Al finalizar este contaminado año se impone un análisis de la actualidad pública nacional. Con este fondo y forma destacan belicosas posturas encontradas por sendos bandos opuestos. El gobierno y su líder apuntan hacia una ruptura con el régimen prevaleciente a su llegada al Ejecutivo. En el anverso de esta iniciativa se ha ido presentando una recia contestación de todas las acciones, políticas y movimientos oficiales. No hay, al parecer, tregua de los actores de este que ya es todo un drama nacional. El Presidente López Obrador no ha dado su brazo a torcer en la ruta que se decidió, frente al electorado, desde el inicio de su ya largo peregrinar por la República. El entramado opositor tampoco cede un milímetro en sus opiniones, críticas y francos ataques. Ante cualquier circunstancia y motivo, por más baladí que pueda parecer, expresa sus posturas de manera por demás terminal. Nada de lo actuado, propuesto o contrariado desde Palacio Nacional en estos dos años ha sido acertado o benéfico para la nación. Es más, el cuadro reactivo incluye, la mayoría de las veces, escenas catastróficas para acentuar la validez de su argumentación.
La polarización que, a cada paso expresan críticos y opositores como realidad evidente, corre, según sus acusaciones, a cargo del Ejecutivo y sus inventadas mañaneras. Es ahí donde se condensan los alarmistas temores de quienes ven en ese foro público una amenaza a sus libertades. Más todavía, se alega, con toda la fuerza difusiva a su disposición, que es ahí mismo donde, diariamente, AMLO ataca de lleno a la sustancia de la libertad de expresión. La vida democrática de la nación, según este clamor de la oposición, está en riesgo de perecer. A partir de este supuesto, por demás endeble, se levanta toda una andanada regresiva. Alternativa que plantea, de manera encubierta, distintos escenarios de vuelta al anterior orden establecido. Esto último no lo dicen de manera explícita, pero se adivina a las claras en el fondo de sus fieras críticas.
La formulación es contundente: AMLO está destruyendo todo el andamiaje institucional. Una tajante afirmación que no se anda por las ramas. Es tan abarcante que no deja resquicio para el acuerdo, ni siquiera para la polémica. Lo que ocurre con toda esta manera y formas de gobernar se formula desde los micrófonos opositores, conduce a un final previsto: la catástrofe. Lo curioso, para este tipo de exageraciones, lo presentan masivos apoyos ciudadanos a la marcha del gobierno por el que volvería a votar una mayoría aplastante.
Por todos lados se escuchan y leen opiniones que postulan un Ejecutivo enemigo de los organismos reguladores, ese vasto archipiélago de entidades diseñadas por el viejo régimen para balancear al Ejecutivo y hacer más fácil su captura por los poderes fácticos. Grupos de presión que intentaron (tal vez consiguieron) reducir al Estado en su misión conductora para cederla a la “magia del mercado” (eufemismo de la mafia del poder). Ciertamente, en el vasto universo de tales organismos hay algunos que bien podrían desaparecer sin merma para la eficacia oficial o la vida democrática. Otros podrían achicar sus aspiraciones de contrapesos al poder o verse a sí mismos como adicionales entes a los estipulados por la Constitución. El remate para cimentar la crítica concentradora de poder, en boga aceptada, se concreta en la supuesta tendencia de capturar al Poder Judicial, afán calificado de perverso para amasar, sin límite racional, el poder político en manos presidenciales. En esta labor fanática colabora, según versión maléfica, la propia Suprema Corte.
Al cierre de este trágico año de desgracias colectivas, varios asuntos se ligan para acentuar divergencias. Lo forman tópicos de naturaleza económica: las pensiones –masivo usufructo del sistema financiero– y los incrementos salariales venideros. Bien se sabe que el meollo del modelo concentrador estriba en la contención salarial, vigente realidad de cuatro funestas décadas. La transferencia de riqueza del trabajador al capital durante todo este malhadado tiempo, ha sido desmesurada, inhumana y contraproducente para el crecimiento. Pero la oposición se resiste, con toda su indignada belicosidad, a ceder tan lucrativa trinchera. Dará pelea palmo a palmo, tal y como lo hace con el llamado outsourcing. Crucial palanca para extraer –junto con el insourcing– toda la posible riqueza generada por el trabajo. La decidida manera de abordar tan peliagudos asuntos desde Palacio Nacional no deja dudas: se va por firme ruta para responder a los ciudadanos olvidados y cuidar tanto su bienestar como sus derechos.