Ciudad de México. Había una vez un niño que cumplió sus sueños de ser un vaquero feliz correteando animales por el desierto. Cuando llegó su juventud, pasó algunos años aburrido estudiando lo que a sus padres les parecía “serio”, nada que ver con la escultura o la filosofía que él quería. Un día, aquel muchacho, decidió comenzar de nuevo en la universidad, pese a las voces que le decían que ya no podía, pues ya tenía su profesión de abogado.
Contra viento y marea, se inscribió de nuevo en una licenciatura y México ganó entonces a uno de sus más grandes historiadores: Alfredo López Austin (Ciudad Juárez, 1936), hoy galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020 en el campo de historia, ciencias sociales y filosofía.
“Fue un camino largo, pero mi terquedad triunfó, y apenas entré a la carrera de historia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), de inmediato se unieron mis dos intereses: los pueblos indígenas y los dioses. Comenzó un disfrute pleno, no quería terminar de estudiar y de plano me seguí con la maestría, con el doctorado; o sea, gocé plenamente la Facultad de Filosofía y Letras”, dice un radiante López Austin, siempre con la sonrisa a flor de piel.
Una vida de sorpresas y entusiasmo
En entrevista con La Jornada, el autor de decenas de libros y publicaciones donde analiza la cosmovisión y mitología de Mesoamérica reconoce que, luego de tantos años de investigaciones, le sigue entusiasmando y sorprendiendo el pensamiento del México antiguo, “es un mundo difícil de entender, no sólo por la distancia del tiempo; por eso tiene uno que dedicarse de lleno a su estudio, lo cual no es una carga, sino un hábito cotidiano.
“Despierto y me acuesto con un montón de incógnitas e inquietudes; a veces, hasta en sueños trato de resolver aquel pensamiento. Lo gozo plenamente. Es un trabajo de mucho esfuerzo; no hablo de sacrificio, al contrario, es mucho trabajo, pero muy gozoso. Tengo un cajón lleno de temas, tengo que estar escogiendo, porque sé que para lo que queda no voy a resolver todo, no me alcanzará el tiempo. Es mucho lo que no sé y mucho lo que me inquieta; entonces, disfruto no tanto del conocimiento, sino de la ignorancia que me abre todos los días nuevas inquietudes”.
Al conocerse la noticia del premio a López Austin, este viernes las redes sociales estallaron en felicitaciones al historiador, sobre todo de decenas de alumnos que abarrotan auditorios cuando el maestro ofrece conferencias.
El investigador emérito de la máxima casa de estudios se enteró que había recibido el Premio Nacional de Artes y Literatura 2020 primero por una alumna, que lo vio en las noticias, luego le llamó uno de sus dos hijos para felicitarlo; hasta la tarde del 18 de diciembre le llegó la notificación oficial.
Menciona que aún no ha pensado qué hará con el monto de su premio, pues “con saberme ganador ya estoy satisfecho y más que feliz”. Recibirá una medalla de oro, 823 mil 313 pesos, un diploma firmado por el Presidente y será incorporado como Creador Emérito al Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Con orgullo, el investigador aplaude que los jóvenes que llegan a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM lo hacen “totalmente motivados, y uno como profesor debe responder a ese entusiasmo y fomentarlo. En general, los estudiantes de universidades públicas son generaciones muy ávidas de conocimiento; no es una labor nada difícil seguir impulsando ese afán”.
Por eso, en estos tiempos de confinamiento, el galardonado lamenta el encierro que están viviendo niños y jóvenes “que de por sí son generaciones a las que les falta mucho el trato humano, el trato social; con esto la situación se agrava.
“Es necesario ver al semejante, pero verlo directamente, a los ojos, captar los gestos. Es necesario tocar al vecino, al dialogante; es necesario el abrazo, el beso, el tener un trato más de contacto, sobre todo emocional y de amistad, de amor. No podemos convertirnos en visualizadores y tentadores de pantallas negras.
“Francamente no sabemos en qué va a parar esta pandemia, ni en nuestro país ni en el mundo. Nos hacemos la ilusión de que conocemos qué va a suceder, pero no sabemos ni siquiera cuáles van a ser las consecuencias de este virus en nuestras vidas. Las consecuencias se cargan mucho hacia lo económico y, por desgracia, hacia las clases más desprotegidas. Es una gran tragedia que no hemos dimensionado, ni podemos hacerlo.
“Ahorita estamos jugando con factores de aislamiento, pero no podemos adivinar qué sigue. Deberíamos ser más conscientes de que estamos en la época de la incertidumbre, incluso en lo emocional. Pensamos en salidas fáciles, pero no las hay.”
Las reflexiones de López Austin continúan hacia eso que llama su “futuro desconocido en su longitud, pero con conciencia de que no es muy prolongado”, y afirma, contundente: “para mí, no hay Mictlán, no hay Tlalocan; para mí, la muerte es la destrucción total, es: ‘ya me acabé, ya ni modo, se fue lo que me hacia existir’. Por un lado se ve el fin próximo y claro, no es nada agradable, pero uno es consciente.
“Puedo decir que es un fin que implica tranquilidad, ni siquiera un tránsito. Espero que cuando muera, que pongan lo que quieran, pero nadie deberá decir: ‘ya descansa’. No, no descanso, ya no soy, se acabó todo, y la obra ya no importará tampoco. Alfredo no será ni polvo.”