El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación busca los argumentos falsos, pero los que más se parezcan a la verdad, para otorgar el registro a una organización política cuyo líder se encuentra en la cárcel, por pillo.
Para el Instituto Electoral de la Ciudad de México, y también para el tribunal local, la organización Enrédate por México no podía convertirse en un partido político, entre otras consideraciones, porque recibió aportaciones de personas no identificadas, con lo que contraviene los criterios que marca la ley.
Pero los miembros de ese tribunal, que ojalá en algún momento, alguna vez, rindan cuentas por sus decisiones, han echado mano de las argucias para tratar de poner en la arena de lo político a ese grupo de personas que, no entendemos con qué fin que no sea el de cubrirse de impunidad, busquen convertirse en otro membrete con el que se pueda confundir más al electorado.
El asunto demanda algo más que la atención del lector o la ira de algún político, urge una investigación que no sólo señale las tropelías de un grupo que confundieron el servicio público con el negocio y el mercadeo, sino también todo lo que atañe a la actitud de los miembros del tribunal.
Es posible que desde la Cámara de Diputados se pueda enderezar la investigación que, si bien no pueda hacer nada por un fallo amañado, sí pueda exhibir algún mal manejo, en caso de que lo hubiera, y mostrara a la población en manos de quiénes está la justicia, no sólo electoral, también lo que corresponde a los organismos políticos del país.
No es posible que, muy a pesar de lo que la gente expresa de la política en general, estos jueces sigan haciendo lo que se les pega la gana, cubiertos siempre por las fisuras que deja la ley y las mañas que desarrollan quienes la conocen a fondo.
De Pasadita
Ya es hora de entender, sin flagelarnos, que la situación de la pandemia ha obligado a ir tomando decisiones a contrapelo, decisiones de emergencia que en algún momento podrían parecer contradictorias, pero que dan razón a la ruta que hoy seguimos.
La Ciudad de México ha perdido en la emergencia sanitaria 350 mil empleos, trabajos que se diseñaron conforme a las necesidades de los gobiernos que pretendieron crear un lugar de servicios en donde la labor en las fábricas, por decir algo, se olvidó, y ahí, en los servicios, es donde más fuerte pegó la pandemia.
De los empleos eliminados, únicamente se han recuperado 40 mil, y el muy alto número de vendedores en la calle, que viven el día con día, es decir, que no pueden dejar de salir a trabajar, han echado por tierra las proyecciones y los símbolos que se habían establecido frente a un fenómeno totalmente desconocido.
Hoy, más de cerca, sabemos que la economía es el interruptor de las luces del semáforo epidemiológico, y que el rojo, el naranja, el amarillo y todos los demás colores que algo significaron en algún momento, ya no sirven. Medir la situación de la pandemia sin tener en cuenta lo económico sería un error de consecuencias catastróficas. Quienes hoy atacan a Claudia Sheinbaum y le exigen que pinte de rojo la luz sanitaria de la capital, ya midieron la catástrofe y buscan que la jefa de Gobierno caiga en esa trampa para destrozarla.
Sheinbaum ha aguantado hasta ahora, con el precio que eso significa para alguien que se halla en la contienda política, las críticas y las provocaciones porque sabe que no puede llevar al despeñadero económico a la capital, y porque no permitirá, suceda lo que suceda, que la pobreza arrolle a la gente de la ciudad que gobierna.
Ése es su compromiso, y nada la hará cambiar. El semáforo ya no sirve, la decisiones cotidianas son lo que marcará la batalla contra el virus.