Los gimnasios son el epicentro del boxeo. Ahí nacen los futuros campeones y se dan cita para el trabajo cotidiano que determina sus carreras. También ahí, explica Rubén Oropeza, propietario del histórico gimnasio Pancho Rosales, en el centro de la Ciudad de México, se perciben los estragos de la pandemia de coronavirus al pugilismo.
No es para hablar de una generación perdida de boxeadores, pero Oropeza sí considera que enfrentan un reto sin precedentes en la historia de un oficio de por sí difícil.
“Hay una cantidad que no puede cuantificarse de boxeadores que llevan más de un año sin pelear”, expone Oropeza; “cancelaron casi todas las actividades y sólo los más conocidos que tienen el respaldo de las grandes promotoras han podido tener actividad, e incluso ellos han visto mermados sus ingresos”.
Oropeza advierte que esta situación orilla a algunos aspirantes al abandono de una posible carrera en el ring. Sin ofertas en puerta ni ingresos, han recurrido a otras salidas laborales.
“La vida útil de un boxeador es en promedio de 10 a 15 años, si a esa brevedad le restamos uno de lo que llevamos en pandemia, más lo que falta, pues ya estamos hablando de una pérdida muy importante en la productividad profesional”, resume.
A los peleadores, agrega el efecto negativo que esta ausencia de trabajo tiene sobre otros personajes en la órbita del boxeo. Entrenadores, manopleadores, espárrings y trabajadores de los gimnasios y sus propietarios, todos afectados en distinto grado.
“Los gimnasios hemos padecido seriamente, cerramos mucho tiempo y los gastos corren”, reconoce Oropeza; “pero a pesar de todo seguimos luchando por subsistir. Así es el boxeo”.