De acuerdo con cifras de la Secretaría de Gobernación (SG) dadas a conocer ayer por el Centro de Investigación y Competitividad Turística (Cicotur) de la Universidad Anáhuac, entre enero y noviembre del presente año la llegada de turistas extranjeros a nuestro territorio se redujo 59.2 por ciento en comparación con el mismo periodo del año pasado.
El flujo de visitantes procedentes de Estados Unidos –principal lugar de origen del flujo turístico hacia México– se contrajo 53.2 por ciento; el que procede de Canadá disminuyó 54.3 y esa misma tendencia se observa en los viajes de placer procedentes de Colombia, Brasil, Francia, Gran Bretaña, Argentina, Alemania, Perú y España, que son, en ese orden, los principales puntos de partida del turismo que visita nuestro país.
Para ponderar el impacto de este desplome, debe tenerse en mente que en el último trimestre del año pasado, antes de que la pandemia de Covid-19 golpeara al país, el sector mencionado generaba más de 4 millones 438 mil empleos, lo que equivale a 7.7 por ciento de la población económicamente activa (PEA), que por entonces era de más de 57 millones y medio de personas, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE).
Por lo demás, en 2019 la actividad turística aportó a la economía nacional 24 mil 562 millones de dólares, cifra apenas por debajo de las remesas procedentes de los trabajadores mexicanos en el extranjero, que sumaron 27 mil millones de dólares.
A los estragos provocados en uno de los principales rubros de la economía nacional por la expansión mundial del SARS-CoV-2 y las medidas de mitigación de los contagios habrá de sumarse el impacto de la generalizada recesión económica.
En tales circunstancias, es claro que la recuperación de la actividad turística del país requerirá de programas especiales de apoyo y fomento. Sin embargo, sería un error grave orientar las acciones en este sentido a un mero empeño por devolver el sector al estado en el que se encontraba hasta antes de la pandemia.
En cambio, la crisis del turismo nacional debe ser vista como una oportunidad para subsanar aberraciones tales como los modelos de negocios, planeación y desarrollo social y urbano que han generado polos de lujo rodeados de cinturones de pobreza, como ha ocurrido en Acapulco, Guerrero, en Cancún, Quintana Roo, y otros de los más destacados destinos turísticos del territorio nacional.
Es necesario concebir e impulsar, por el contrario, modalidades turísticas más orientadas al desarrollo horizontal que conlleven y propicien bienestar regional y derramas económicas efectivas.
En suma, en materia de reactivación turística el actual gobierno debe poner en práctica su propósito de alentar un desarrollo desde abajo y que no excluya ni deje atrás a nadie.