La primera semana del año nuevo dejó claro en Brasil que el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro permaneció igualito a lo que fue en 2020. Continúa negando la eficacia de las medidas adoptadas en el mundo frente a la pandemia, del confinamiento social al uso de cubrebocas, sigue dudando de las vacunas contra el virus y no dejó de provocar aglomeraciones de adeptos fanatizados por donde quiera que pase.
Mientras, el pasado jueves el total oficial de víctimas fatales de Covid-19 superó la cifra de 200 mil. Médicos e instituciones científicas, sin embargo, reiteran que se trata de un dato subestimado, por fallas en las notificaciones. En realidad, serían al menos 240 mil.
El viernes, el coronavirus mató mil 379 brasileños, casi 58 por hora.
Y el único movimiento del gobierno para implantar un plan nacional de vacunación consistió en determinar la fecha de entrega de toda su producción a los fabricantes de agujas y jeringas al Ministerio de Salud.
El argumento de la necesidad de crear un programa de distribución no convenció a nadie: quedó claro que se trató de otro paso más en la guerra política entre Bolsonaro y el gobernador de São Paulo, el ex aliado y ahora enemigo, João Doria.
La medida fue anulada por Ricardo Lewandovski, ministro del Supremo Tribunal Federal, máxima instancia de la justicia en el país, quien fue especialmente duro al afirmar que “la incuria del gobierno federal” no puede penalizar la eficacia del gobierno de São Paulo.
Se dice que “en los próximos días” se divulgará el esquema nacional de vacunación, pero no se sabe cuándo.
Mientras, algunas provincias están listas para empezar a vacunar a su población ahora mismo. Todo depende de la autorización de la agencia nacional de salud, dirigida por militares.
La militarización del mismo Ministerio de Salud refleja bien la complicidad de las fuerzas armadas con Bolsonaro.
Se prevé que, en última instancia, provincias y municipios recurran al Supremo Tribunal Federal para comenzar a vacunar, en caso de que se mantenga la inercia de los órganos nacionales de salud.
Y Jair Bolsonaro sigue igualito al del año pasado. En realidad, igual a lo que siempre fue: un negacionista, defensor de la dictadura y de torturadores, misógino, racista y homofóbico.
En la mesa del presidente de la Cámara de Diputados reposan al menos 54 pedidos de apertura de un juicio para destituir a Bolsonaro. ¿Por qué no fueron llevados adelante? No hay respuesta.
Juristas indican que Bolsonaro ha cometido docenas de actos que configuran lo que la ley determina como “crímenes de responsabilidad”. Y no pasa nada.
Luego de la invasión del Capitolio en Washington por seguidores fanatizados (e incentivados) por Donald Trump, su émulo tropical hizo el esperado comentario; reiteró que Joe Biden ganó gracias a una secuencia de fraudes y advirtió que si en 2022 sigue en Brasil la votación electrónica también habrá fraude y lo que ocurrirá será “mucho peor de lo que pasó en Estados Unidos”.
La reacción de políticos e integrantes del Supremo Tribunal Federal fue enérgica y dura. Jair Bolsonaro permaneció inmutable.
La verdad es que el mandatario brasileño continúa concentrado en pocas preocupaciones y urgencias.
Quiere mantener la fidelidad ciega de sus seguidores más duros. Otra prioridad es seguir hablando de forma directa a sus apoyadores en las fuerzas armadas, especialmente los de bajo rango. También favorece de manera nítida a las fuerzas policiales, en especial las policías militarizadas. Como a eso se suma la ampliación de la venta de armas, además del pleno respaldo de las llamadas “milicias” (pandillas de sediciosos que se esparcen por todo el país), Bolsonaro cree que podrá movilizar batallones en caso de que los diputados, finalmente, se decidan por abrir un juicio institucional.
Otra preocupación urgente del mandatario brasileño es proteger a sus tres hijos que actúan en la política, el senador Flavio, el diputado nacional Eduardo y el concejal en Río, Carlos.
Dos de ellos ya se encuentran bajo investigaciones policiales, acusados de malversar fondos públicos e integrar esquemas de corrupción. Eduardo podría ir por el mismo camino.
Ya fueron detectadas y confirmadas maniobras involucrando a funcionarios del sistema nacional de inteligencia para facilitar la defensa de Flavio, lo cual refuerza la preocupación del papá presidente por sus críos.
Pero nada parece suficientes para enjuiciarlo. Mientras, la pila de muertes provocadas por la desidia presidencial no cesa de crecer.