Dice la leyenda que el editor Carlos Barral no quiso publicar Cien años de soledad, pero al tardar tanto en desmentir la versión quedó fija en el imaginario. Frecuentemente resucita esa leyenda como un Lázaro perene y nos recuerda que lo que sí rechazó publicar fue Mafalda, de Quino, y Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco.
Las pifias editoriales son comunes. Dublinenses de Joyce recorrió quince sellos editoriales antes de ser publicada; Rebelion en la granja fue rechazada por T.S.Eliot; El Túnel, de Sabato, terminó imprimiéndola la revista Sur, y Harry Potter recorrió una docena de editoriales antes de publicarse con un tiro inicial de 500 ejemplares (un ejemplar de esa primera edición puede venderse en más de 80 mil euros).
El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, fue una de esas novelas rechazadas. Como Daniel Cosío Villegas declinó publicarla en el Fondo de Cultura Económica, el escritor financió la primera edición.
El señor presidente fue la primera novela de Asturias y su libro más importante, tanto que le hizo recibir el Premio Nobel de literatura en 1967.
Con ella inició una fecunda tradición de escritores interesados en fijar literariamente las dictaduras latinoamericanas y que aún no termina, pues la tentación autoritaria ejercida a golpes o dulcificada con prebendas continúa siendo la ponzoña que aún envenena a nuestras sociedades.
Aunque escrita en París entre 1923 y 1932 al calor de las tertulias que Asturias tuvo con Alejo Carpentier, Uslar Pietri y Rafael Alberti, donde vieron la necesidad de escribir novelas sobre dictadores en los años 20, el origen de la novela se remonta a la adolescencia del escritor.
Los mendigos políticos es un relato escrito por el joven Asturias cuando iniciaba la carrera de derecho. Dice el escritor Uslar Pietri que su amigo pasó su adolescencia en un ambiente de angustia que implantó en Guatemala Manuel Estrada Cabrera:
“Era frío, inaccesible, mezquino, vengativo, dueño de todos los poderes que repartía a su gusto y antojo bienes y males… mandaba fusilar por sospecha… (y) también pagaba con largueza al poeta Chocano para que le recitara composiciones de ocasión”.
Ese cuento que fue el germen de El señor presidente y se convirtió en el primer capítulo de la novela.
Escribe Mario Vargas Llosa –en un texto publicado en la Edición Conmemorativa de la Real Academia de la Lengua de El señor presidente– que “todos los personajes que aparecen en el libro, militares, jueces, políticos, ricos y pobres, poderosos y miserables, son la encarnación misma del mal”.
Así como en los 20 de París, un grupo de escritores ideó en 1967 llevar a la ficción las dictaduras: Carlos Fuentes escribiría sobre Santa Anna, Vargas Llosa sobre Manuel A. Odría, Carpentier de Gerardo Machado, Cortázar de Perón, Monterroso de Somoza y Roa Bastos del Dr. Francia.
El proyecto no se hizo como esperaban, pero la idea fecundó: Carpentier publicó El recurso del método, García Márquez El otoño del patriarca y El general en su laberinto, Roa Bastos Yo el suprem o y Vargas Llosa La fiesta del chivo.
Hace 30 años, en el Encuentro por la libertad organizado por Octavio Paz, Mario Vargas Llosa habló nuevamente de las dictaduras: “Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas… encaja en esa tradición con un matiz que es más bien el de un agravante. México es la dictadura perfecta. La dictadura no es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México, es la dictadura camuflada.
El caso mexicano, señalaba Vargas Llosa, tenía características de la dictadura: “la permanencia, no de un hombre, pero sí de un partido”.
Yo no creo, decía Vargas Llosa, que haya en América Latina “ningún caso de sistema de dictadura que haya reclutado tan eficientemente al medio intelectual sobornándolo de una manera muy sutil”.
Creo que aún nos falta la novela de esa sutil dictadura que extendió sus métodos más allá de los sexenios del PRI. Cada día aparecen nuevas evidencias de las relaciones del poder y el mundo intelectual en el pasado reciente. Una de esas relaciones la vivió el propio Asturias cuando fue “huésped de honor” de Luis Echeverría, señalado en tribunales como uno de los responsables de la matanza de Tlatelolco y eximido del cargo de genocidio en 2009, durante el gobierno del panista Felipe Calderón.