Al recordar el fatídico año de 1994 y mis experiencias en el Consejo ciudadano del IFE, me vino a la memoria la presencia de Jorge Carpizo, secretario de Gobernación y por ende presidente del IFE designado por Carlos Salinas en la emergencia de enero de aquel año.
Carpizo para entonces tenía ya una carrera espectacular. Había sido rector de la Universidad, ministro de la SCJN, fiscal general y primer ombudsman nacional. Salinas lo nombró por su prestigio, sobre todo su imagen de rectitud. Su nombramiento coincidió con la ciudadanización del IFE y la certeza generalizada de que el conflicto social se desbordaría en aquel año de elecciones presidenciales.
Ajeno al ambiente universitario, yo no lo había tratado, pero sabía de la defensa que había hecho de la Universidad. Lo recuerdo sonriente, astuto, muy hábil para lidiar con los representantes de todos los partidos y con nosotros los consejeros. Preparaba con esmero cada junta y mantuvo una disciplina firme y flexible. Sacó adelante al IFE, a las elecciones del 94 y al sistema político.
Un incidente que puso a prueba los nervios de todos fue cuando Carpizo le renunció al terrible Salinas y provocó una sacudida nacional. Todos los consejeros ciudadanos que habíamos aprendido a simpatizar con él fuimos a rogarle que retirara la renuncia. Él lo hizo y Salinas aceptó poner en orden a los gobernadores (cuyas maniobras incontrolables fueron la causa de la renuncia de Carpizo según suponemos).
Me pregunto cuál es el legado de Carpizo. Lo conocí y aprendí a admirarlo en los meses en que fue presidente del IFE. En la Universidad valoran mucho sus 17 libros y centenares de conferencias y ensayos, es decir, su aportación académica.
Yo destacaré su valentía, que en un país de sometidos destacó al plantear, cuando fue rector, las fortalezas y debilidades de la Universidad y desafiar así las resistencias de la mediocridad. Carpizo se expuso y perdió ante una reacción disfrazada de izquierda que condenó a la Universidad a seguir un trayecto de empeoramiento progresivo.
El otro signo de valentía que destaco es su vigorosa defensa de la democracia que conmovió al país. No lo arredró el poder presidencial ni las otras circunstancias sociales y políticas adversas. El país necesita que ese espíritu de rectitud y valor contamine a todos los que cumplimos una tarea pública.