“Yo quiero ser ministro, de lo que sea, pero ministro”, le dijo el general Guadalupe Arroyo a sus amigotes, en la genial novela de Jorge Ibargüengoitia que muestra descarnadamente el talante de la clase política posrevolucionaria. Pululan quienes comulgan con esa “moral”. Veamos:
Corría el año 2010 con la nación bañada en sangre. Se acercaban las elecciones locales en Guerrero. El PRI, que preparaba toda su artillería para recuperar una entidad que debajo de un gobernador-empresario dizque de izquierda, seguían controlando los violentos caciques (o sus hijos) que empujaron a Genaro Vázquez y Lucio Cabañas a tomar las armas.
Un distinguido priísta, que había sido gobernador (sustituyó a Rubén Figueroa tras la matanza de Aguas Blancas), de larga carrera de la mano de viejos y nuevos caciques, perdió la contienda interna del PRI, pero logró (no sé cómo ni voy a especular) que el presidente del PRD, Chucho Ortega, decidiera impulsarlo al mismo cargo, pero por el PRD. En el Consejo Nacional del PRD mi amigo “Juan” y el Chucho mantuvieron este diálogo o uno muy parecido:
–¿Por qué Ángel Aguirre?
–Porque con él ganamos –respondió el Chucho.
–¿¡Ganamos qué!?
Los argumentos del Chiuchi es que era un candidato “competitivo” y “ganador”. Los Chuchos repetirían el argumento con personajes como Miguel Ángel Yunes cuando ya habían abandonado (desde 2012) toda apariencia de principios, honestidad o decencia para mostrarse tal cual son: meros ambiciosos, vulgares vividores de la política.
“Juan” renunció al PRD. Desde 2012 trabajó por hacer de Morena una alternativa real (sin cobrar un peso, porque lo hizo sin dejar su brillante carrera en otros ámbitos) y hoy desempeña un cargo de responsabilidad en el gobierno (por eso me reservo su nombre). El Chucho y Ángel Aguirre están en el basurero de la historia.
Hace unas semanas, Cuauhtémoc Cárdenas me contó que ahora que puede verlo en retrospectiva, la clave del desastre del PRD fue enfocarse en lo meramente electoral, en la “victoria”, en la “eficacia” de los candidatos. Añadió algo así como: en Morena deben cuidarse de repetir esa ruta (la entrevista se verá en “Nuestras Conquistas” del canal digital Capital 21).
Quizá ya es tarde. Sobre las candidaturas de Morena a gobernadores de Nuevo León y Guerrero, he escuchado exactamente esos mismos argumentos de quienes defienden la ya candidata en el primero y dos que amenazan serlo en el segundo (Beatriz Mojica y Luis Walton, quienes levantaron la mano de Ángel Aguirre y en 2018, de Ricardo Anaya). Igual en Zacatecas, donde quedó el hermano de quien creó el neologismo monrealazo para definir el berrinche y el chantaje cuando los mecanismos previamente afectados no te favorecen (y sólo mencionaré, como de paso, que en 2010 David Monreal declinó en favor del PRI y que en 2016 fue candidato por segunda vez, sin satisfacer la cacareada “eficacia”).
“Eficacia”, “popularidad”, “competitividad”, “encuestas de reconocimiento” como elemento definitorio… y si falla, lo que sea, como el menú a la carta que el INE-Trife le sirvieron a Mario Delgado para asaltar la presidencia de Morena: si el congreso del partido no te sirve, lo echamos abajo. Si la encuesta no te gusta, la modificamos. Si no confías en el Comité de Encuestas de Morena, le encargamos la encuesta al INE. Si no estás en el padrón del partido, te metemos. Si no eres consejero nacional, quitamos el requisito. Si no eres conocido te dejamos gastar una fortuna en publicidad. Si no te gusta el resultado de la encuesta, hacemos otra (Martí Bátres: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/ marti-batres/morena-la-carta).
Quedaba una parte de un Consejo Nacional muy menguado; un Comité Ejecutivo Nacional mal remendado (https://www.jornada.com.mx/2020/09/ 08/opinion/016a1pol); una Comisión Nacional de Honestidad y Justicia (CNHJ) cuyas resoluciones eran echadas abajo por los mismos enemigos externos que diseñaron el menú a la carta, y un Instituto Nacional de Formación Política (INFP) que no pudo, no quiso o no supo estar a la altura y por tanto, entre otras cosas, no fue capaz de poner los mínimos filtros autorizados desde 2018, para impedir que personas como Clara Luz Flores, Beatriz Mojica o Luis Walton contendieran por una candidatura (por razones de espacio, me reservo mis opiniones sobre otros estados)… aunque en el caso del INFP, su incapacidad se debió, en buena medida, al sabotaje de Yeidckol (https://www.jornada.com.mx/2020/ 01/14/opinion/014a2pol).
El asalto a los órganos del partido resulta pasmoso y recuerda otra vez al general Guadalupe Arroyo: en menos de tres meses vimos a Donají Alba utilizar su posición en el INFP para postularse a la secretaría general del partido, en fórmula con el candidato del menú a la carta, actual presidente. Al fracasar, se postuló para la CNHJ, que tenía que renovarse por órdenes de los mismos que impusieron el menú a la carta. Ahí la tenemos: ministra, de lo que sea, pero ministra.
¿Ya somos el PRD versión recargada?
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