El consenso fue absoluto: todos queríamos que 2020 terminara. Al igual que en 1985 o 1994, este año se hizo interminable por el dolor y la incertidumbre provocada por la pandemia de Covid-19. 2020 cierra también una década marcada por dos variables que han marcado el siglo XXI: el acelerado, exponencial, desarrollo tecnológico y la influencia digital en la vida cotidiana, y la emergencia de regionalismos y reacciones a la globalización. El mejor ejemplo de ello es que la década arranca con la implementación del Brexit en Inglaterra, síntoma de los factores antes descritos en total sincronía, penetración digital en la política y banderas regionales o nacionales por encima de la idea de una aldea global.
La derrota de Donald Trump en las urnas es un revés –el primer revés relevante– de la marcha poderosa de los regionalismos, pero no es el final de la historia. El desarrollo y democratización de tecnología seguirá y se intensificará a lo largo de esta nueva década a niveles superiores de los de finales del siglo XIX, cuando las bombillas pasaron de iluminar exclusivas avenidas a entenderse como un elemento estándar de una casa o una llamada telefónica que rompió para siempre el paradigma de la distancia y el tiempo. En nuestro caso, la herramienta es la del smartphone, utensilio que abre la puerta a nuevos contenidos y plataformas, pero que también incide en la forma en la que se hace política, nos comunicamos e, incluso, en el lenguaje y la cultura.
En ese mundo, que ya giraba a toda velocidad, la pandemia ha incrementado la velocidad y profundidad de los cambios. Pienso en la educación a distancia, en el trabajo desde casa, en los modelos de convivencia social, en la movilidad urbana, en el turismo y en tantas cosas más que cambiaron para siempre en los últimos meses. Antes del Covid había un pronóstico desgarrador que establecía que la mitad de los empleos actuales no existirían para 2025 y que la mitad de los empleos posteriores a ese año aún no habían sido concebidos. 2020 ha sido sin duda un gran catalizador de los cambios que se habían pronosticado.
Desde la perspectiva pública y presupuestal, este nuevo contexto presenta un reto monumental. Llevamos décadas apostando a un modelo de salud pública con un enfoque preventivo para abatir los enormes costos que genera atender los padecimientos de enfermedades crónico-degenerativas de manera tardía. La pandemia no ha borrado ese reto financiero –al que hay que añadir una mayor esperanza de vida con pensiones insuficientes–, pero ha volcado la infraestructura sanitaria a atender lo inmediato. Esa lógica cambia prioridades y presupuestos. Prevenir lo posible y resolver lo necesario será la tónica de los próximos años dados los retos que impone el virus que hemos conocido este año y los que desafortunadamente deberemos conocer en el futuro.
En esa línea, debe decirse que la vacuna (la capacidad de reacción de los investigadores de la industria farmacéutica es de reconocerse) no solamente ha sido un antídoto efectivo contra el nuevo coronavirus, sino contra el pánico en los mercados financieros y la desesperanza social. La sola idea de contar con una vacuna que atempere los efectos catastróficos de un virus pone esperanza sobre la mesa e ilumina un poco el sombrío futuro. Imaginemos lo que hubiera sido el año en términos financieros sin el factor de la información sobre el desarrollo de la vacuna anti-Covid. “El principio del fin de la pandemia”, como lo describió el canciller Marcelo Ebrard, también significa una inyección de certidumbre a los mercados y, con ello, una luz de estabilidad a todas las economías del mundo.
Si la irrupción definitiva de las herramientas digitales y los regionalismos políticos marcaron la década 2010-2020, ojalá que la capacidad de reacción y responsabilidad social frente a fenómenos como la pandemia de Covid-19 marquen la década 2020-2030. Si algo aprendimos del año que terminó es que el caos, el miedo, la invisibilidad y omnipresencia de la muerte no son ciencia ficción; tampoco la capacidad que tenemos los seres humanos para superar adversidades y poder aspirar a alcanzar la felicidad.