La pandemia ha pegado hasta en el más recóndito rincón del planeta, con un elevadísimo costo –más allá del económico– que, hasta ahora, se traduce en más de 77 millones de personas contagiadas y cerca de un millón 700 mil muertos.La única esperanza es la vacuna –así, en términos genéricos, porque son varias las que están en ciernes–, aunque no todos los países tendrán acceso, porque nada ha cambiado: la desigualdad se mantiene como norma y la brecha entre ricos y pobres es mayor cada día.
Días atrás, The New York Times publicó que “los países prósperos aseguraron sus vacunas, pero ‘han vaciado los estantes’ para el resto. Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y otras naciones hicieron pedidos de vacunas que superan con creces a sus poblaciones, mientras muchas naciones pobres luchan por asegurarse las dosis que necesitan.
“Conforme avanzan los ensayos clínicos para encontrar las vacunas contra el coronavirus, los países ricos están creando una brecha extraordinaria para su acceso en todo el mundo, pues están reclamando más de la mitad de las dosis que podrían salir al mercado para finales del próximo año. Aunque muchas naciones pobres tal vez puedan vacunar a 20 por ciento de sus poblaciones en 2021, algunas de las más ricas del mundo han reservado suficientes dosis para inmunizar a las suyas varias veces. Estos países cubrieron sus apuestas con varias candidatas. No obstante, si recibiera todas las dosis que ha pedido, la Unión Europea podría inocular dos veces a sus residentes, el Reino Unido y Estados Unidos podrían hacerlo cuatro veces, y Canadá seis.”
De ese tamaño es la profunda desigualdad para intentar resolver un problema que es global, pero a cuya eventual solución sólo tendrán acceso aquellos que cuenten con dinero suficiente, aun si los gobiernos deciden vacunar gratuitamente. Hay que pagar, pues.
Pero más allá de la posible erradicación de la pandemia por medio de la vacuna, que se contrapone con la decisión de los países ricos de acapararla, el negocio para los laboratorios que la producen es de cuento de hadas, en el entendido de que el planeta es habitado por alrededor de 7 mil 700 millones de personas y todas ellas la requieren.
Bien lo dijo el presidente argentino, Alberto Fernández, cuando ciertos sectores pusieron el grito en el cielo por la presencia de una vacuna rusa: “ninguna de ellas tiene ideología”. Pero sí representan –cualquiera que sea su procedencia– un multimillonario negocio para los laboratorios.
Los contratos para adquirir las preciadas vacunas se han hecho con varios laboratorios y en diferentes proporciones, pero supongamos que todos los habitantes del planeta tendrán acceso a una dosis y que los gobiernos de cada uno de los países las distribuya gratuitamente, sin embargo, en cualquier caso hay que pagar. Por ejemplo, si todas las naciones se decidieran por la que elabora Moderna, entonces desembolsarían alrededor de 25 dólares por cada una, lo que hace un total de 192 mil 500 millones de dólares que se embolsaría el laboratorio respectivo. Para dar una idea de qué se trata, ese monto resulta equivalente al producto interno bruto (PIB) de Centroamérica.
En cambio, si el planeta en su conjunto optara por la vacuna desarrollada por Pfizer (cada dosis costará alrededor de 19 dólares), entonces el laboratorio se embolsaría 146 mil 300 millones de dólares, un monto equivalente al PIB de Kuwait o al de Ucrania.
La vacuna rusa –altamente efectiva, a pesar de la feroz campaña rusofóbica– cuesta menos de 10 dólares por dosis, y de aplicarse en todo el planeta representaría una erogación de 77 mil millones de dólares, algo así como el PIB de Omán.La que ofrece AstraZeneca costaría cerca de 6 dólares y representaría un ingreso de 46 mil 200 millones de dólares para el laboratorio respectivo, un monto ligeramente superior al PIB de Bolivia.
La más barata, según lo anunciado, sería la vacuna china de CanSino: alrededor de 4 dólares por dosis, que en dinero contante y sonante implicaría un ingreso de 30 mil 800 millones de dólares para el laboratorio, equivalente al PIB de Uganda.
Las rebanadas del pastel
Pobre Zacatecas: tan lejos de la democracia y tan cerca de los Monreal.