Gale, escritora amiga de esta columna, harta de las lamentaciones taurinas envía un texto en consideración a los lectores y a la época navideña, con el deseo de que los antis se nutran de más verdades, sobre todo de las conmovedoras verdades del golpeado campo bravo mexicano:
“Buenas noches, ¿está El Matador?, así es contestar en casa de mis papás. No es el licenciado, no es el ingeniero, no es el arquitecto, es el Matador. Ah qué fuerte se oye desde ahí. Se hizo matador de toros por sobrevivir, por ser alguien, por conseguir al amor de su vida, dice. Y acabó gustándole y arrimándose a los toros, tal vez más por hambre que por valor. Prefiero pensar que mucha gente desconoce que el sueño más grande de un torero es poder ser ganadero de bravo. Y yo les quiero contar otra parte del Matador.
“El Matador se las arregla para que siempre caiga un gatito al rancho. No le gustan los gatos, pero les compra su leche, les lleva comida de la casa, les remoja un panecito. Cuando una vaca muere y deja un becerrito, mi papá se va temprano para darle una mamila tres veces al día hasta que crezca. Se llevó un becerro de toro bravo a vivir con nosotros cuando vivimos en Coyoacán, yo creo que para que no estuviera solito. Saluda desde lejos a un petirrojo que siempre se pone en el mismo árbol en el rancho. Cada día mi papá es menos Matador.
“A los toros los cuida, los inyecta, los areta apenas nacen, los respeta desde lejos, los observa con binoculares… se pasa horas y horas viendo a sus vacas cómo conviven con las garzas de una forma tan normal. Como si entre las dos especies se hicieran falta. Se queda el mismo tiempo mirando un potrero como si fuera el mar. Los patos que encuentran en el rancho un lugar seguro en su camino, nadan en la poca agua que queda en el bordo.
“Amealco, donde está el rancho, significa ‘agua que brota de entre las piedras’ y sí, hay un manantialito miniatura que parece más bien una gotera subterránea. Mi papá hace magia y tuberías para llevar y distribuir esa poquita agua a sus vacas. Apenas llega la lluvia, trata de almacenarla, se hizo otro bordo. Llega a casa con una sonrisa enorme diciendo: ‘llovió bonito’, para él no hay regalo más lindo de la naturaleza que le devuelve sus pastos en gotas. ‘Quiere más a las vacas que a mí’, dice mi mamá. Y la verdad, pueque sí, porque le cuesta no ir al rancho como si de su presencia dependiera la vida de los animales.
“Mi papá tiene una historia de torero trágica desde el día uno y empeora que uno ya no cree que puede venir otra cosa peor… y viene. Cumplió 80 años el 2 de noviembre, y le dije ‘ahora sí, papá, vamos a escribir tu libro’. Estaba yo muy envalentonada y le pedí fotos a su mejor amigo para juntar sus historias de juventud. Tiene unas buenísimas y otras increíbles, como cuando se le salieron los toros en la pista del aeropuerto de la Ciudad de México, cuando atravesó unas vacas en un puente colgante de Veracruz y les tuvo que tapar los ojos, cuando le sirvió una copa al Callao.
“Llegué a su casa a la entrevista y salí de ahí a la hora, con dos historias y los ojos rojos. Me tardé 15 días en abrir el Word y como 15 minutos en cerrarlo sin haber escrito nada. Mi papá tiene una historia que yo no puedo contar y que me hace entender por qué sus frases siempre han sido tan tristes: ‘la gente no es buena, el hambre es canija, la vida es dura’. Nunca entendí que en todo tiene razón. Pero también dice que hay que salirle al toro, al que salga, como salga. Y ahí sí, veo por unos minutos al Matador, porque yo el resto del tiempo veo al mayor ambientalista que he conocido en mi vida.”