La envidia: corrupción.
En uno de sus ensayos, María Zambrano cita, a manera de epígrafe, un pensamiento de Miguel de Unamuno: “La envidia es la primera forma de parentesco. La envidia es, en efecto, un antiquísimo mal que envenena el alma humana, una grave y contagiosa enfermedad moral”.
La palabra envidia procede etimológicamente de invidere, que significa “no ver”, porque el que envidia no puede ver al otro en el mundo real en el que se encuentra, sino sólo en el infierno interior en que lo ha colocado.
Otra característica de la envidia es que siempre posee una ilimitada fuerza destructiva, que se alimenta a sí misma por tiempo indefinido y que se dirige tanto hacia el envidioso que la genera como hacia su destinatario.
La envidia, que en los políticos se manifiesta como avidez por el poder, es, en realidad, una fuerza que contribuye al rezago y a la descomposición sociales. El pueblo de Estados Unidos ha vuelto a expresar que está harto y que quiere salvarse de la envidia que se ha apoderado del escenario político.
Ella sabía que “la envidia es la visión en un espejo que no nos devuelve la imagen que nuestra vida necesita. Sólo al verme en otro me veo en realidad, sólo en el espejo de otra vida semejante a la mía adquiero certidumbre de mi realidad”.
La pensadora española escribió una vez que la “vida es corruptibilidad, sólo lo vivo puede corromperse”; en contraposición hablaba del cristal, como “una isla que despierta en el alma un ensueño y un recuerdo, que corresponde a ese anhelo humano de lo incorruptible. El cristal, al mostrar su interior, crea esa ilusión de una interioridad incorruptible, pura luz que no encuentra obstáculo a vencer y, con ello, la de una vida pura”.
Mucho se habla en nuestros días de “transparencia”, pero, ¿cuándo la política mexicana será realmente un cristal que nos permita ver al mismo tiempo fuera y dentro?
“Ver algo opaco es detenerse forzosamente en la superficie”, decía María Zambrano. Los recientes sucesos en el ámbito nacional (corrupción y desvergüenza que bajan en cascada hasta los estratos sociales más bajos) son acontecimientos opacos que no permiten ver el alma limpia del quehacer político.