La música de Bach mueve voluntades, violonchelos, vigores y honores. La novedad discográfica del momento rinde honor a su voluntad de armonía con el vigor de lo más contemporáneo: el fascinante disco doble titulado Recomposed by Peter Gregson. Bach: The Cello Suites (Deutsche Grammophon).
Una sensación de gozo, alegría y plenitud nos inunda ante la escucha de esta grabación que data de hace unos meses a partir de una invención de más de 300 años.
Pertenecen al periodo en el que fue Kappellmeister de la corte del príncipe Leopoldo de Anhalt-Cöhten y su escritura oscila entre 1717 y 1723; en medio están sus Sonatas y Partitas para violín, cuyo manuscrito data de 1721, tres siglos.
En la entrega anterior, el Disquero celebró el 50 aniversario de la grabación de las Seis suites para violonchelo solo de Bach a cargo de Pierre Fournier. La conmemoración continúa por el aniversario 300 de esa obra referente de la cultura occidental.
La disquera alemana Deutsche Grammophon inició hace tres lustros una serie bajo el lema Recomposed by, consistente en comisionar a compositores jóvenes (ingleses y alemanes, en su mayoría) partituras basadas en grandes referentes del repertorio histórico.
La máxima joya hasta el momento era el disco del alemán Max Richter con Las cuatro estaciones de Vivaldi: una manera alucinante de retrabajar una obra por todos tan conocida pero bajo la mirada de la actualidad.
En su momento, el Disquero hizo notar las referencias, por ejemplo, a Led Zeppelin en el movimiento titulado Verano, de acuerdo con el testimonio del propio Max Richter, devoto declarado del baterista de ese grupo, John Bonham.
Aquel disco se vendió por millones y siguió gobernando el grupo de grabaciones, interesantes todas ellas salvo excepciones, como el proyecto Mahler de Matthew Herbert.
La nueva reina del rebaño se llama Recomposed by Peter Gregson. Bach. The Cello Suites.
Las razones de su supremacía son contundentes: se trata de obras originales, realizadas a partir de obras de un autor cuya característica central fue precisamente la originalidad, reconocimiento que en su época resultó estrepitoso, dadas las circunstancias que arrinconaban a la música a los servicios de servidumbre, decoración y desaburrimiento de los señores de lunar y de peluca entalcada.
La originalidad de las más de 500 páginas que escribió el joven compositor de 33 años nacido en Edimburgo, rinde frutos deliciosos. Son las Seis suites de Bach, cierto, pero no es un remedo ni un remiendo ni una selección de copy paste, como hizo Matthew Herbert con la sinfonía inconclusa de Mahler, la Décima.
La obra Recomposed de Peter Gregson vale por sí misma. Hay en ella amenidad, sentido del humor, misterio, emociones a granel. Justamente las cualidades que caracterizan a la música de Bach, Gregson las hace valer en una estrategia inteligente.
Son seis suites. Dado que Bach amaba la numerología, Gregson sigue el juego de los números: seis suites de seis movimientos cada una, resulta 36, dividido entre los seis violonchelistas que participan en la grabación de este disco, nos da seis.
El seis es el número mágico por antonomasia. El más poderoso. Es el número del amor. Es el número de lo fértil. El más generoso. El que da. El que resuelve.
Bach sabía que el número seis es el número perfecto.
Y Peter Gregson construye con el seis un paraíso.
Hay un elemento inimaginable en Bach para los escuchas desatentos: la repetición. Muchos se sorprenderían al poner atención y hallar muchos elementos que distinguen a la música de Philip Glass y de Steve Reich, por poner solamente dos ejemplos de músicos equivocadamente llamados, por analistas desatentos, “minimalistas”.
¿Bach minimalista? Para nada. Así como Glass y Reich tampoco lo son.
Sencillamente, la repetición está en el alma de lo que es natural. Los números naturales. La naturaleza.
Ese elemento, la repetición, lo entiende con maestría Peter Gregson y así inicia su partitura Recomposed: toma la primera frase del Preludio de la Primera suite de Bach en un fluir repetitivo cuyas variantes resultan infinitas. Si ponemos atención, la frase nunca se repite, simplemente obedece a una lógica matemática, igualito como hacía Bach.
Lo único que hace Gregson es subrayar la naturaleza de la repetición para formar lo que los físico-matemáticos denominan continuo para referirse a longitudes de onda cuyo fluido es armonioso, como la música de Bach, como la luz. A diferencia de la física cuántica, que utiliza “cuantos” en lugar de un “continuo”.
Y ya que dijimos matemáticas, mencionemos la aplicación moderna de lo que hizo Bach en su época: posar la ciencia en las partituras: en el caso de Peter Gregson, la utilización de los famosos sintetizadores pero en un sentido incluso superior al que hizo su colega Max Richter; es decir, los usa como lo que son, instrumentos musicales, y no como artefactos para fabricar “efectos especiales”.
Y de hecho, Gregson recurre a sintes considerados vintage, para los exquisitos, o demodées para los exagerados.
Este es el arsenal tecnológico de Gregson: sintetizadores Juno-60, Jupiter-4, Moog Voyager y un DFAM drum synth. Sintetizadores analógicos, lo cual distingue su resultado sonoro: en armonía con los seis violonchelos que intervienen en el álbum.
Ah, en lugar de efectos especiales, Gregson también sigue la estrategia de Bach, quien pasaba horas y horas en las iglesias realizando improvisaciones en el órgano monumental del recinto, cuyo sonido se multiplicaba, alargaba, expandía, de acuerdo con la curvatura de los domos, cúpulas, columnas, recovecos mil de aquellas catedrales.
Los efectos espaciales, que no especiales, de Gregson, siguiendo a Bach, consisten en colocarse él y sus cinco compañeros violonchelistas lo más separados posible en el recinto donde grabaron, donde, por cierto, hay un órgano monumental y también varias galerías, en las que se aislaron los instrumentistas entre sí.
El sentido del humor está también presente en la obra de Peter Gregson y, por supuesto, que es otro de los elementos que distinguen a la música de Bach, pero como se tiene de él una imagen de monumento, solamente quienes estén dispuestos a abrir bien los oídos y el corazón gozarán de las mil sonrisas que pueblan las obras de Bach.
El procedimiento que siguió Gregson es el siguiente: poner bajo el microscopio la partitura pero no en su bidimensionalidad, como si fuera un óleo de Rembrandt, sino en su tridimensionalidad, como una escultura de Brancusi.
De manera que, explica el compositor, “si volteas, si giras en torno de la obra, podrás observarla desde ángulos diferentes, con cascadas de luz siempre nuevas y percibirás entonces las texturas, y observas cómo nuevas formas, nuevas sombras, nuevos contornos aparecen; nuevos laberintos y senderos que fluyen con las melodías y las armonías”.
Bach es el gran maestro de la armonía, ese elemento definitivo en su monumental arte musical (la melodía y el ritmo son de eficacia probada en casi todo el resto de los compositores, no así tan fácilmente, o al menos esa apariencia da, como en Bach).
Los compañeros de viaje de Peter Gregson para grabar su obra basada en Bach son los violonchelistas Richard Harwood, Reinoud Ford, Tim Lowe, Ben Chappell y Katherine Jenkinson.
Ana Magdalena Bach escribió en la partitura original: “Violoncello solo senza basso”. El concepto de bajo continuo obedece a las leyes de la física y las matemáticas, de ahí, de hecho, su apellido: continuo. Y eso también lo comprendió a la perfección Peter Gregson y creó un flujo de sonido, un continuo, con su juego de sintetizadores analógicos.
El resultado es fascinante. De entre el repertorio de sus sintes, podemos reconocer con facilidad el sintetizador Moog, pero también notamos los andamios que construye con el Juno-60, los entramados que teje con el Jupiter-4 y los rebotes de esferas del DFAM drum synth.
Esferas, dijimos.
En la era de Bach, la música de las esferas era concepto dominante: la fusión exacta entre ciencia y arte. Entre la poesía y la danza. Entre el amor y los sueños. Eso, y no otra cosa, son las Seis suites para violonchelo solo de Bach.
Parafraseemos, en celebración y agradecimiento, al propio Bach en el título de su Cantata 29: