Salga de la Basílica de la Natividad de Belén, cruce la plaza del Pesebre, camine por la calle Estrella y llegará a una parte de la ciudad donde pocos peregrinos se aventuran.
Detrás de una discreta placa que dice Crèche (guardería) hay un hogar infantil, el único que han conocido muchos niños abandonados criados allí.
Dirigido por monjas católicas de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y personal palestino, es refugio para unos 50 niños, incluidos algunos nacidos fuera del matrimonio, en riesgo de violencia e incluso rescatados en contenedores de basura.
Es una institución cristiana, los menores son criados como musulmanes, de acuerdo con la ley local, a menos que el personal conozca la religión de la familia que los abandonó.
En 95 por ciento de los casos Iskandar Andon, el trabajador social que supervisa su bienestar, recibe una advertencia previa de un niño concebido fuera del matrimonio o de una relación incestuosa, pero a veces la primera información es una llamada de la policía para reportar el hallazgo de un bebé abandonado.
“Para mí, como trabajador social que vive con estos niños a diario, es un honor ser su responsable, formar parte de sus vidas”, dijo Andon, de 52 años.
Eso no resta importancia a las dificultades emocionales. Los familiares pueden ser violentos, drogadictos o los niños y las madres pueden estar expuestos a los llamados crímenes de honor. “Implica una responsabilidad ética y moral, una responsabilidad profesional”.
Fundada a finales del siglo XIX, las salas llenas de eco de la institución son el hogar de estos niños desde su nacimiento hasta los cinco años. Pero ahora la guardería está corta de dinero a causa de la disminución de donantes y la pandemia de coronavirus que golpeó a Belén en los territorios palestinos justo antes de la Pascua.
La emergencia redujo el número de visitantes que podían llevar ayuda o animar a los niños y obligó a Belén a un confinamiento que devastó una economía dependiente del turismo.
Sin embargo, la tranquila labor caritativa de la guardería le ha granjeado respeto y reconocimiento, incluyendo una visita en enero del primer ministro palestino Mohammad Shtayyeh, quien la calificó de “una manifestación absoluta de humanidad”.
“Tuve varios empleos, pero al final decidí trabajar en esta institución por dos razones: para tener un trabajo y para construir relaciones, porque entiendo la naturaleza de los niños”, dijo Mariam Ayyesh, maestra de 39 años que ahora trabaja junto a la niñera que la crió.
Reuters