Madrid. En plena efervescencia del mundo hiperconectado, la compañía de danza contemporánea Kor’sia decidió hacer una pregunta fundamental: ¿Es posible perseguir el ideal de amor en este trajín sin tregua de clics y likes? Para responder reinterpretó el mito romántico por excelencia del ballet clásico Giselle, en el que evocan la creación de un ser humano nuevo mientras va sorteando las nubes y las tinieblas que acechan.
En los Teatros del Canal, uno de los centros culturales más importantes y prestigiosos de Madrid, se llevó a cabo una de las propuestas de danza contemporánea más celebradas de los tiempos recientes, también protagonizada por una joven y al mismo tiempo talentosa compañía Kor’sia, que desde su nacimiento ha intentado responder a las grandes cuestiones filosóficas de la humanidad a través de un lenguaje corporal repleto de innovación y belleza plástica.
Sus directores y principales fuentes creativas, los italianos Mattia Russo y Antonio de Rosa, buscan no sólo responder a esos cuestionamientos vitales, sino también construir un lenguaje corporal armónico y cadente, para que ciegos de amor, como Edipo, expresen mediante la danza toda la paz y la dulzura, pero también la brutalidad de la traición, el olvido y la muerte que hay en Giselle.
La propuesta escénica cosechó un éxito arrollador y confirmó la frescura conceptual y estética de la compañía de danza contemporánea, que en su historial ya tienen las versiones de Jeux y La siesta de un fauno, dos de los ballets de Nijinski, además de una interpretación de las cantatas de Juan Sebastián Bach y una reflexión abierta sobre la vigencia y el respeto a los derechos humanos.
En todas sus propuestas hay una meditación profunda sobre el mundo actual y las angustias más presentes en el hombre de nuestra era: sus miedos, su muerte, sus estados de ánimo, sus contradicciones, sus sueños, los rotos y los que están por quebrarse.
En Giselle se mantiene de la obra original, inaugurada en 1841, únicamente la música de Adolphe Adam, que se va mezclando con sonidos muy de nuestra época, manipulados con tecnología de punta y, sobre todo, una voz que recuerda a los asistentes virtuales de los teléfonos celulares que va recitando ráfagas de sabiduría, siempre en pos de la creación de un hombre nuevo que, irremediablemente, tendrá que volver al origen del tacto corporal, de la mirada extasiada de los enamorados, de la furia descontrolada del amante abandonado.
Los bailarines –hasta 10 en escena– van vestidos como colegiales con uniformes de escuela, que están entre la adolescencia más imberbe y la juventud inundada de dudas.
Los fundadores de Kor’sia explicaron que “el arte puede despertarnos, pero tiene que haber una disposición del espectador. Por eso hacemos preguntas universales, como quiénes queremos ser o hacia dónde queremos ir”.
En Giselle se hurga en una cuestión esencial, la búsqueda del amor, de la felicidad, porque, aseguran, “sólo cuando nos hayamos despojado de la realidad y estemos dispuestos a regresar a lo primigenio, podremos volver a nacer”.