Turín. A los 80 años, Augusto Grilli recuerda emocionado el regalo de Navidad que recibió hace tres cuartos de siglo, un pequeño teatro con 12 marionetas, entretenimiento que se convirtió en su profesión y pasión para toda la vida.
“Fue en 1946, la primera Navidad después de la Segunda Guerra Mundial, una celebración marcada por la alegría, en un momento muy especial. Me desperté y entre los regalos del Niño Dios había una caja grande con un pequeño teatro y títeres: fue amor a primera vista”, relata el elegante octogenario italiano, con corbata azul y chaleco.
El niño Augusto, que vivía en Turín, comenzó rápidamente a mostrar su talento.
“Monté un espectáculo y me hicieron ir a todas los grupos de la escuela primaria porque los niños se divertían mucho”, recuerda.
Mientras prestaba sin problema sus juguetes, no dejaba que tocaran por ningún motivo sus preciosas marionetas. “Ningún niño tenía derecho a tocarlas”, asegura Augusto, quien considera que “el teatro es como un lugar sagrado”.
Su adorado pequeño teatro blanco con bordes dorados ha sido cuidadosamente empaquetado en una de las innumerables cajas de plástico que serán enviadas al Museo Internacional de Títeres (Mimat), que se inaugurará en 2023 en un parque de Turín, financiado por instituciones públicas y privadas.
La familia Grilli tiene una colección con más de 20 mil objetos –teatros, títeres, sombras chinas, siluetas, etc– procedentes de todo el mundo, incluidos dos mil de Oriente, realizados en el siglo XVIII.
Además de exposiciones, el museo programará espectáculos en un teatro para 120 personas y contará con talleres de restauración y un centro de documentación.
La idea del museo fue lanzada hace 20 años por Augusto y su esposa Mariarosa, de 78 años, pero pudo concretarse apenas ahora gracias a su hijo Marco, también titiritero.
“Queremos crear una fundación para que este patrimonio no se pierda y para que no se pierda ante todo la tradición”, explica el octogenario.
Sólo quedan siete mil artistas
“En Italia, antes de la Segunda Guerra Mundial había 40 mil compañías de titiriteros que viajaban por toda la península. Inmediatamente después de la guerra, el número se redujo a siete mil”, cuenta.
“Hoy en día sólo de dos mil a tres mil titiriteros trabajan con los títeres de hilo, marionetas y unos 400 o 500 con títeres de mano, pero sólo unos pocos vale la pena de ver”, asegura.
“Explicar lo que siento cuando estoy en el escenario es imposible de describir, es algo muy profundo. El titiritero es parte de la marioneta, la cual a su vez es parte de éste”, sonríe divertido frente a un muñeco de hilo.
Por “exigencia paterna”, Augusto estudió ingeniería mecánica y hacía exhibiciones sólo para los amigos o en las escuelas.
En 1978 comenzó a trabajar profesionalmente como titiritero, con un lema: respetar la tradición.
Por ello, sus espectáculos para niños y adultos incluyen obras líricas como La flauta mágica, de Mozart, o El barbero de Sevilla, de Rossini.
En su pequeño taller, a pocos pasos del Alfa Teatro, el cual inauguró hace 30 años junto con su esposa, Augusto restaura sus preciosas criaturas.
En un cajón descansan decenas de cabezas, mientras en una vieja caja de madera resaltan miles de ojos. “De tanto usarlos, los títeres se estropean”, explica, indicando el zapato arruinado de uno de ellos.
Al vivir inmerso en ese universo mágico desde su más tierna infancia, su hijo Marco se contagió a los 14 años, edad en la que presentó su primer espectáculo ante el público.
Para diferenciarse del padre, eligió títeres de mano, porque encarnan el “entretenimiento, ser niños y querer seguir jugando.
“Es una manifestación muy pura del actor, que decide sacrificar su egocentrismo para transmitir emociones a través de los títeres”, subrayó el artista, de 47 años, premiado como Mejor titiritero de marionetas de Italia en 2010.
“Cuando comienzas a frecuentar este mundo, no lo dejas nunca más”, explica Marco, que sueña con que “el concepto de títere perdure en el futuro”.