Cherchez la femme (¡busque a la mujer!) es una receta inventada por Alejandro Dumas, a mediados del siglo XIX, pero que pronto se convirtió en una fórmula socorrida de todo el género de literatura policial. El origen de todo crimen estaría en la seducción de alguna mujer, por lo cual, si se quiere descubrir el resorte de un delito, será preciso “buscar a la mujer”.
La idea de que la mujer es la raíz de todo crimen está arraigada en nuestros mitos. La cosmogonía que más ha influido en la historia de Occidente coloca a Eva en el origen mismo del pecado. Nuestra escritora Carmen Boullosa ha puesto su dedo en esta llaga en su más reciente novela, donde ofrece una interpretación alternativa de la historia desde la mirada de Eva, ya no como un personaje silencioso que debe ser “encontrado”, acusado y enjuiciado ( ¡cherchez la femme!), sino como una persona que mira y atestigua, que busca y escribe, y que juzga y enjuicia.
Vistas las cosas así, en el México actual el precepto de “buscar a la mujer” tendría que significar otra cosa, algo distinto del acto de procurar la seducción y el deseo como el móvil de todo crimen. Además, los personajes típicos de la novela policial ni siquiera existen aquí; en México la policía no investiga, y por eso los policías se prestan más a la picaresca o quizá a la novela negra que a la policiaca más clásica.
Aquí, la policía ni siquiera alcanza a hacer el papel –poco halagüeño– del oficioso inspector Lestrade, con sus indagaciones pedestres, obsesionado siempre por pistas tan elementales como engañosas, pero cuya presencia y apoyo es finalmente indispensable para que su rival, el aristocrático Sherlock Holmes, descubra los verdaderos resortes del crimen y se haga justicia. La falta de una figura así importa, finalmente, porque si el obtuso policía Lestrade resultaba ser incapaz de desentrañar los misterios más recónditos del mal, era cuando menos perfectamente capaz de cuidar la escena de un crimen, entrevistar testigos, atrapar culpables y presentar evidencias en la corte. El policía de la novela policiaca clásica era un sicólogo rudimentario, pero era también un servidor público eficaz.
En México, ¿cuánto daríamos a cambio de que nuestra policía estuviera al mando de inspectores así? Aquí no hay investigaciones de oficio, ni escrúpulos para preservar evidencias, ni se componen rigurosamente las carpetas de investigación, ni se procesa en tiempo y forma a los culpables. Nada de eso. Y las personas que sí investigan, como los colectivos de familiares de desaparecidos, por ejemplo, o los periodistas que se comprometen con descubrir la verdad, no cuentan con el Estado sino, en el mejor de los casos, con un “socio” ambivalente y siempre ineficaz.
Por estas y otras razones, en México la prescripción misógina de “buscar a la mujer” no conduce a los vericuetos predilectos de un Connan Doyle, un Maigret o una Agatha Christie, o sea al descubrimiento de crímenes movidos por amantes y seducciones, sino a la búsqueda de víctimas que están siendo sistemáticamente ignoradas por la justicia. Aquí, buscar a la mujer es encontrar el rastro de algún desaparecido y cherchez la femme se convierte en un mandamiento que ya no forma parte del repertorio del género policiaco, sino en un mandato que impele a incursionar en el horror de un crimen que sabemos que existe, pero que no ha sido confirmado o descubierto. Hoy, “buscar a la mujer” ya no conlleva a buscar el deseo que estaría en la raíz de todo crimen, más bien significa estar dispuesto a encontrar el verdadero crimen y estar preparado para encontrar las injusticias más fundamentales.
Cuando digo que en México cherchez la femme significa buscar un crimen, o algo oculto o un “desaparecido”, podría parecer que pienso que el asesinato de una mujer es peor o más importante que el de un hombre. Pero no es eso lo que quiero decir, sino otra cosa. La opresión de la mujer es el fundamento de todas las jerarquías que conocemos. El campesino llega a su casa descorazonado por sus deudas, exige a su mujer que caliente bien las tortillas; y el trabajador hace lo mismo. Para que el poder relumbre, el político se rodea del revoloteo constante de secretarias y edecanes (todas ellas “de excelente presentación”), y para demostrar su fuerza vital, el viejo busca amantes jóvenes. No hay nada que apacigüe más a un “don nadie” que ser adulado públicamente por una mujer.
Hoy día, el viejo precepto de Dumas de cherchez la femme vale, pero ya no en su sentido misógino original, ni como un axioma que sirve para encontrar el motivo de todos los crímenes; hoy, “buscar a la mujer” es la pista que hay que perseguir para descubrir al crimen mismo.