¿Dónde habita el alma de Hernán Cortés? De las múltiples respuestas que podría tener esa pregunta, el escritor Pedro Miguel elige capturar aquel maltrecho espíritu en las páginas de su novela El último suspiro del Conquistador y hacerle maldades.
El libro, publicado por el Fondo de Cultura Económica (FCE), “es la construcción de una venganza, porque tenía un gran enojo contra Cortés, pero también fue una sanación, cuando consideré que le hice la gran canallada de traerlo al presente”, explica el autor.
El relato, sin pretensiones de novela histórica, es una ficción que integra, entre destellos de humor, datos verídicos que apuntan a la creación de un Hernán Cortés mítico, “que convencerá sobre todo a los lectores que conocen al Cortés histórico, a quienes si se les cuentan mentiras muy flagrantes, no te compran la historia”, añade el también articulista de La Jornada.
La “tecnología” que el escritor utilizó para ubicar a su personaje en el siglo XXI se basa en una investigación que leyó en el libro Los arrieros del agua, del antropólogo Carlos Navarrete, quien recoge la tradición chiapaneca de los almeros, personas que se ganan la vida yendo de pueblo en pueblo, buscando agonizantes, para enfrascar su alma en el momento en el que exhalan su último suspiro.
“Se guardan los frascos en muebles que se llaman almarios con el propósito de rendir homenaje a los difuntos el Día de Muertos o se los dan a las familias para que los tengan en sus altares. Que yo recuerde no se especifica si los almeros cobran renta por el almacenaje o si rentan las almas; si se le ve con ojos críticos, ahí hay tráfico de personas”, bromea el autor, quien cuenta que nació en 1958 en Guatemala capital, pero desde 1967, fecha en la que llegó México, es mexicano, “volvía a nacer aquí, así que soy nueve años menos viejo de lo que soy. Uno nace al aterrizar en un país, y éste es el que me tocó. Anímica y culturalmente, soy de aquí”.
El último suspiro del Conquistador se forjó también como una fuga para el editorialista, porque la novela comenzó a escribirse en 2009, explica, “durante el calderonato, un momento muy oscuro del país, en el que si no te reías te llevaba la chingada por todo el horror, la indecencia, la violencia y la degradación.
“Fue un momento muy amargo en el que había que cultivar la risa y la esperanza, porque la estábamos pasando muy mal como país y no se veía un horizonte; parecía que estábamos condenados a la oscuridad y sordidez.”
Convencido de que el humor siempre es un arma contra esas situaciones, en su narración explora también ese contexto a través de un correlato que se refiere a la esfera política y policial.
La novela se publicó por entregas en La Jornada y refleja el gozo que tiene Pedro Miguel por las palabras. Al respecto, detalla que “fue muy divertido imaginar un idioma español del siglo XVI: cómo serían los giros, cómo se dirían las cosas que existen hoy, cómo empiezan a hablar los primeros esclavos negros en las Antillas, cómo se comienzan a apoderar del español y cómo lo conquistan, sin que esto quiera ser una reconstrucción lingüística. Todo ello me apasiona, sin ninguna pretensión de rigurosa reconstrucción académica.
“La novela requirió mucho trabajo de carpintería, como hacer un mueble a partir de madera, pues necesitó mucha concentración. Nunca pensé tener la perseverancia y disciplina para terminar, porque soy muy disperso. Fue una gran sorpresa haberla concluido por fin el año pasado; salió de su frasco y ojalá le vaya bien y que cumpla su cometido, que es enriquecer la imaginación del lector durante algunas horas, invitarlos a un viaje a la realidad y a la reflexión sobre la dicotomía alma-cuerpo.
“Un libro que no te entretiene tiene que ser denunciado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pues aburrir a un lector es un crimen. A veces uno se pregunta si la labor de narrador no debería requerir un permiso previo de la Secretaría de la Defensa Nacional, porque un libro aburrido puede ser un arma mortal. Ojalá que yo no incurra en delito alguno”, añade y suelta la carcajada.
Pedro Miguel insiste en que El último suspiro del Conquistador es su venganza histórica contra Hernán Cortés, “compartida para quien la necesite, y también para meternos en la piel de un personaje que descubre Tenochtitlan, que vive el choque brutal con Mesoamérica y que terminó por darme mucha lástima, porque es un gran derrotado de sí mismo, un gran perdedor. Cortés se pierde y pierde todo, tenía una sed infinita de gloria, honra y fortuna, que eran los valores de su época, y murió como un pendejo.
“Con este libro comienzo a cumplir un sueño, pues, aquí entre nos, cuando sea grande, quiero ser escritor”, concluye Pedro Miguel.