Óscar, el personaje principal de la novela multipremiada de Junot Díaz – La maravillosa vida breve de Óscar Wao–, es sin duda el antihéroe. No tiene malicia y, por tanto, no sabe trepar en las escaleras del poder y la fama como tantas personas de cuna humilde o de fortuna generosa usando trampas y triquiñuelas. No es guapo y osado como algunos de los generales en la vasta historia de golpes de Estado y asonadas en nuestra infortunada región. Pero sobre todo no es el típico macho, cabrío salvaje que habita en telenovelas y que causa las delicias y algo más que sueños rosados, con los que se huye de nuestra realidad.
Es feo, tímido y gordo, ¡por Dios!, en esta época donde sólo los musculosos o en todo caso los bulímicos tienen asegurada su entrada al cielo de los bellos. Aun en el momento culminante del acto heroico de Óscar, que ocurre porque se enamora de Ibón una puta dominicana que lo besa, en serio, lo besa a él. Y aunque sabe que si no la deja en paz lo matará el gángster, decide apostar ahí su resto. Entonces florece, desde las entrañas de esa maldita tierra, un rayo de esperanza.
Porque si hay algo que marca las peripecias e infortunios en las tristes vidas de las naciones latinoamericanas independientes es lo que con todo tino denomina Junot Díaz para los dominicanos como el fukú, esa suerte de fatalismo. Este fukú que explica más allá de la violencia y de las condiciones socioeconómicas de la isla las bases culturales del trujillismo.
Entramos, por tanto, al mundo de lo fantástico, de lo real maravilloso que dialoga y debate con la otra realidad, la real, pero sin el cual pocas cosas de nuestra región se entienden. Al hacerlo así, Junot Díaz le imprime no sólo densidad a su novela, sino sentido al propio trujillismo.
El ensamblaje de lo real y lo real maravilloso permite entender los 30 años de dictadura y lo que siguió, que bien podría aplicarse a las dictaduras del siglo XX y XXI en América Latina y el Caribe, sean militares o dictablandas civiles como las del priato en México.
Por su parte, la construcción de La fiesta del Chivo está sustentada en tres planos narrativos. El primero corresponde al relato de Urania, hija del senador Agustín Cabral, que luego de 35 años regresa a República Dominicana a reencontrarse con su padre parapléjico y con su tormentoso pasado adolescente.
El segundo plano de la novela es la reconstrucción de la larga espera de los conspiradores en una carretera en las afueras de Ciudad Trujillo.
Para mí el sentido, el propósito y el clímax de la novela se encuentra en el tercer ámbito que se instala a partir de la propia voz y conciencia del dictador dominicano y la ambigua relación que establece con sus colaboradores más cercanos.
Aquí se otea un circo de seres deformes y excepcionales y el desfile de los diversos especímenes que pueblan el universo trujillista, como el siniestro torturador Abbes, Agustín Cabral El Cerebrito, cuyo talento está puesto al servicio de las chicanerías del dictador; el Constitucionalista Beodo o la Inmundicia Viviente.
Pero si se trata de darle el primer lugar al personaje más dégoutant de la novela, voto por el general José René Román, alias El Pupo, el ministro de las Fuerzas Armadas. Este general formaba parte del grupo de conspiradores resueltos a asesinar a Trujillo. Pero los traicionó.
He aquí el meollo. Trujillo ejercía el poder con fuerza, violencia, y mucho daño moral sobre sus colaboradores. El miedo paralizaba, pero el respeto mítico queconstruyó con narrativas, improperios y amenazas generó un culto hacia el dictador. El Pupo, quien finalmente enfrentará con dignidad todas las torturas que le infringen no pudo dar el paso decisivo: traicionar al jefe. Porque al hacerlo se destruía a sí mismo.
Cierro el año con unas reflexiones que continuaré a lo largo de 2021 y que genéricamente se han llamado las novelas de los dictadores latinoamericanos.
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