Estar vivo ya es motivo para festejar, opina Manuel Hernández Suárez Hersúa (Ciudad Obregón, 1940), a quien le fue otorgado el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020.
“El artista debe fomentar sentirse creador por naturaleza, provocar que se encuentre un potencial interno”, dice en entrevista el escultor y pintor sonorense, después de recibir la noticia del reconocimiento en el campo de bellas artes.
Expresa sobre el premio: “Yo no acostumbro esperar algo. Fue una sorpresa que me hayan considerado. Eso claramente es un aliciente. Me hace sentir más compromiso con el trabajo mismo”. El galardón llega en el año en que celebra ocho décadas de vida. “A esta edad empieza a decaer lo físico, pero mentalmente estamos igual”.
Hersúa es reconocido por su labor como artífice del Espacio Escultórico en Ciudad Universitaria. Durante la conversación, relata que el sitio prehispánico de Monte Albán, en Oaxaca, le causó una imagen muy fuerte, “de sentirme grande, con esa naturaleza alrededor”. Por eso, cuando se propuso la gran obra para la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), retomó ese sentido de estar fuera de la ciudad, aunque se ubica a unos metros de la avenida Insurgentes.
Esta área al sur de la capital del país se planeó entre las rocas volcánicas rodeadas por prismas de cemento en círculo con un movimiento geométrico, “es un espacio muy generoso, donde vuelves a aprender a mirarte. Ahí desaparece el título que tengas. Estás contigo, como un ser.
“Nosotros, en nuestra cultura, vivíamos con un sentido cósmico. Podemos regresar a eso, porque el Espacio Escultórico provoca tomar conciencia del cosmos; somos una partícula en él, pero podemos ser grandes si nos unimos al todo, por esencia”, apunta sobre la escultura monumental, que por defenderla fue encarcelado en 1986. Finalmente, se canceló la construcción de un hotel que la amenazaba.
“Cada obra tiene algo de nosotros, pero también tiene algo que nos provoca el conocimiento de algo nuevo.”
El espectador es un coproductor
Color, geometría y monumentalidad han sido parte del arte de la creación de quien forma parte de la llamada Generación de la Ruptura. Trabajó junto a Manuel Felguérez, Federico Silva y Mathias Goeritz. Ha sido crítico a los gobiernos y autor de polémicas opiniones.
“Yo pongo color a mis obras. Es decir, busco ese estado que tuve de niño, de no tener miedo a los colores, porque es un sentimiento. Yo siento el color, lo vivo y lo coloco.”
Actualmente, el académico universitario se mantiene muy ocupado. Además escribe un libro. Respecto de la labor escultórica, en su obra más reciente retoma el arco maya para traerlo a este tiempo. “Ahora estoy trabajando una serie de puertas del sol. Estoy encontrando una veta; me emociono con eso. Siempre que terminas con una etapa te llega una especie de vacío”.
Pero considera que “nosotros somos cuando estamos con nosotros mismos en soledad. En ese vacío que para muchas personas es un problema, los productores como yo siempre requerimos el vacío, debemos aceptarlo como parte de la naturaleza. Es decir, nos hace ver que tenemos una relación mutua con la naturaleza”.
Fundador del colectivo Arte Otro, considera que el espectador tiene la capacidad de significar la obra del artista. Es decir, es un coproductor. “Esa es la novedad en nuestro tiempo. Antes al público se le decía qué creer”. Esperaría esta experiencia en quien se pose frente a su escultura Ovi, de cemento y lámina de cobre, colocada en el exterior del Museo de Arte Moderno.
Y no hay dos personas igual, ni en la naturaleza, lo cual “debería ser suficiente y fundamental para exclamar: ¡Soy único, no tengo por qué competir, soy singular! Estar vivo es motivo suficiente para estar bien”. Sin embargo, tiene la impresión de que las personas se enferman, pero de miedo.
Es necesario regresar a la naturaleza, porque es nuestra esencia. “Uno tiene que dialogar con el interior, que es la verdad”, afirma Hersúa, en medio de los 80 años, celebrando la vida y observando al cosmos.