Las expectativas de consolidación del proyecto llamado Cuarta Transformación (4T) en el segundo año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fueron arrolladas por un fenómeno de corte mundial que afectó en especial a países con estructuras públicas muy debilitadas, como México, donde el político tabasqueño recibió el terrible legado de la corrupción y la ineficacia de gestiones anteriores, las del depredador priísmo histórico (en general, de 1940 a 2000), de la Docena Trágica del panismo (el embotado Vicente Fox y el funerario Felipe Calderón) y de uno de los peores priístas “modernos”, Enrique Peña Nieto.
El disminuido, pero aún muy alto bono de confianza social emitido en 2018 a favor de quien hoy preside la República, su hiperactivismo propagandístico y el control expansivo de muchas áreas del Estado mexicano (los poderes Legislativo y Judicial y varios órganos “autónomos”) ha permitido al oriundo de Macuspana batirse en defensa presupuestal de sus proyectos estratégicos, pero las expectativas para 2021 son complicadas por la acumulación y crecimiento de la crisis pandémica y sus consecuencias económicas.
A favor de AMLO y la mencionada 4T ha estado el hecho de que sus opositores no han podido superar el juicio contundente de la ciudadanía en su contra y no cuentan con un programa político creíble (¿que la ciudadanía les dé oportunidad de resolver lo que ellos causaron?) ni liderazgos convocantes y respetables (¿Claudio X. González, Gustavo de Hoyos, Felipe Calderón, Marko Cortés, Ricardo Anaya, los Chuchos, el troyano Alito Moreno? “¡Puaj”, como exclamaría Mafalda al ver a la mesa “otra vez sopa”).
Sin embargo, el corporativo partidista-empresarial bautizado como Sí por México ha puesto sus veladoras en el altar de la próxima administración estadunidense, tratando de generar la impresión y volverla realidad, de que hay un distanciamiento político entre Palacio Nacional y el próximo ocupante de la Casa Blanca.
De pronto se han multiplicado los puntos de roce real o presunto: la Ley de Seguridad Nacional y la regulación a los agentes extranjeros, en especial los de la DEA; la embajada de Estados Unidos puntualizando que confía en mantener con México “una sólida relación de seguridad”; las modificaciones Monreal-Salinas Pliego en relación con el Banco de México y el riesgo del lavado de dinero; la felicitación andresina a Biden, tardía y con líneas entendibles como fuera de momento; la renuncia de la embajadora mexicana Bárcena y el diplomáticamente descuadrado destape de Esteban Moctezuma para el relevo y la llegada a nuestro país de 500 médicos cubanos, por citar casos propicios para intrigas fuertes en Washington.
López Obrador, a su vez, está elevando el nivel de confrontación con sus adversarios históricos (la IP, indignada por el aumento al salario mínimo; detención de ocho activistas relacionados con el zapatismo, partícipes en la ya larga toma de edificio del instituto de asuntos indígenas), en un proceso de enardecimiento de sus bases que constituyen su muy sabida carta social y electoral bajo la manga, movilizables y dispuestas a la batalla y la resistencia en el electoral año en puerta.
No le ayudan Morena y sus reyertas por las candidaturas ni el oficio político primerizo de Mario Delgado en temas partidistas. Pero tampoco necesita Andrés Manuel de alguien más allá de sí mismo. Así se perfila la que no será la Madre de todas las batallas electorales, la de 2021, pero sí la más cargada de puestos a decidir de toda la historia electoral mexicana y preámbulo del definitorio 2024 que ya bulle.
Ésta es la última columna del año en curso y su publicación se reanudará el lunes 4 de enero. Gracias a quienes acompañaron en 2020 los teclazos astillados. El autor desea a sus lectores feliz Navidad y un 2021 que permita remontar progresivamente los múltiples destrozos institucionales, sociales, económicos y culturales que provocó (añadió) el Covid-19. ¡Que lo que venga, sea mejor!
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