Moscú. La intención del Kremlin de cobrar protagonismo en el espacio postsoviético –uno de los grandes desafíos que enfrenta en este 2021–, quedó de manifiesto este lunes, aquí primer día laboral del año, con la invitación del presidente Vladimir Putin a sus colegas gobernantes de Armenia, Nikol Pashinian, y de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, para venir a Moscú y evaluar, con Rusia como mediador, el cumplimiento de los acuerdos que pusieron fin a la guerra por Nagorno-Karabaj, territorio en disputa en el Cáucaso del sur.
El perdedor, Pashinian, humillado por la derrota militar, aceptó participar en la cumbre trilateral para, al margen de ésta, buscar el respaldo de Putin a su permanencia en el poder, cada vez más cuestionado por un creciente número de armenios que no aceptan entregar una parte considerable del enclave a Azerbaiyán. El presidente azerí, el vencedor, acudió gustoso a la cita para intentar sacar más de lo que ya consiguió en los campos de batalla.
Imposible saber el resultado de las pláticas paralelas a la cumbre que sostuvo Putin con sus huéspedes por separado, en particular qué concesiones obtuvo de Pashinian a cambio de su apoyo o qué ofreció a Aliyev para compensar el acercamiento de Azerbaiyán con Turquía, que preocupa al Kremlin, pero seguro tendremos indicios dentro de poco.
El mensaje que los participantes en la cumbre se esforzaron en mandar, frente a los reflectores, es que están cumpliendo lo pactado el 9 de noviembre anterior, o sea, reconocen las zonas que ocupaban en Nagorno-Karabaj los respectivos ejércitos el día del alto el fuego, están dispuestos a seguir el intercambio de prisioneros y a facilitar el retorno de los desplazados, entre otros puntos de la Declaración conjunta que selló la victoria de Azerbaiyán en el conflicto armado con Armenia.
Además, se comprometieron, en otro documento firmado este lunes, a desarrollar en la zona del conflicto la economía y la infraestructura de transportes, para lo cual estuvieron de acuerdo en crear un grupo trilateral de trabajo, copresidido por viceprimeros ministros de Rusia, Armenia y Azerbaiyán, que a su vez se reunirá antes del 30 de enero próximo con el propósito de definir la hoja de ruta de las medidas a tomar y que deberá darse a conocer el primero de marzo siguiente.
Kirguistán
Hoy mismo, Putin felicitó a Sadyr Dzhaparov, cuando todavía no concluía el conteo de votos, con motivo de su elección, el domingo anterior, como presidente de Kirguistán, con lo cual el titular del Kremlin dio un espaldarazo a la revuelta violenta que derrocó, en octubre de 2020, al presidente Soroonbai Zheenbekov, y sacó de la cárcel al flamante mandatario electo.
“Confío en que su gestión como jefe de Estado va a contribuir a robustecer todo el núcleo de nexos rusos-kirguisos. Esto sin duda se corresponde con los intereses medulares de nuestros pueblos amigos, apunta hacia fortalecer la estabilidad y la seguridad en Asia central”, subraya Putin en su telegrama a Dzhaparov, quien la víspera dio a entender que la relación con Rusia será prioridad para él y, por tanto, al menos en el corto plazo está garantizada la continuidad de la presencia militar rusa en la región.
La lucha de clanes en Kirguistán se saldó, además, con la instauración de un régimen autoritario mediante un referendo constitucional.
Esta maniobra del grupo que hace poco más de dos meses se impuso en Kirguistán, al cambiar el sistema de parlamentario a presidencialista, transfirió al Ejecutivo las facultades más importantes del Legislativo, que al volverse simple atributo de decoración reducirá su número de escaños de 120 a 90.
A partir de ahora, Dzhaparov será jefe de Estado y de Gobierno, podrá nombrar y destituir a quien quiera, presentar cualquier iniciativa de ley o endosar al llamado Kurultai, instancia consultiva supeditada al presidente, las decisiones menos populares.