Las catástrofes en el mundo casi nunca llegan solas. Siempre van acompañadas por otras tragedias o desastres naturales y, en ocasiones, como producto de la falta de seriedad e irresponsabilidad de las personas. Ni en México, pero tampoco en el mundo entero, estábamos preparados para recibir, combatir y corregir la pandemia que nos azotó desde febrero y marzo de este 2020. Tampoco sabíamos la complejidad y agresividad del coronavirus, ni mucho menos el tiempo que duraría o la afectación profunda que ha tenido entre todos los integrantes de la comunidad internacional.
De pronto nos dimos cuenta de lo serio y difícil que ha sido frenar su expansión y reducir el número creciente de contagios y fallecimientos, ya que seguimos en la lista de los países más vulnerables. A pesar de todos los esfuerzos y de las actualizaciones del sistema de salud, no hemos podido controlar y menos terminar con el Covid-19. La posibilidad de contar con las vacunas genera una esperanza de acabar con esta tragedia y sus consecuencias para reforzar el ánimo y la confianza de la población.
Precisamente en lo personal caí víctima del virus, cuando tenía la ilusión de que se iba a poder librar hasta la fecha en que apareciera un sistema de inmunidad que fuera efectivo. Afortunadamente ya estoy de salida del contagio para regresar con más fuerza y energía a la diaria actividad. Nos encontramos en un momento en que, probablemente dentro de unas cuantas semanas más, lo vivido será un recuerdo del serio problema que azota a la humanidad.
En este proceso llegué a estar precisamente unos días internado en el Hospital Civil Militar, que depende de la Secretaría de la Defensa Nacional. Desde que ingresé fui recibido con mucha amabilidad y un trato diferente al que algunas personas piensan que se practica en esos lugares. Por el contrario, fueron sumamente atentos y profesionales, desde el general secretario y el director general, los especialistas en inmunología y en especial todo el personal de tenientes, capitanes, mayores, coroneles, enfermeras y camilleros militares y civiles entregados solidariamente a cuidar y atender a todas las personas con el padecimiento, quienes arriesgan su salud y su vida también, incluso llegan al límite de su capacidad y esfuerzo sensible y compasivo.
Son unos verdaderos héroes anónimos, que al igual que en la mayoría de los hospitales y clínicas de México hacen un esfuerzo enorme para proteger y curar a todas las personas, sin distinción de sexo, edad, estrato social, político o profesional. Es un enorme gusto ver ese movimiento constante de personal médico revisando, cuidando, dando fe y esperanza a todos los enfermos. Quizá suceda así en todos los países, pero en el nuestro hay un gran calor humano que no siempre se obtiene en otros medios, procedimientos y procesos que nos debe hacer sentir muy orgullosos a los mexicanos de reconocerlo y valorarlo con todo lo trascendental que eso significa.
De ahí que en el Senado de la República se aprobó por unanimidad que este año se otorgue el mayor reconocimiento que da la nación, constituido por la Medalla Belisario Domínguez a todas las mujeres y hombres que están dedicados en cuerpo y alma a esta noble tarea. Se merecen eso y mucho más. También que todos cobremos conciencia y actuemos en consecuencia de que cuidarnos, respetar y cumplir todas las normas y protocolos en materia de salud es vital para el futuro de las personas y la sociedad.
Una enorme lección que debemos aprender es que invertir en salud, lo mismo que en educación, no es un gasto, no es algo que puede descuidarse y sólo utilizarlo en discusiones o planteamientos rimbombantes de políticos que los aprovechan para proyectarse o crearse una imagen que les ayude a consolidar sus ambiciones de poder y de riqueza. Esta crisis de salud y de incertidumbre se podría haber atenuado al grado que se ha presentado, al menos si durante los pasados 30 o 40 años las administraciones que nos gobernaron se hubieran preocupado y actuado en consecuencia, al planear y preparar nuestros sistemas, aparatos, medicinas e infraestructura para afrontar cualquier eventualidad, asegurando y protegiendo la vida y salud de los mexicanos.
Desafortunadamente en nuestra nación no tenemos una mentalidad ni visión o sensibilidad para planear o anticiparse al futuro, ni a los riesgos ni expectativas de cambios y saltos bruscos en la salud, la cultura y la educación. Cuando uno estudia a los países desarrollados con políticas y gobiernos que se guían por la democracia social y piensan en el bienestar y la dignidad de las personas, estas crisis no suceden en la misma magnitud o no impactan igual porque se prepararon desde hace muchos años, planearon sus decisiones pensando en el destino y el porvenir de la mayoría y a eso responsablemente se dedicaron.
Los ingresos y excedentes que obtuvieron en la explotación y transformación de sus recursos naturales y de sus estructuras productivas e innovación tecnológica las aplicaron correctamente y por eso la educación y la salud son gratuitas en esos países de Escandinavia, o sea, Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca e Islandia, al igual que en Inglaterra, Canadá y otros casos más que verdadera y humanamente se dedicaron a servir a los demás.
En esas naciones los impuestos son elevados, pero la conciencia, la ética y la moral también son muy adelantadas, frente a otros casos en donde ni siquiera existe la consideración o la percepción social de que hay que pagar impuestos y constituir los fondos de pensiones más elevados posibles. En nuestros países lamentablemente la creatividad y la imaginación han sido más impulsados para actuar en sentido contrario, esto es, en fomentar la corrupción y el cinismo. Es urgente e indispensable en nuestro caso cambiar y transformar radicalmente el presente a fin de construir un destino mucho mejor para esta y las futuras generaciones.