La bonaerense Vlady Kociancich, una de las voces más prominentes de la literatura contemporánea argentina, es una escritora supersticiosa. No hay novela suya en la que no incluya al menos una palabra que haya utilizado Joseph Conrad, uno de sus autores favoritos, en una de sus obras.
“En cada libro, en cada novela –en los cuentos no–, hay una palabra de las obras de Conrad. Lo hago para que me dé suerte para salir adelante”, revela.
Sin embargo, lo que la autora no recordaba es que en su libro La octava maravilla, que a casi 40 años de su primera edición llega ahora a nuestro país, hubiera incluido casi íntegra la traducción que hizo al español del cuento “Con la soga al cuello”, del escritor polaco.
En videollamada desde Buenos Aires, Vlady Kociancich (1941) habla en entrevista con La Jornada a propósito de la publicación de esa novela, de 1982, la cual es la sexta del género que incluye en su catálogo la colección Vindictas, de la Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
La idea de esta publicación, de acuerdo con esa instancia universitaria, es reivindicar a la citada escritora, amiga de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar, quien se ha desempeñado asimismo como traductora y periodista.
“La colección Vindictas mantiene su compromiso de dar a conocer a escritoras latinoamericanas, olvidadas sin razón. Además, el lector podrá disfrutar el prólogo de Bioy Casares que acompañó la primera edición de la novela.”
Vlady Kociancich se dice muy honrada porque la universidad nacional haya publicado ahora en nuestro país La octava maravilla, la única novela que tiene del genero fantástico: “Desconocía que mis libros no llegaban a México, no sabía que el contrato con mi editorial marcaba que la distribución estaba limitada a América del Sur”.
Este libro –en el cual pone en juego a la realidad, el tiempo y el espacio– tiene para ella un significado especial, no sólo por ser el inicial de su carrera dentro de la novelística –antes había publicado uno de cuentos–, sino porque con él decidió dejar de lado el periodismo, que ejercía en una revista de viajes, para ser escritora de tiempo completo.
“Borges se preocupó porque dejaba mi trabajo y me dedicaría por entero a la literatura. Me dijo: ‘mire, todo el tiempo es en verdad peligroso’, pero le contesté que yo tenía dos novelas en la cabeza. Después me di cuenta de que el mundo está lleno de escritores que tienen novelas pensadas, la diferencia es que no las escriben”, cuenta.
“No me importaba nada, ni lo que me dijo Borges ni el miedo. Y me senté a escribir la que fue realmente mi primera novela, aunque publicada en 1984, Últimos días de William Shakespeare, que fue traducida al inglés, con mucho éxito.”
A decir de la autora, La octava maravilla fue una obra que nació con buena estrella, pues en el momento de su primera edición tuvo suerte de que no se le etiquetara como una autora que sólo escribe de temas que en esa época se consideraban femeninos.
“Hablamos de finales de los años 70 y principios de los 80. Ahora es otra cosa. Esa forma de pensar era una porquería, porque en Estados Unidos no existe el prejuicio de que un libro esté escrito por una mujer, pero todavía en mi país había estigmas y recelo. Tuve suerte; en el arte siempre es necesaria un poco de fortuna.”
De igual manera, considera que operó en su favor “no ser una persona normal. Por ejemplo, no me importó si al principio me rechazaban una novela, yo seguía escribiendo. No me veía como escritora: era sólo alguien en la literatura.
“Eso no quiere decir, por lo que me comentan, que haya dejado de ser femenina y buscado ser un varón encubierto tras las letras. No tengo nada de eso, y no soy muy diferente ahora de aquella escritora de hace 40 años. Mi identidad es escribir y, cuando no lo hago, estoy perdida en una irrealidad que me consterna.”