Mucho se ha especulado sobre la poca importancia que el Presidente otorga a los asuntos externos. También sucede que sucesos trascendentes sean menospreciados o, de plano, descartados como irrelevantes para el análisis. Lo cierto es que, aun con el ninguneo de las decisiones tomadas en Palacio, los resultados han sido positivos. Debemos empezar por reconocer el énfasis que AMLO dio a las negociaciones de integración para hacer factible el tratado (T-MEC) de los tres países. Desde que iniciaron los trabajos, López Obrador logró introducir en el equipo de negociadores a personal que pudiera ceñirse a la concepción del nuevo orden en ciernes (4T). Fue así como se facilitaron los acomodos que llevaron a buen puerto lo que parecía un proceso contrario a los intereses nacionales. La misma aceptación por parte de los otros dos participantes, de exceptuar al sector energético y reservarlo como exclusivo de México, fue y deberá reconocerse como un logro encajado en una visión global del gobierno entrante.
Tanto el interés puesto en el proceso definitorio, que terminó con las firmas que le dieron vigencia, como muchos de los puntos en que se concretaron, finalmente responden a la comprensión integral del Presidente. Una vez asegurado el instrumento del tratado y alejadas las premoniciones que vaticinaban fracasos y consecuencias negativas, se dio paso a una relación con Estados Unidos distinta y de variadas seguridades. La continuidad, después de todos los sobresaltos, reclamos y críticas condenatorias, quedó firme. Se abría, para el futuro inmediato y también de largo aliento, un espacio de tranquilidad para conducir los variados y delicados asuntos que preocupaban a muchos. Han pasado casi dos años y el nuevo tratado solventó los obstáculos y, al parecer, ha servido a los intereses colectivos. Siguen, empero, puntos álgidos por abordar, como la alegada supervisión externa en asuntos laborales. Pero frente a ello, su modernización obligada será benéfica para los trabajadores y su conducción en la vida gremial. Las inversiones previstas o deseadas no han llegado en los números que se anunciaron, pero han estado fluyendo sin interrupción. La pandemia se ha hecho cargo de buena parte de los tropiezos inesperados.
La irrupción del presidente Trump, con su caótica manera de plantear y conducir los asuntos bilaterales, fue una pesadilla para todo el mundo. México estaba atrapado en todos estos exabruptos imprevistos. Los mismos empresarios, que vieron en un principio a un semejante que les ayudaría, tomaron sana distancia de sus modos y políticas. Se dio paso, casi simultáneamente, a lo que se vio como un intercambio conflictivo y con efectos negativos en las mutuas relaciones.
Llegaron de improviso, violentando acuerdos previos, los aranceles al acero, que afectaron a los productores nacionales. Problema que se pudo mitigar tiempo después para, a continuación, dejar solventado el diferendo.
Las políticas de apertura de fronteras a la migración, un sueño largamente acariciado por López Obrador, sufrieron frontal choque. El motivo solidario y humano que inspiraba tal política tuvo que ser puesto, con urgencia y determinación, en la retaguardia. Los arrestos discriminatorios y fóbicos de Trump, apoyado en su amplia y beligerante base de votantes, lo exigían con pasión desbordada. La amenaza fue totalizadora: aranceles a todos los productos mexicanos, de continuar propiciando el tránsito de los flujos provenientes de Centroamérica. Se inició la polémica sobre la actitud y la respuesta que se debía dar a tan agresiva y sorprendente postura. Actuar en consecuente acomodo o ningunear la amenaza y responder con energía se presentaron como alternativas excluyentes. Esto último implicaba el riesgo, más que probable, de un enfrentamiento por completo desbalanceado. Se optó por la costosa colaboración, y sucesivos hechos dan repuestas positivas a tan duras decisiones. Este diseño de respuesta salió, directamente, del habitante de Palacio y su sensible actitud. De ahí en adelante se pasó a un periodo de encuentros manejados con prudencia sobre una base de respetos y entendimientos mutuos que perduraron hasta estos días. La visita de AMLO a Washington, motivo de encendida polémica y premoniciones de fracaso y duras consecuencias, coronó la détente. Es muy probable que con la llegada de Biden se introduzcan matices a favor de México. Las especulaciones, todas negativas y fieras, de las decisiones mexicanas de retardar el reconocimiento oficial volvieron a encender la hoguera de los malentendidos peligrosos. Nada malo ocurrirá, se espera desde Palacio. Llevar por delante los principios constitucionales es ayuda y parapeto. J. Biden y los demócratas no actúan por caprichos y venganzas sino con razonada defensa de sus intereses. Similar propósito anima a los nacionales.