Una extraña coincidencia se le presentó a la columneta la semana pasada. Resulta que los lunes, muy de mañana, la sección activa de la multitud comienza a enviarme por los más distintos medios sus opiniones y pareceres sobre la que ese día publiqué. A veces pienso que dentro de quienes me hacen la distinción, no sólo de leerme sino hasta de ocupar su tiempo en darme a conocer su acuerdo o rechazo a lo leído, se encuentra un crecido grupo de veladores, repartidores de diarios, policías de crucero, corredores y por supuesto algún bartender (en mis tiempos simplemente cantinero), que lleva horas oyendo cuitas y quejumbres de la variapinta clientela de su barra, y se traslada para una segunda jornada de trabajo profesional a su consultorio privado, donde continúa con idéntica labor, pero aplicando ahora las concepciones estructuralistas de la acendrada doctrina lacaniana de la que es fiel apóstol. Digo esto por- que hay correos que traen hora de despacho en plena madrugada y con frecuencia arriban a la computadora o al celular antes de que el ejemplar de este diario sea dejado en casa por debajo de la puerta. Está por demás aclarar que a mí esos mensajes me hacen mi lunes y en ocasiones hasta mi semana entera.
Bueno, pero lo singular de los correos de la semana del 21 al 27 que son a los que me refiero, tenían otra singularidad: más de 90 por ciento de ellos (es decir, como 10), trataban el mismo tema: la horrorosa información que la columneta tenía de principio a fin. Uno tras otro de los que iba leyendo parecían enviados por un bot, de esos que pululan en las maldecidas y benditas redes sociales. Y otra cosa de llamar la atención era que, por cada comentario que consideraba que esa retahíla de noticias hórridas, alarmantes, deprimentes que la columneta abordaba, era un claro síntoma de una tendencia sadomasoquista. Se me otorgaba el beneficio de la duda: Seguramente recolectar durante meses las bad news, lo hacía con buena intención, pero… el resultado era negativo en extremo: atemorizaba, deprimía. Una persona que pidió anonimato me envió esta definición: “Tantas malas noticias alteran las expectativas de futuro en las personas”. Lourdes Reyes y su esposo Ernesto Algaba constituyen una de las parejas más tozudas, obcecadas, tercas, obstinadas, testarudas, empecinadas, obsesas, incorregibles, contumaces y 10 etcétera más: tienen tantos años de casados, que ya hasta se han vuelto a hablar de usted y se turban cuando despiertan y comparten las sábanas de franela que compraron el mes pasado. No puedo decir los años que tenemos de amigos, porque las maledicentes amigas de Lulú comenzarían a sacar cuentas: ¿Así que eres contemporánea de Ortiz? ( Ipso facto, que quiere decir: de inmediato, a la brevedad posible o en chinga, comenzarían las cuentas y yo perdería a mi más entrañable amiga). El mensaje que me hizo llegar fue breve, pero decidor: “Carlos, tu artículo me hizo llorar y estremeció mi alma, ya de por sí muy desgastada”.
Para mi buena fortuna y salud mental llegaron otros mensajes que me incitan a seguir informando a la gente de todo lo que yo pueda saber y a continuar exhibiendo hechos que, aunque los vivamos de manera cotidiana, no son registrados por sus verdaderas causas y con sus reales consecuencias.
Que mis notas no sean nunca, y por ningún motivo, tan sólo imágenes retocadas de la realidad. A lo que la columneta se compromete, al finalizar el maléfico año 2020, es que, durante los meses que el tecleador sobreviva, su anciana laptop seguirá escribiendo sólo aquello de lo que se tenga la convicción de que es la verdad. El error es siempre una posibilidad, un riesgo que, en su caso, será asumido, sin argucias ni patrañas por latotalidad de los Ceos que dirigen la trasnacional mundialmente registrada como La columneta. Parece un ridículo protocolo de temporada pero, en verdad, para todos los miembros de la multitud, gratitud, afecto, solidaridad y los más sinceros deseos de superación individual y familiar frente a esta terrible maldición que juntos, como nunca, todos estamos afrontando.
Twitter: @ortiztejeda