El día en que Joe Biden fue reconocido oficialmente como presidente electo de Estados Unidos se dieron a conocer dos significativas salidas de foro: en el país vecino, la del procurador de Justicia, William Barr, quien físicamente dejará el cargo antes de Navidad; y el anuncio del retiro adelantado de la embajadora de nuestro país en el de las barras y las estrellas, Martha Bárcena.
El caso de Barr es una muestra del fracaso de fanfarronería electoral que protagonizó Trump al pretender desconocer los resultados, no oficiales en estas semanas anteriores, pero ya con firmes visos de ser irreversibles, a favor de Biden. Barr, aliado firme de Trump, reconoció en días pasados que su oficina y el Departamento de Seguridad Interior no habían encontrado evidencias de fraude electoral. Con esa declaración, equivalente a un desmontaje desde las entrañas del trumpismo, pocas dudas quedaron de que el berrinchudo aún domiciliado en la Casa Blanca no tendría buen puerto para sus extraños planes de reelección forzada.
El caso de la embajadora Bárcena, por su parte, no afectará a personajes de poder, sino lo contrario. Marcelo Ebrard ha mantenido una cerrada contienda con la representante oficial de México en Washington, lo cual ha producido desde discordias en cuanto al protocolo de reuniones internas hasta una disonancia constante que ningún otro miembro de la nomenclatura andresina se permite ante el virtual vicepresidente de la República.
La embajadora Bárcena tiene una carrera diplomática consistente y seria, que hizo que se viera con naturalidad su designación ante el país vecino, sin que se pretendiera que hubiera influido su relación de matrimonio con Agustín Gutiérrez Canet, un periodista luego convertido a la diplomacia que es tío de Beatriz Gutiérrez Muller. Ha de decirse que Gutiérrez Canet (embajador jubilado) ha mantenido una posición pública, como articulista en un diario de circulación nacional, de ejemplar apego a sus convicciones y valoraciones, sin concesiones analíticas en razón de sus referencias con el primer círculo de Palacio Nacional.
Con la salida de Bárcena se consolida el poder expansivo de Ebrard, aunque la embajadora tuiteó ayer mismo: “En consulta con el Presidente @lopezobrador_ he tomado la decisión de jubilarme de manera anticipada. Nadie más intervino ni tuvo opinión ni influencia sobre esta decisión personal. El proceso se concluirá en los próximos meses. En tanto, seguiré al frente de la Embajada”. En otro mensaje, añadió: “Nadie me ha regalado puesto alguno en mi carrera diplomática, ni por amiguismo, ni por nepotismo, ni por pertenecer a grupos de poder”.
Es de esperarse que se esclarezca la razón de esa jubilación “anticipada” y también llama la atención que la diplomática haya tenido que salir a las redes sociodigitales a puntualizar que “nadie” influyó para su decisión. También se sabrá más adelante si la jubilación por anticipado tiene relación con las recomendaciones específicas respecto a los tiempos en que debería darse el reconocimiento de AMLO a Biden.
Otro punto peculiar fue la visita de días que hizo a la capital estadunidense el director para América del Norte, el joven Roberto Velasco (hechura en la SRE de Ebrard, y uno de sus operadores). La visita terminó el pasado 4 y se realizaron reuniones en la embajada, con la titular de esta oficina y otros personajes de la diplomacia en Washington.
A estas alturas, Ebrard tiene un control político extraordinario. Interviene en múltiples asuntos ajenos formalmente a su responsabilidad como secretario de Relaciones Exteriores y controla el aparato de Morena mediante Mario Delgado Carrillo, quien va aprovechando las posibilidades de presidir el partido en el poder para ir sembrando candidaturas y expectativas que tienen la marca del precandidato presidencial más consolidado hasta ahora. ¡Hasta mañana!
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