Para efectos prácticos empieza el segundo año de la pandemia. El escenario es complicado y, también, confuso. Primeramente, se registra un aumento del número de los contagios y fallecimientos en muchas partes, con lo que se sigue presionando a los sistemas de salud, que han sido vapuleados durante muchos meses ya. La cuestión práctica de aplicar la vacuna debe atenderse con cuidado, pues el proceso representa un gran esfuerzo de organización, orden y consistencia.
Por otra, se siguen afectando negativamente las condiciones económicas de una parte significativa de la población, de muchas empresas y gobiernos. Las ayudas públicas son insuficientes, la magnitud de la recesión podrá aminorarse, pero será larga y la recuperación, en general, más difícil de conseguir en cuanto a su articulación y más inequitativa.
Si esto es así, es previsible que se vuelva necesariamente al discurso y las medidas dirigidas al combate contra la pobreza, como una parte definitiva de las condiciones de la desigualdad, que se han puesto al frente del debate sobre la sociedad en los años recientes. La pandemia no altera el sentido de esa condición, pero si que modifica su expresión y la manera en que habrá que atender las necesidades sociales.
Esto exigirá un replanteamiento político que hoy, por las condiciones reinantes, es difícil de prever en cuanto a su estructura y su aplicación dadas las nuevas formas de fricción que se han generado en los años recientes y agravados por la pandemia y sus secuelas.
En el extremo eminentemente financiero, el Covid-19 ha acrecentado la desigualdad, sobre todo por las ganancias extraordinarias registradas en los mercados en el curso del año que recién terminó. En diciembre pasado los precios de ciertas acciones alcanzaron sus niveles históricos más altos. Los índices Dow Jones y S&P 500 cerraron el año con récord. En el segundo caso, el último bimestre de 2020 el aumento en la cotización del índice fue 14.7 por ciento. Las ganancias marcaron también los índices en Corea del Sur, Japón y Shanghai.
Las empresas de tecnología tuvieron una fuerte revaluación en el precio de sus acciones. En al caso de Amazon, la acción se cotizó a mediados de marzo pasado en mil 689 dólares (usd), el 2 de septiembre alcanzó su precio más alto de 3 mil 531 usd y el 31 de diciembre cerró en 3 mil 256 usd. Facebook costaba 146 usd en marzo y 273 a fin de año; Alphabet (Google) mil 72 y mil 751 usd, respectivamente. Una empresa como Zoo, encontró el espacio ideal para su crecimiento y el valor de la compañía aumentó y se cifra en alrededor de 100 mil millones de dólares.
Éstos son sólo ejemplos de empresas que, de alguna manera, se encontraron en un lugar llamémoslo privilegiado durante la pandemia. Pero ocurre, también, que las condiciones económicas que se han ido creando en los años recientes, han dado pie a una situación conocida como de “estancamiento secular”. Esto se asocia con la combinación de medidas fiscales y monetarias en las principales economías del mundo, aplicadas luego de la crisis financiera de 2008.
La manera en que se expresaría la situación es la existencia de un exceso de ahorro que, dicho de modo simple, es que los grandes capitales, incluyendo a los inversionistas institucionales (como lo enormes fondos de pensiones) no encuentran los negocios en los que invertir para obtener la rentabilidad esperada.
Una consecuencia es que, en general, el crecimiento en la valorización de los mercados accionarios más importantes se sustente en decisiones de índole especulativa, lo que en efecto previene el destino de los recursos a la inversión productiva y la generación de mayor empleo y remuneración salarial y hasta de ingresos para los gobiernos.
Señalo sólo dos casos llamativos y, también, diversos. La empresa Tesla que fabrica autos eléctricos revalorizó su acción 743 por ciento en 2020. Bitcoin, por su parte, lo hizo 300 por ciento. En cuanto a los llamados “commodities” (materias primas), el oro subió de precio 24.6 por ciento, la plata 47.7, el gas natural 16 y el petróleo crudo cayó -20.5 por ciento
Bitcoin, que salta en las noticias diariamente por el impresionante aumento reciente de su precio, tiene rasgos específicos como instrumento financiero y está en un proceso de cambio impulsado por la participación de inversores institucionales y bancos. Aunque aún prevalecen condiciones de volatilidad y una tensión con las monedas nacionales respaldadas por los gobiernos, puede haber un cambio significativo en su papel como medio de pago y, sobre todo, de reserva de valor.
Es en este tipo de fenómenos, que constituyen apenas una parte del complejo entramado de las relaciones sociales derivadas del funcionamiento de los mercados y de las regulaciones gubernamentales, donde hay que fijar buena parte de la atención en torno de la naturaleza y las repercusiones del binomio que forman la desigualdad y la pobreza.
Ahí está nuevamente un muy relevante espacio de la disputa política y de la gestión de las políticas públicas y hasta de la conformación de los espacios nacionales. Esto tiene tonos genéricos en el mercado global y que se irán modificando, pero también otros muy distintos por países o zonas geográficas.