Entre los numerosos materiales musicales que he revisado durante el encierro hay uno particularmente ilustrativo que llegó a mis manos (no, no es cierto, llegó a mi pantalla) por cortesía de mi amigo músico Eugenio Elías. Se trata de un coloquio entre el gran trompetista y educador Wynton Marsalis y el conductor de televisión Maurice DuBois, que se llevó a cabo en 2018 en la sede de esa admirable institución, fundada por Marsalis, que es Jazz at Lincoln Center, en el contexto de una actividad denominada Essentially Ellington, título que se explica por sí solo. Durante el diálogo entre Marsalis y Dubois se habló, claro, del enorme Duke Ellington y de la poderosa y duradera herencia que dejó en el mundo de la música. Se habló también de la trayectoria musical y humanista de Wynton Marsalis, con especial énfasis en la indeclinable ética de trabajo que, desde muy pequeño, le inculcó su padre, Ellis Marsalis. Y en un momento especialmente significativo del diálogo, se habló del deplorable estado actual de la música popular, un tema particularmente cercano a Wynton Marsalis por lo que implica en el contexto de su infatigable labor educativa y de divulgación. He aquí lo esencial de lo dicho por Marsalis sobre el asunto:
“Creo que vivimos en una época de absurdo absoluto en la música. La vulgaridad, la obscenidad, la ignorancia, el cinismo, la explotación de estereotipos. Lo he venido diciendo desde que estaba en la secundaria; lo veo, lo creo, me encuentro con ello, lo escucho, enseño a los niños. Hemos cometido un error, lo he dicho y lo sigo diciendo, sin importar si alguien me escucha: no podemos dar este nivel de basura a niños de 11 o 12 años en videos, en música, como en una ojiva nuclear que transporta esa basura. Simplemente no debemos, es un error y está teniendo frutos terribles; está ocurriendo desde los 80. No todo puede estar a la venta, no todo puede ser un producto, pero eso es precisamente lo que estamos haciendo, y si lo seguimos haciendo, no va a rendir buenos frutos.”
Hasta aquí la indignada y preocupada voz de Wynton Marsalis. Un poco antes del final de las líneas citadas, Marsalis fue interrumpido de manera fugaz por un contundente comentario de su interlocutor. Dijo Maurice DuBois: “Y acaban de darle el Premio Pulitzer a una estrella del hip hop”. Obviamente, la curiosidad mató al cronista, y de inmediato arranqué los motores de búsqueda; me tomó unos segundos enterarme de que el ganador del Pulitzer de música en 2018 fue Kendrick Lamar, por su álbum titulado Damn, que al decir del comité de premiación, es “una virtuosística colección de canciones unificada por su autenticidad vernácula y su dinamismo rítmico, que ofrece emotivas viñetas que capturan la complejidad de la moderna vida afroestadunidense”. Siguiente paso, revisar algunos videos de Kendrick Lamar para descubrir que, efectivamente, el exitoso y premiado rapero se refiere en su trabajo a muchos de los conflictos y penurias que significa en la actualidad ser negro en Estados Unidos. (Significa más o menos lo mismo, por cierto, que ser indígena en México). El asunto, o problema, está en preguntar retóricamente si la sola trascendencia de los temas tratados justifica el panegírico desbordado al horrendo vehículo musical con el que se transmiten esos temas. Me explico: los videos de Kendrick Lamar pueden ser descritos, al pie de la letra, con las palabras de Marsalis arriba citadas entre comillas. ¿Es esa la mejor manera artística de abordar los asuntos urgentes que ocupan y preocupan al rapero y a su comunidad? ¿O será que soy anticuado y obsoleto, y que mi concepto de la buena música popular (tan subjetivo como puede serlo) ya fue rebasado por la realidad? Como prueba, remito al lector al video de la canción Element, de Kendrick Lamar, que circula profusamente por la red. No pongo en duda ni la popularidad ni el impacto comercial de este tipo de manifestaciones de la cultura sonora contemporánea, pero tiendo a estar de acuerdo con Wynton Marsalis en cuanto al absurdo musical en el que estamos inmersos. Una verdadera cloaca, para decirlo de otra manera, y no pinta nada bien.