El impacto de la pandemia durante 2020 “fue devastador para los creadores escénicos independientes”; asimismo, paradójicamente, la crisis en el ámbito teatral amalgamó cuestiones positivas y negativas.
Aunque por una parte se acrecentó la precarización de esa comunidad, por otra, la crisis provocó que surgieran nuevas asociaciones de creadores en defensa de sus derechos como gremio cultural, mientras en el terreno creativo la contingencia los obligó a generar nuevos mecanismos de producción artística mediante las plataformas digitales y las redes sociales.
De acuerdo con integrantes de la comunidad teatral consultados por La Jornada, la pandemia en México permitió confirmar que la precarización de los teatristas “es un problema estructural de la política pública cultural, más que una cuestión coyuntural”.
“Históricamente desprotegida y vulnerable, sin prestaciones, la falta de seguridad social fue un impacto muy fuerte”, comentó el dramaturgo y director David Olguín.
Esa problemática se aunó a que algunos foros independientes aún viven en la incertidumbre de continuar con sus actividades, ya que no pueden solventar sus gastos.
La contingencia sanitaria obligó asimismo a cerrar, de manera abrupta, los teatros institucionales, lo que para los creadores escénicos –que trabajan de manera simultánea en dos o más proyectos para sobrevivir– resultó en merma económica.
La investigadora y gestora cultural Alejandra Serrano, integrante del colectivo veracruzano Área 51; Patricia Chavero, del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli (Citru); el dramaturgo, director e investigador Luis Mario Moncada, y David Olguín coincidieron en que la precarización de la comunidad teatral es estructural.
Por ejemplo, consideraron que el apoyo a la creación y producción del extinto Fonca “es un apoyo que privilegió a los individuos, más que a proyectos colectivos”.
De acuerdo con la investigadora del Citru, “hay registrados 27 programas de apoyo a individuos, y sólo 11 a colectivos”. Ese registro es de relevancia porque marca el rumbo de la política pública, la cual, estructuralmente, tendría que ser modificada. “Ahora vemos que esa posibilidad está cancelada”, comentó la investigadora.
“En México, la cuestión de la producción se ha replegado”, destacó Chavero. “El gobierno se ha asumido como programador más que como productor”.
Para Olguín y Moncada, si bien ese problema se viene arrastrando por años, señala “lo errática e impreparada que es la administración cultural actual”, y con la pandemia “la cuestión estructural nos estalló en la cara”.
En 2020 también aumentó la marginación, destacó Alejandra Serrano. “Fue devastador para los creadores independientes”.
Explicó Moncada: “En la agenda cultural propuesta por la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, en 2004 ya se planteaba que las políticas culturales deberían orientarse más hacia la atención de problemas de derechos humanos, de inclusión social, asuntos étnicos y cultura participativa. Lo que replantearía estructuralmente cuáles son hoy, en términos sociales, las funciones de la cultura.
“Estamos hablando de problemas estructurales, no sólo coyunturales. Las políticas diseñadas por gobiernos anteriores estaban en la lógica de impulsar proyectos individuales, los cuales se van negociando uno por uno.
“Se pensó que el actual gobierno federal y las autoridades culturales iban a modificar o por lo menos a reorientar la política cultural, pero en realidad quedó en una indefinición.”
Otro de los desafíos fue mantener vigente la conexión con los espectadores durante la contingencia. Al principio, mediante las plataformas virtuales se transmitieron de manera gratuita diversos contenidos teatrales que sirvieron de acompañamiento en el confinamiento.
Sin embargo, luego del segundo mes de la pandemia, paradójicamente esa saturación de contenidos culturales resultó en detrimento de los creadores, al no tener una retribución económica.
Obligados al ensayo y error
La contingencia los obligó a explorar nuevos mecanismos de producción artística, articulando propuestas virtuales: “actuar y grabar para la cámara”, o propuestas escénicas híbridas: “actuar en vivo para la cámara”, lo que en algunos casos permitió a los teatristas monetizar su trabajo.
En un principio, los grandes productores privados consideraban inviable el uso de plataformas virtuales, comentó Olguín. Pero meses después se dieron cuenta de que una obra en línea podía tener una asistencia de 20 mil espectadores; esa posibilidad “les abrió un mercado, pues esas producciones pueden resultar más baratas que el teatro presencial”.
Para Moncada, el trabajo creativo mediante plataformas digitales osciló entre ensayo y error, pues los creadores teatrales no estaban preparados, ni técnica ni creativamente, para usar nuevas herramientas.
Además, añadió: “una cosa es explorar creativamente esos mecanismos digitales y otra que sean redituables económicamente, por lo que veremos cómo se redefinen esas propuestas artísticas”.
En 2020 surgieron nuevos colectivos, como la Asociación Nacional de Teatros Independientes, el Movimiento Colectivo para la Cultura y el Arte de México y el movimiento No Vivimos del Aplauso.
En tanto agrupaciones ya existentes intensificaron su activismo, como la Red de Espacios Culturales Independientes Organizados, el Colegio de Productores y el Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura.
Con sus discrepancias y afinidades, el surgimiento de nuevas organizaciones y asociaciones fortaleció la comunicación a distancia, consideró Serrano. “Su aparición es uno de los aspectos positivos en medio de la pandemia”.
Además de encuentros entre creadores, también se llevaron a cabo reuniones virtuales de colectivos con autoridades culturales federales y locales.
Según la titular de la Secretaría de Cultura federal, Alejandra Frausto Guerrero, funcionarios de esa dependencia se llegaron a reunir con los colectivos hasta en 32 ocasiones, antes de que ocurriera el chatgate, uno de los incidentes más deplorados por la comunidad cultural.
“Los esfuerzos por lograr apoyo de instancias gubernamentales siempre avanzaron con lentitud, frenados por un enorme burocratismo o por decisiones que reflejaron una profunda incomprensión del papel de la cultura en el desarrollo del país”, apuntó Chavero.
Como consecuencia del chatgate, representantes de los colectivos involucrados demandaron la renuncia de Frausto, y declararon: “presume que ha tenido 30 y tantas reuniones, pero no dice que no ha cumplido ninguno de los acuerdos que ahí se han firmado. Después de estos encuentros siguen sin existir resultados concretos; todo es una simulación”.
Para Olguín fue lamentable la respuesta de las autoridades. “Fue al estilo de un priísmo que durante años despreciamos, resolviendo los errores sólo en términos de imagen, pidiendo perdón o disculpas, y sin resolver de fondo, de manera estructural, los problemas”.
En 2020, la comunidad tuvo que organizarse, pero aún no hay un mecanismo que permita que sus demandas sean de orden vinculante en la toma de decisiones para una política cultural, concluyó Moncada, en vísperas, precisamente, de realizarse un congreso nacional resolutivo entre los colectivos, que a final de año agrupaban a unas 6 mil 800 personas.
Durante el año que termina, con el semáforo en rojo en la Ciudad de México, se desmanteló el teatro Julio Jiménez Rueda, objeto de discrepancias respecto de su propiedad y operación entre autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, y el Instituto e Seguridad Social al Servicio de los Trabajadores del Estado, que se encontraba cerrado desde los sismos de septiembre de 2017.
Iniciativas alternas
Entre las iniciativas de los colectivos para paliar la contingencia se lanzó la convocatoria Gran Remate Patrimonial, con el propósito de recaudar recursos para conformar un banco de alimentos, así como la propuesta Contigo en la Confianza, como respuesta a la convocatoria oficial, considerada “discriminatoria” por algunos creadores, lanzada en el programa Contigo en la Distancia.
Durante el corto tiempo que duró la nueva normalidad pocos teatros independientes pudieron abrir luego de cumplir con rigurosos requisitos y de asumir altos costos económicos para mantener los teatros sanitizados.
Entre los sucesos de 2020, llamó la atención que a casi a final de año se realizó una reunión entre una agrupación con 260 creadores afiliados “a título personal” –que afirman “deslindarse de todos los demás colectivos y organizaciones”, al no sentirse representados por ellos y considerarlos el Frena cultural”– con funcionarios del grupo Diálogo y Construcción para la Cultura, integrado por instrucción de Frausto Guerrero, luego del chatgate.