La llegada de Rosa Icela Rodríguez como titular a la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana significa un momento decisivo. El riesgo es si va a ser una simple continuación o se percibe como oportunidad de ver más lejos, de alcanzar finalmente un objetivo urgente. Crear una institución demanda seguir cánones clásicos, ineludibles. La primera confusión sería creer que una modificación o creación de ciertas leyes, acordar un organigrama y disponer de recursos sería suficiente. Cualquier experiencia en cualquier medio diría que eso no es así.
Crear una institución es mucho más que eso. Es disponer una definición precisa sobre lo deseado, confiarlo a personas de diversas experiencias, otorgarle grandes dosis de confianza, comprometer suficientes recursos, concebirla en el contexto de relaciones interinstitucionales en que actuará, exigiendo de ellas cooperación y corresponsabilidad e internamente concebirla aplicando la mejor tecnología de sistemas.
La secretaria llega alentando grandes esperanzas de logros prontos y significativos, pero hallará un camino trillado, condicionantes dadas por los dos años pasados y una exigencia social apremiante. Incógnita: ¿el Presidente exigirá más de lo mismo? o ¿qué, cómo y hasta dónde innovar?
Su labor demanda de ella una dualidad que no se advirtió en el pasado: sensibilidad para gestionar la política nacional de seguridad y ser constructora de una institución. Difíciles deberes que exigen un ser titánico.
Su reto no es dirigir simplemente la secretaría, sino registrar que es la responsable simultáneamente de aquietar las aguas de la violencia e innovar con objetivos transformadores que quedaron atrás.
Por el lado de reducir la criminalidad, mucho facilitaría su tarea si el Presidente, sin abandonar sus programas sociales, como medio para abatir la delincuencia, aceptara la necesidad de reorganizar el llamado Sistema de Seguridad que claramente no es la reunión presidencial de las seis de la mañana.
Sobre la construcción de una institución es cuantioso lo que quedó por hacer. Señalemos un ejemplo: establecer un sistema educativo integral, para grados y especialidades, base de la profesionalización.
Los dos años anteriores fueron febriles por el difícil inicio de gobierno. Agregado a lo complejo de crear la dependencia federal vinieron una expansión de la violencia por nadie prevista; miríadas de migrantes centroamericanos y el conflicto consecuente con Donald Trump que amenazó con el tema de aranceles. Ambiente poco propicio para pensar en el mañana. De algún modo hay que empezar de nuevo.
El perfil de la nueva secretaria debe concebirse en función de la necesidad de examinar todo y capitalizando lo aprovechable e incorporar los temas que constituyen una amplia visión. Su tarea reclama mucho más que un policía por respetable que fuera. El gestionar una política pública está por encima del perfil de un operador tradicional.
Planear y conducir operaciones cotidianas contra la violencia sí es tarea de un policía, funcionario hecho en el campo, sagaz, endurecido y experimentado con su actuación en cuerpos policiales. El político/administrador y el perspicaz operador son dos personalidades distintas de las que se espera eficacia en cada uno de sus específicos campos de acción.
La tarea de la secretaria requiere conocimiento de la administración pública y experiencia en los campos destinados a proteger el interés social, el fin último del aparato de seguridad, Rosa Icela los debe conjuntar.
Han pasado décadas, más de tres, desde que en 1984 se reconoció oficialmente la necesidad de enfrentar la emergente criminalidad y se respondió con una visión programática, definitiva. A partir de 1994 se nulificó lo logrado programáticamente y a eso siguió la improvisación. El impulso inicial y su posterior abandono son una lección. Ésta es que desde los tiempos posteriores a la Revolución no se ha asumido el problema de la inseguridad con seriedad, compromiso y constancia. Invertir esfuerzo y prestigio político y recursos financieros en formar y mantener cuerpos policiales no parecía indispensable.
Cada presidente tiene un registro histórico por acciones premeditadas o inesperadas. A AMLO y su secretaria les aguarda el de su visión y esfuerzo por superar el conflicto ya crónico de la violencia.
Nada fácil, aunque es posible construir una maciza plataforma y alcanzar los primeros–pero progresivos– logros, o bien conformarse con haber pasado por la responsabilidad sin lograr algo con futuro.
Tres juicios inevitables están en ciernes para el gobierno de López Obrador: pandemia, crisis económica e inseguridad, todos dejarán una huella en la historia. Las dos primeras un día pasarán, pero de no entenderse la dimensión de la violencia, será estigma de un drama que no se supo superar.