La pandemia de Covid-19 orilló a los artistas a repensar “el poder que tiene el arte para subsistir y salir adelante en los momento más adversos”, resume la reconocida compositora y académica Gabriela Ortiz, quien explica a La Jornada, en paralelo con otros creadores, la influencia de la emergencia sanitaria en su obra.
Afirma que la pandemia afectó en dos ámbitos: lo emocional y lo cotidiano. “A todos nos ha pegado y nos ha puesto en un remolino de reflexión y de entender que la Tierra nos quiere decir algo mucho más profundo, de lo cual tenemos que salir de manera colectiva. Esta parte anímica me afectó y me puso a pensar muchísimo”.
En cuanto a la cotidianidad, “no me afectó tanto, porque trabajo mucho en casa y en soledad. En esa parte de estar en casa no cambió demasiado. Aunque sí dejé de ir a la Facultad de Música (de la Universidad Nacional Autónoma de México-UNAM), donde soy maestra de tiempo completo”.
El estudio exploratorio Para conocer el impacto del Covid-19 en las personas que trabajan en el sector cultural de México, realizado por la UNAM en mayo pasado, sostiene que sólo dos de cada 10 artistas reciben una retribución permanente. Una cantidad similar es asalariado con actividad freelance. En tanto, más de la mitad son totalmente independientes.
De los encuestados por la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM, más de 10 por ciento se definieron empleados en las siguientes áreas: autoempleo, institución gubernamental de arte y cultura, institución educativa e institución cultural o artística independiente.
Influencia de la crisis
Ortiz relata que aunque algunos de los conciertos para los que trabajaba se cancelaron, surgieron “cosas interesantes”, como estrenos en la serie Sound / Stage, de la Filarmónica de Los Ángeles y la grabación de una pieza escrita por ella interpretada por la Sinfónica de Houston.
Sobre la influencia de la emergencia sanitaria en su obra, relata que en marzo tenía avanzado un concierto para piano encargado de la Orquesta Nacional de Bretaña, en Francia. “Estaba emocionada por un estreno así. Se vino el confinamiento y tuve que parar. Estuve repensando dos semanas qué estaba pasando, dónde estábamos. Con muy poca concentración, además, para componer.
“Esto incidió muchísimo en el aspecto formal de la pieza. Me puse a pensar en la fuerza de la música y en el poder que tiene el arte para subsistir y salir adelante en los momento más adversos y cómo es que otros creadores han enfrentado eso. Piensas en Olivier Messiaen, quien escribió el Cuarteto para el fin de los tiempos, una de sus mejores piezas de su obra, la cual escribió en un momento adverso: estaba en un campo de concentración.
“Esto me hizo reflexionar en cómo en culturas de Oriente los mantras tienen este poder curativo a través de la repetición musical, o los mandalas. Influyeron en la estructura del concierto al grado de que tiene dos partes muy claras: Mandala y Mantras. Aunque yo estaba trabajando el tema de los fractales en la naturaleza. Tuve que pensar y reflexionar, y no fui ajena a lo que estaba pasando.”
Menciona que su apreciación del arte se ha vuelto más intensa. “Para mí, escribir música es casi una necesidad vital que me ha acompañado durante muchísimos años, pero creo que ahora sí es más intenso, porque me doy cuenta otra vez de la fragilidad en la que estamos como especie, y como tengo tantas ganas de hacer tantas cosas, y quiero decir tantas cosas, que realmente me quiero apurar”.
Hace hincapié en que “las artes escénicas son un todo. Un coreógrafo necesita de los bailarines y un teatro para que suceda; quien hace música de cámara con quién la hace, dónde, para quién. Está paralizado. Eso es terrible. Puedo seguir componiendo, pero para que esto cobre vida necesito el contexto de la música en vivo, de los chicos que lo puedan interpretar y un lugar donde se pueda presentar.
La narradora y editora Cristina Liceaga menciona que la pandemia nos deja ver “la fragilidad de la vida y cómo ésta puede cambiar de repente. Últimamente, se han hecho muchos concursos sobre la emergencia sanitaria. Me invitaron a uno sobre poesía. Lo que más notaba era esta fragilidad, este sentirse nadie ante la enfermedad, esta incapacidad de poder hacer algo.
“Para mí, escribir es el mejor sicólogo. Gracias a la literatura saco todo lo que tengo. Todos mis traumas, tristeza. Siempre he dicho que no puedo escribir sin que nada me esté doliendo. Acaba de morir mi papá por Covid-19 y ahorita ya estoy empezando a escribir sobre eso. Sacas todo.”
Para el ensayista y director de teatro David Olguín, la pandemia bloqueó la tribuna de expresión natural de su disciplina, “que requiere del colectivo, de los otros, del espectador, que se ha hecho como arte de la presencia. La primera salida se ha encontrado a través de los medios digitales, una medida positiva, aunque no sustitutiva de la presencia.
“Un camino menos recorrido, y que tomará más tiempo, es el de una especie de independencia real de las artes escénicas para empezar a conformar un lenguaje diferente. Eso es algo que no hemos logrado y la veo como una posibilidad muy interesante. Hay un optimismo ingenuo en volverse exclusionistas y decir que lo digital es inválido, y, por otro lado pretender que porque existe esa vía, lo presencial no es lo esencial y privativo de las artes escénicas. Es una pugna falsa.”
El estudio de la UNAM señala que en la pandemia el promedio de ingreso económico de los artistas por sus actividades en línea estribó en casi un tercio; aunque sólo uno y medio de cada 10 creadores recibe entre 90 por ciento y la totalidad de sus remuneraciones por sus actividades digitales.
De la totalidad de los encuestados, casi la mitad sostuvieron que están totalmente de acuerdo o de acuerdo en que “fue difícil convertir su práctica creativa en un espacio virtual”. Más de la mitad manifestaron estar muy de acuerdo o de acuerdo en continuar sus actividades en línea cuando se acabe la pandemia.
Destaca: “Hay una urgencia en este momento: el teatro, en momentos de gran emergencia, como en conflagraciones, guerras civiles y demás, se volvió una especie de faro, de elemento para discernir realidades, meter reflexión y también una especie de parámetro moral, me atrevería a usar la palabra.
“Vivimos un momento de enorme confusión en muchos sentidos; que el teatro no tenga la penetración masiva que poseen otros medios no le quita el poder de convocar con algo de heroicidad, su valor de recordarnos ser humanos, de que lo nuestro es la comunidad, el encuentro y que volveremos a los abrazos, a reunirnos.”
David Olguín concluye: “Vamos a trabajar para poca gente, pero esos pocos que respondieron al llamado, pues es algo extraordinario. Es necesario volver a preguntas esenciales a propósito de la vida y su valor, de los encuentros, de las circunstancias políticas que nos rodean; tratar de entender, de echar luz en ese sentido, así sea a la poca gente que se congregue”.