Los muros de las 256 escuelas normales públicas del país son una galería viva. Grandes pintores como David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Jorge González Camarena y José Hernández Delgadillo comparten allí paredes de auditorios, aulas, dormitorios y bardas con decenas de colectivos artísticos anónimos.
En las instituciones formadoras de maestros hay centenares de murales. A través de ellos, los alumnos conviven lo mismo con una visión de la historia del país y de la humanidad, que con el santoral laico de los héroes que habitan el imaginario magisterial. Gracias a las representaciones estampadas en esos edificios, los muchachos (y sus maestros) alimentan las señas de su identidad normalista.
Las paredes de las normales hablan. Sus narraciones cuentan los afanes emancipatorios asociados a la profesión docente. Testimonian la inclaudicable resistencia estudiantil. Rinden homenaje a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Alertan del peligro de que cualquier otro joven pueda convertirse en el 44.
Pero, también, como parte de dos proyectos culturales en pugna, hay muros que relatan otras historias. Pinturas que, más allá de su calidad estética, cortejan al poder, exaltan el más rancio nacionalismo y mistifican el pasado. Creaciones que diluyen el espíritu crítico de la educación alternativa y desaparecen la memoria militante del normalismo.
La Secretaría de Educación Pública (SEP) acaba de editar un hermoso y necesario libro lleno de bellas imágenes, que busca recuperar el muralismo en las escuelas normales. Se titula Los Normurales. Un grito de resistencia y color por la memoria (https://bit.ly/38ehVxt). Desafortunadamente, la publicación dejó fuera una parte muy importante de lo que las paredes de estas escuelas gritan. Casi no aparecen allí ni la iconografía ni el ideario del normalismo militante; se omitió buena parte de la tradición pictográfica estudiantil.
Las paredes de muchas escuelas formadoras de maestros están llenas de imágenes de Ernesto Che Guevara, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Arturo Gámiz, Carlos Marx, Vladimir I. Lenin, Misael Núñez Acosta y del movimiento zapatista. No son pocas las que reproducen escenas de represión contra el movimiento estudiantil. Sin embargo, Los Normurales prácticamente ocultó esas representaciones.
Es como si a la hora de publicar un libro sobre muralismo mexicano se despareciera a Marx, Bakunin, Proudhon, Flores Magón y Esteban Baca Calderón de la obra de Siqueiros en el Castillo de Chaputepec, titulada Del porfirismo a la Revolución. O como si se borrara a Lenin llamando a la cohesión del proletariado mundial unificado, acompañado de Marx, Engels, Bertram Wolfe y Trostky, del que Rivera pintó en 1934 en el Palacio de Bellas Artes, con el nombre de El hombre en la encrucijada...
Los Normurales tiene un directorio de 39 personas (sólo ocho de ellas mujeres), todos funcionarios públicos. Comienza con el presidente Andrés Manuel López Obrador y termina con el jefe de Departamento de Escuelas Normales de Zacatecas. Su prólogo está firmado por Mario Chávez Campos y Julio César Leyva Ruiz.
Aunque esto no se aclara en el libro, según el primer prologuista, se trata de una obra colectiva. “Cada escuela normal mandó sus fotografías y textos”, explicó en un tuit. Es decir, el resultado final es un amasijo casi sin editar, elaborado a partir de los criterios de los funcionarios públicos del sector educativo. Es decir, una versión de la historia y del normalismo que nada envidia a las elaboradas por el más rancio oficialismo priísta. Más de la mitad de las normales rurales (una incubadora formidable de murales) no fueron incluidas.
El médico y novelista Mario Chávez Campos, quien defendió los contenidos de la publicación en redes sociales ante el alud de críticas que se hicieron, es titular de la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación. Curiosamente, tenía ese mismo cargo cuando Aurelio Nuño era secretario de Educación y emprendió su furiosa ofensiva contra el normalismo. Es un misterio cómo el encargado de operar el desmantelamiento de las normales públicas del país durante el gobierno de Peña Nieto continúa hoy en el mismo cargo, con una administración que afirma defender lo contrario.
Los textos incluidos en Los Normurales son muy desiguales. Al lado de unos pocos buenos ensayos sobre artistas, abundan otros que parecen reportes sacados de una solicitud de empleo. De un pintor clave en el muralismo normalista como José Hernández Delgadillo (del que existe un libro extraordinario, compilado por su hijo Francisco Hernández Zamora) se incluyeron apenas unas 100 palabras, que ignoran su abierto compromiso con las luchas populares, su negativa a conectar su arte “con el cordón umblical del capital”, su participación en el grupo Arte Colectivo en Acción o su militancia maoista. En cambio, se resalta que fue precandidato a la Presidencia de la República por el PMS.
Ahogado el niño, se quiere tapar el pozo. En Twitter, Mario Chávez anunció que la idea “es reconstruir el libro digital”, incorporando nuevas imágenes. Si los editores hubieran tenido una intención democrática respecto a la obra, lo habrían planeado así desde un inicio. No lo hicieron. Salvo para tratar de atenuar las críticas, parchar el libro con nuevas imágenes u otros textos no resuelve nada. El problema es de fondo. La obra mutila el muralismo normalista, borra elementos básicos de su memoria histórica, mella su filo subversivo. Ningún remiendo de último minuto soluciona su sesgo.
Twitter: @lhan55