Las paredes de la Casa Villarino destilan historia: en ese bar de Río de Janeiro los míticos Vinicius de Moraes y Tom Jobim se conocieron e iniciaron una amistad que cambiaría el mundo con la Bossa Nova.
Pero desde que la pandemia obligó a los cariocas a trabajar desde casa y vació las oficinas del centro, el emblemático bar fundado en 1953 no tuvo más remedio que cerrar, esperando una mejora de la situación sanitaria y económica.
“El Centro parece una ciudad fantasma. Normalmente servíamos entre 80 y 100 platos diarios. El día que cerramos (16 de noviembre) tuvimos un solo cliente”, ilustra la dueña, Rita Nava, viuda de Antonio Vázquez, el último de los socios españoles que dirigió el lugar casi desde el inicio.
Reducto de artistas, políticos e intelectuales de la época, el Villarino conserva las cerámicas del piso, las mesas de mármol y las sillas de cuero carmín originales que le dan un aire de bar parisino congelado en el tiempo. El poeta Vinicius de Moraes lo frecuentaba desde sus días de diplomático: desembarcaba del aeropuerto Santos Dumont directo al bar, donde tenía mesa reservada en un rincón.
Allí le presentaron en 1956 al joven pianista Tom Jobim para musicalizar su obra Orfeu da Conceição, cuenta Nava, que reconstruyó las historias del lugar decorándolo con fotografías, textos y antigüedades. De ese encuentro salieron joyas creativas, como la célebre Garota de Ipanema.
En calles como Carioca o Sete de Setembro se multiplican los letreros de “se alquila”, los vendedores informales, los mendigos y las personas adictas a las drogas. “Esto ya era un problema antes, la pandemia sólo lo agravó“, cuenta Claudio Hermolin, presidente de la Asociación de Dirigentes del Mercado Inmobiliario. Según un estudio, el Centro ya tenía unos 8 mil inmuebles vacíos, abandonados o muy poco aprovechados. Ahora son 14 mil.
La Asociación Brasileña de Bares y Restaurantes estima que del millón de locales registrados en el país, 30 por ciento cerró desde el inicio de la pandemia, que ya dejó 180 mil muertos. Cuando la Casa Villarino anunció que bajaría cortina, las redes sociales se inundaron de mensajes afectuosos de clientes y amigos.
Para honrar la historia de Río y la memoria de su esposo –inmigrante gallego que empezó lavando platos y terminó como dueño–, Rita Nava espera reabrir cuando haya vacuna y el Centro recupere cierta normalidad. Pero a punto de cumplir 80 años y sin herederos deseosos de continuar con el negocio, busca inversionistas que abracen la causa de “mantener encendida la llama” de esta esquina histórica.
“En todas las ciudades del mundo la cultura está en el Centro, donde todo empezó. No podemos dejar que esto se olvide”, clama Rita.
Afp