El retiro por edad del obispo Raúl Vera y la lamentable muerte de don Arturo Lona, obispo emérito de Tehuantepec, nos llevan a interrogarnos sobre la historicidad de una significativa corriente de la Iglesia que optó por los pobres en México. Obispos que arroparon pastorales populares y opciones contra la opresión.
Se levanta una obligada pregunta: ¿qué queda de ese catolicismo ligado a la teología de la liberación (TL)?
Los viejos baluartes de toda una generación ligada a estas sensibilidades religiosas están en edad de retiro o han fallecido. El sacerdote Pedro Pantoja, otro ícono católico de la defensa de los derechos humanos de inmigrantes, acaba de fallecer. El padre Manuel Velázquez, un emblema del cooperativismo católico, también murió a los 89 años en marzo del 2020. Se han ido o quedan muy pocos de aquella generación posconciliar que entre los años 60 y 70 le cambiaron el rostro a la Iglesia. ¿Existe una herencia o continuidad de dicha corriente? En efecto, la teología de la liberación floreció después del Concilio Vaticano II, convirtiéndose en uno de los fenómenos sociales y religiosos más importantes de la región latinoamericana. Pero sus raíces son más profundas, se remontan a los misioneros del siglo XVI.
Los historiadores resaltan los rasgos de “los padres de la Iglesia” al referirse a los primeros misioneros que llegaron a México, a partir de 1520. No sólo fueron aventureros religiosos al adentrarse en un nuevo mundo, sino verdaderos pensadores que constituyen la simiente del progresismo católico. Nos referimos, por supuesto, a fray Bartolomé de Las Casas, protector de los indios de Chiapas y precursor de los modernos derechos humanos; en ese sendero están fray Antonio de Montesinos y Pedro de Vitoria; también Fray Bernardino de Sahagún, promotor del primer seminario de indios en Tlatelolco, y don Vasco de Quiroga, que impulsó un innovador proyecto educativo popular de los pueblos purépechas de Michoacán.
La TL es hija del Concilio Vaticano II y de las luchas y movimientos sociales de América Latina. Por un lado, cuestionó el catolicismo de cristiandad clerical y, por otro, se confrontó con las dictaduras militares entre los años 60 y 80, bajo la insignia de los derechos humanos. Esta generación de teólogos, obispos, sacerdotes, religiosas, laicos e intelectuales resistieron con disciplina y trágico acato el embate disciplinario bajo la acusación de haberse convertido en una columna marxista de la Iglesia católica bajo el pontificado del Papa Juan Pablo II. Es decir, dicha corriente fue mermada por un invierno eclesial o persecución eclesial tipo guerra fría, cuando el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación de la Fe, publicó un informe en el que califica a la teología latinoamericana “como un fenómeno extraordinariamente complejo”, a propósito del juicio canónico contra las supuestas heterodoxias del teólogo brasileño Leonardo Boff. La complejidad radica en que la TL no sólo es un discurso sobre Dios sino que se conformó por vastos y dinámicos movimientos sociales. Más de 100 mil comunidades de base en Brasil; comunidades populares en Perú; movimiento de los derechos humanos en Chile bajo el cobijo de la vicaría de la solidaridad; movimientos indígenas en Chiapas; movimientos de liberación nacional en Centroamérica, como en El Salvador, Nicaragua y Guatemala. Ratzinger sabía que no bastaba sólo un debate teológico, estaba en juego el modelo de la Iglesia en la región.
La TL forma parte de una generación dorada en la historia de la Iglesia de América Latina, en la que emergen poderosos liderazgos de obipos carismáticos como Hélder Cámara (Brasil), Juan Landázuri (Perú), Jesús Silva Enríquez (Chile), Óscar Arnulfo Romero (El Salvador), Manuel Bugarin (Paraguay), Samuel Ruiz y Sergio Méndez Arceo (México) y tantos otros.
No hay una sola teología de la liberación. Juan Carlos Escanonne, teólogo de cabecera en el pensamiento del papa Francisco, distingue al menos cuatro grandes corrientes: a) TL desde la praxis pastoral; b) la TL desde la praxis revolucionaria (probablemente la más influenciada por el marxismo); c) TL desde la praxis cultural, también llamada la teología de la cultura, y d) la teología del pueblo, enarbolada por los sacerdotes del tercer mundo.
La presencia en Roma del papa Francisco alienta un nuevo progresismo católico vinculado a cambios culturales en los paradigmas civilizatorios, muy crítico del neoliberalismo y proclive a los movimientos populares y ecologistas.
Sin embargo, no ha tenido la resonancia deseada en México ni en América Latina. El vaticanista italiano Marco Politi reprocha en su libro La soledad de Francisco y una Iglesia en tempestad a los católicos progresistas de América Latina, haber dejado solo al pontífice argentino bajo los ataques constantes de los católicos conservadores de Europa y Estados Unidos. Francisco no ha recibido una necesaria defensa o al menos solidaridad frente a la tempestad conspirativa que sufre en Roma con amplias repercusiones geopolíticas a nivel internacional. Hay una lucha sorda dentro, entre quienes quieren reformas y quienes se oponen rotundamente a ellas.
Para concluir esta nota. La teología latinoamericana se ha desdoblado de manera compleja, esperanzadora y heterogénea. Diversos colectivos, organizaciones civiles y de Iglesia dan continuidad tomando nuevos giros en la teología feminista, los movimientos sociales y eclesiales altermundistas; grupos y asociaciones civiles de derechos humanos y denuncia de las injusticias sociales; diversas pastorales de migrantes; la vigente y necesaria teología india y desde luego el cuidado de la naturaleza. Larga vida con nuevos liderazgos que apenas asoman.