó videos de sí en redes sociales vociferando en la entrada del Capitolio: “¡Entramos! ¡Sigamos adelante, nena!”
Colt llegó al piso del Senado; fotografías indican que de hecho se sentó en la silla reservada para el vicepresidente Mike Pence, quien preside esa cámara. Colt emitió una disculpa suplicando perdón por su papel prominente. “En el momento pensé que estaba haciendo lo correcto”, dijo.
De extremista a mártir
Jessie Daniels, profesora de sociología en Hunter College, espera que muchas de las imágenes de la violación del Capitolio circulen en Internet como propaganda de extrema derecha.
La mujer que murió tratando de derrumbar una puerta del Capitolio, Ashli Babbitt, será considerada una mártir. “Va a estar en todos los carteles en un intento por radicalizar a la gente”, dice Daniels.
Para aquellos que han seguido e investigado cómo opera la extrema derecha en línea, las transmisiones en vivo de activistas conocidos como Gionet fueron especialmente reveladoras.
Gionet transmitió desde adentro del Capitolio, interactuando con sus seguidores en Dlive desde el lugar. Cuando el número de espectadores superó los 10 mil, vitoreó “¡Un saludo a Alemania!”
Megan Squire, profesora de computación en la Universidad de Elon que estudió Dlive, estima que Gionet recibió 2 mil dólares en donativos mientras estaba adentro del Capitolio.
“Él está recibiendo una gran cantidad de dinero al decir cosas increíblemente racistas, antisemitas y violentas”, dice Squire.
Seguir a neofascistas de una plataforma a otra, dicen algunos, es un juego inútil de nunca acabar. Daniels está en desacuerdo.
“Hay mucha evidencia de que suspender el acceso a personas dañinas en estas plataformas funciona –dice–. La respuesta negativa de la gente de tecnología es que es un juego inútil, que si no están ahí se irán a otro lado. Muy bien, juguemos un juego inútil. Saquémoslos de cada plataforma hasta que desaparezcan”.