El martes fue un día muy difícil; uno de esos en que nos sentimos fuera de todo y abandonados. Creo que mi malestar se debió a las noticias alarmantes acerca del número de contagios y fallecimientos a causa del Covid; y también, aunque suene egoísta y superficial, a que nadie tocó a mi puerta y no recibí llamadas. Pude hacerlas yo, pero el desasosiego me tenía aturdida.
Varias veces consulté mi correo y entre los mensajes no encontré siquiera uno personal; en cambio, abundaban las sugerencias para tratamientos de belleza, ropa con fabulosos descuentos, cenas, brindis a distancia y todo lo necesario para hacer de esta “la mejor de las navidades”.
Para alcanzar la meta de la felicidad navideña sería suficiente con ceder a una de varias tentaciones: comprarse un viaje a las islas griegas, un automóvil con asientos de piel y quemacocos, una casa colonial en un pueblo mágico, una caja con doce diferentes vinos importados. En la lista también estaba otra opción: renovar el departamento.
Por simple ocio, volví a leer las varias rutas hacia la dicha. Desde el principio quedaron descartados el automóvil de lujo y la casa colonial, de modo que sólo la última estaba dentro de mis posibilidades, aunque me pareció muy improbable que fuera a tener ánimo para remodelaciones. En cuanto a las islas griegas, esta y todas las siguientes navidades permanecerán tan lejanas de mí como han estado siempre.
II
En medio de tantos horrores y malas noticias, en mi familia se ha dado un cambio: aunque no podamos visitarnos, procuramos tener más comunicación. A eso atribuyo que mi prima Fanny haya reaparecido. Hoy me llamó temprano para avisarme que estamos en semáforo rojo –cosa que ya sabía– y también para preguntarme si necesito algo y cómo me he sentido.
A riesgo de aburrirla, hablé con la verdad. Le dije que el martes había sido un día pésimo y que el encierro se me estaba volviendo intolerable. Mi departamento, que siempre me pareció de un tamaño ideal, me resultó asfixiante. Ya estaba harta de ver todo el tiempo las mismas paredes, los muebles de siempre. En caso de tener otra crisis, ¿cómo iba a controlarla?
Fanny me confesó que ella acababa de padecer un trance idéntico y que lo había superado sin necesidad de medicamentos, con sólo cambiar de sitio los muebles y echando fuera las cosas inútiles o que le traían malos recuerdos. “Con eso –dijo– sentí como si me hubiera mudado de casa.” Me pareció que remodelar la casa debía tener algo muy estimulante, ya que con tanto entusiasmo me lo había recomendado mi prima. De inmediato pensé en seguir su ejemplo y también en que para ella las islas griegas siempre estarán distantes.
III
Mientras recorría la sala-comedor para analizar las posibilidades de cambio en el mobiliario recordé algo que tenía olvidado: cada año, una semana antes de la Navidad, mi prima Celia se dedicaba a redecorar su casa. Por esas fechas llegaban a visitarla sus suegros y quería causarles una buena impresión. Pensé en mi amigo Tomás: cuando pudiera volver a verme lo sorprendería gratamente con los cambios.
Estimulada por ese objetivo me puse a trabajar, consciente de que, sola, no podría mover de su sitio los muebles pesados y me concentré en los que son simplemente decorativos. Me tomó más de medio día buscar la mejor luz para los cuadros, el tapiz que me regaló mi hermana Telma durante la única Navidad que pudimos pasar juntas. Cambié de pared los retratos y el espejo. Busqué el rincón donde pudieran lucir más las “luchitas”, así les digo a las dos sillas con asiento de bejuco que le compré a Luz antes de que se fuera a Los Ángeles para reunirse con su única hija.
Terminé a las cinco de la tarde. Estaba cansada y hambrienta, pero quise darle un vistazo general a los cuartos. El resultado era bastante bueno y, sin embargo, no estaba satisfecha. ¿Por qué? Pospuse la respuesta para otro momento y me alegré de haber seguido el ejemplo de Fanny. Gracias a eso no estuve esperando llamadas ni mensajes y tampoco vi en mi confinamiento una experiencia amarga; por el contrario, le encontré ventajas: una de ellas, haber tenido tiempo para remozar mi departamento.
IV
Sonó el teléfono. Era Fanny. Me preguntó cómo andaba de ánimo. Le dije que muy bien, mucho mejor que los días anteriores, sin angustia y sin miedo al encierro. Mi comentario la hizo feliz: “¿Ves que tuve razón cuando te dije que hacer cambios en tu departamento serviría para quitarte el fastidio por tanto encierro. Dime, ¿no sientes como si estuvieras viviendo en otra casa?”
Eso, precisamente eso, hacerme sentir en otra casa, era lo que me disgustaba de la remodelación. Colgué el teléfono y me puse a devolver a sus antiguos lugares los cuadros, el tapiz, las sillas, los retratos y todo lo demás que había sacado de su antiguo sitio. Terminé exhausta, pero tan feliz como quien, luego de un largo recorrido por las islas griegas, vuelve a su casa.