En estos muy difíciles momentos de la batalla por el rumbo del país (accidentes y “accidentes”, presupuesto público insuficiente y acciones desesperadas de recorte –organismos públicos autónomos, entre ellos–, creciente atrincheramiento gubernamental en lo militar, retórica presidencial en ascenso confrontacional –el Tigre II–, asonada empresarial y opositora) pareciera irrelevante, casi sin sustancia, dedicarle líneas de análisis al Partido Revolucionario Institucional, su fama pública en cuanto a manejo de dinero público y privado, su “experiencia” y rentabilidad electoral.
Pero es importante ampliar la visión para tratar de entender lo que aceleradamente se va instalando. Aglomerados tantos factores en la precipitación de la crisis que los opositores al obradorismo pretenden inducir o cuando menos instalar como percepción mediática e internética, y echado para adelante el aparato de la llamada Cuarta Transformación (4T), con el Presidente de la República multiplicando retos, aceitando presupuestalmente los mecanismos de control asistencial y electoral y reinstalando en las élites que lo retan (no sólo la mexicana, sino también el mensaje de alerta con México al próximo equilibrista Biden) el recuerdo de que hay una base social disruptiva que necesita a la opción andresina como garantía de continuidad de un sistema en riesgo de explosión.
Y, en ese contexto, el PRI, sus élites, se mueven. A tal grado que, en una abierta aceptación pública de papel rector del dinosaurio, el de por sí ideológica y políticamente yermo intento llamado Va por México (PAN, PRI y PRD, más empresarios X) ha decidido entregarle al tricolor, partido añoso y de tan pésima fama, el manejo de las finanzas de sus campañas electorales del año en curso (conforme al convenio de coalición entregado al Instituto Federal Electoral).
Honor a quien honor merece: el proyecto variopinto que ofrece a México remontar los saldos actuales de la crisis que crearon esas mismas administraciones pripanistas entrega el control de sus dineros, la recaudación (uf, cuántas historias: tesorerías estatales, narco, pases de charola, chantajes), el uso (compra de votos, rebase de gastos, sapiencia falsificadora contable, pago de “estructuras” electorales no registradas: Monex por ejemplo) y el reporte técnico oficial (con el instituto y el tribunal electorales acomodados en su legalidad para que encajen sin problema los artificios documentales al estilo clásico priísta).
El detalle no es menor: discursos, proclamas, granjas de bots y aceleres del antiobradorismo claudiopartidista tienen un referente pragmático extremo: con dinero ahora gestionado y administrado por el PRI bailan la BOA (Bloque Opositor Amplio), el Frena (Frente Nacional Anti-AMLO) o Va por México (PRI, PAN, PRD y empresarios).
Los ex ocupantes priístas de Los Pinos que podrían ser juzgables, como Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto, tienen manera de financiar, operar, decidir. Gatopriísmo “opositor”: que todo cambie, proponen panistas y perredistas, con el tricolor moviendo y manejando la bolsa del dinero. ¿Cuántas acciones de provocación, desestabilización, sabotaje y confusión pueden provocar los grandísimos intereses de las élites priístas o priizadas para mantener sus privilegios?
En su entrega de este domingo, el columnista de El Universal Salvador García Soto ha publicado: “Claudio X. González juntó a un grupo de hombres de negocios, algunos de la CDMX y otros de Monterrey, que se comprometieron con los líderes del PRI y el PAN a que en aquellos distritos en donde haya ganado Morena en 2018 y en los que la suma de los tres partidos se le pueda ganar al partido oficial, los candidatos aliancistas recibirán 5 millones de pesos para apoyar su campaña”. Asimismo, “la estrategia que trazaron los aliancistas y los representantes de la iniciativa privada incluye una campaña intensa de golpeteo contra Morena y sus candidatos, además de cuestionamientos al gobierno de López Obrador”. ¡Hasta mañana!
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