Lo confieso, de inicio: estoy sumido, ahogándome en una intrincada maraña de sentimientos encontrados. Esta conmoción emotiva y síquica se ha ido acrecentando conforme la maldición que padecemos: la pandemia por el maldecido coronavirus continúa achicándonos –en todos sentidos– a los reyes de la creación.
La enfermedad no cede y la luz al final de este túnel por el que venimos transitando des-de hace un año no significa el “regreso a la nueva normalidad”. Y, como se acostumbra en el humor mexicano, en el que nada nos divierte más que los finales trágicos, esa luz que vislumbramos con inmenso regocijo no es la salida del averno, sino la puerta a un segundo turno que nos llevaría “a la ciudad del llanto, del dolor eterno, donde sufre la raza condenada”. ¡Abandonad toda esperanza!” (Así dramatizaba el divino Dante (Alighieri, aclaro. No se vayan a confundir). Los agoreros del fin del mundo, ya sea por su fundamentalismo (calificarlo de estúpido sería redundante) o por intereses muy materiales y cuantificables, son maestros en “fatigar el apocalipsis” ( Monsi, diría). Ahora nos aterran con la aparición de una segunda cepa del virus y nos campechanean las consecuencias. Dejamos la pandemia y entramos a la sindemia; es decir, las complicaciones de la pandemia. ¿Avanzamos?
Así entramos a las celebraciones navideñas y de fin de año. A la inveterada costumbre de olvidarnos por 15 días lo bregado y sufrido en los otros 350. Pero ahora la realidad nos conduce a entender que estos días son los peores en lo individual, familiar y colectivo que esta generación ha vivido o, ¿qué opinan de la información de Europa Press, Ap y AFP que nos dice: “Más devastador que la propia enfermedad será el impacto económico del coronavirus”, “Vaticina el director del Programa Mundial de Alimentos: los hambrientos aumentarán en 33 millones en 2021”, “El impacto socioeconómico de la pandemia será más demoledor que la propia enfermedad”, y una tristísima imagen: los niños han comenzado a olvidar el comer con cubiertos, otros han vuelto a usar pañales a medida que la pandemia avanza. América Latina y el Caribe suman 413 mil 838 fallecidos y 11 millones 673 infectados. Alejandro Alegría menciona que en México 47 por ciento de hogares experimentaron alguna dificultad para satisfacer sus necesidades alimentarias por falta de dinero en los pasados tres meses, aunque esta situación se agrava en cinco entidades. Así lo informó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. 14 por ciento de las familias reportó que los adultos dejaron de realizar alguna comida al día y 12 por ciento se quedó sin comer. La situación se acentúa en el sureste. De 162 millones de hogares que con necesidades alimentarias insatisfechas, en 32 por ciento de los casos un adulto sintió hambre, pero no comió; en 23 por ciento de las familias, algún adulto comió una vez al día o dejó de comer todo un día. Néstor Jiménez comentó que, en México, con una economía informal usual, estimada en 56 por ciento de los trabajadores antes de la emergencia sanitaria, cayó a 48 por ciento para abril. Recalca que, entre marzo y abril de este año se registró una pérdida de 10.4 millones de puestos informales frente a una reducción de dos millones de puestos formales.
Las agencias AP Y Reuters reportan que la situación regional empeorará cuando se midan los efectos de la pandemia de Covid-19. “Vamos a ver, por desgracia, un fuerte aumento en las cifras del hambre y malnutrición”, explicó Julio Berdagué, representante regional de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Agregó que “104 millones de personas en nuestro continente no pueden pagar una dieta saludable, no porque no haya comida, sino por la desigualdad económica”. En los próximos meses, 16 millones de habitantes de la región no tendrán la certeza de comer al día siguiente, lo que representa un aumento de 239 por ciento respecto a los 4.3 millones reportados en 2019. Alertó que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de Naciones Unidas, de la agencia humanitaria más grande de la ONU, cuya dirección ejecutiva recae en David Beasley, indicó que esto se dará por la suma de la pandemia y otros problemas endémicos de la región: desigualdad, fragilidad de las economías y vulnerabilidad ante fenómenos naturales. “Las familias pasan dificultades para comprar productos básicos, como comida y medicinas, mientras sus medios de vida se destruyen y el desempleo afecta a 44 millones de personas, una combinación fatal. Debemos actuar ahora y ser inteligentes. No se puede atender sólo el Covid-19 o sólo el hambre; se tienen que abordar juntos. Si lo hacemos bien, podemos salvar vidas, si no, la gente morirá”, dijo.
Y, para terminar, un último, críptico recado, para quien pudo haber hecho mucho por la UNAM y ojalá lo pueda hacer ahora por la educación pública nacional del país. ¡Ojalá!
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