Si 2020 ha sido el año de la peste, el año que no fue, que al menos 2021 nos traiga algo de luz en este país mío encubierto de tinieblas.
El año de la peste se llevó hasta el pasado jueves, 24 de diciembre, a poco más de 190 mil brasileños.
Se trata, sin embargo, de un número contestado por importantes investigadores e instituciones de salud: según afirman luego de estudios realizados, a raíz de fallas en las notificaciones, los muertos por Covid ascenderían a por lo menos 220 mil.
México, Chile y Costa Rica ya iniciaron sus programas de vacunación. Mañana, Argentina empieza a vacunar. Varios otros países de América Latina anunciaron que el procedimiento es inminente.
En Brasil, gobernadores de estados tratan de llegar a acuerdos de emergencia con laboratorios farmacéuticos alrededor del planeta. Algunos dicen que se empezará con las vacunas en enero. Otros, que será “lo más pronto posible”.
No hay señal de coordinación en el plan nacional. Y la verdad es que se llega a 2021 sin haber siquiera compras de jeringas y agujas para atender a los 210 millones de brasileños.
El 24 de diciembre el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro anunció el indulto de Navidad previsto por la legislación.
Y, a ejemplo de lo que había decidido en 2019, su primer año como mandatario, determinó que una –y solamente una– categoría de presos sería beneficiada: policías condenados por crímenes de muerte “no intencionales”.
Por la noche del mismo día –víspera de Navidad– Bolsonaro hizo una larga transmisión (una hora y veinte minutos) por las redes sociales.
Disparó, como hace a diario, una serie de frases homofóbicas, misóginas, además de ofensas a gobernadores adversarios y críticas a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia.
Desdeñó la vacuna contra Covid, alertando sobre sus peligros. Reiteró que no se vacunará, argumentando –una vez más contra las evidencias médicas y científicas– que como contrajo el coronavirus, está definitivamente inmunizado.
Para culminar, lanzó una perla: anunció lleno de orgullo que Brasil es una referencia mundial frente a la pandemia.
Esa vez, algo rarísimo en tratándose de él, dijo la verdad. Faltó aclarar que Brasil es una referencia irremediablemente negativa.
De aquí a cinco días empieza 2021. Y el panorama que se avista no es nada animador. La economía logró recuperarse en algunos pocos sectores, creció en otros poquísimos, y si no ha sido el desastre temido y anunciado a principios de la pandemia, el escenario sigue especialmente preocupante.
En febrero se realizarán las elecciones para presidente de la Cámara de Diputados y Senado. Para asegurar una base que le respalde en sus proyectos, Bolsonaro echó mano de un viejo hábito de la política brasileña, y que había jurado abolir del país: la compra explícita de votos, distribuyendo puestos y presupuestos a cambio de apoyo.
Partidos de centro, derecha e izquierda, a su vez, pese a sus profundas divergencias, se unieron en una plataforma para hacer frente a la embestida del mandatario.
Como el voto es secreto, habrá traiciones en ambos lados. Se considera que, en caso de que alcance mayoría segura en el Congreso, Bolsonaro tratará de avanzar con una serie de proyectos que, además de significar un duro retroceso en conquistas alcanzadas en las pasadas muchas décadas, servirán para corroer aún más la imagen del país en el escenario global, con el consecuente retroceso en inversiones.
Los blancos principales de sus iniciativas son reducir la protección a comunidades indígenas, la eliminación de proyectos sociales heredados de los gobiernos de izquierda, la legalización de iniciativas que atentan violentamente contra el medio ambiente, y que se abran las puertas para que la población adquiera armas.
Con relación al programa económico, en estos dos primeros años de su ministro de Economía, Paulo Roberto Nunes Guedes, –un hábil especulador del mercado financiero de quien no se conoce un único trabajo académico– ninguna promesa salió del papel. Y frente a la expectativa de un nuevo y serio periodo de crisis social, con aumento del batallón de pobres y miserables, no hay mucho espacio para optimismo.
En el campo de las relaciones exteriores tampoco el escenario es tranquilizador: el país está prácticamente aislado, inclusive aquí, entre nuestras comarcas de América Latina.
Mejor ni mencionar la educación, la ciencia, las artes y la cultura.
No se trata de entrar al año nuevo con pesimismo, sino con realismo.
Que los días que nos separan del próximo año 2021 sean breves. Para que finalmente empiece un año de verdad.