El propósito compartido de Acción Nacional, el Revolucionario Institucional y el rescoldo del Sol Azteca de ir juntos a la mitad de las elecciones del año entrante es claramente indicativo de que esos tres partidos siguen huérfanos de propuesta política, una carencia que vienen arrastrando de tiempo atrás y que fue uno de los factores de contexto para el triunfo de la insurrección cívica que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República.
Hoy, PRI, PAN y PRD no tienen más objetivos que el de buscar cómo recuperar las posiciones de poder y los recursos presupuestales que se repartieron en el contexto del Pacto por México y evitar que la Cuarta Transformación avance en la reorientación de las prioridades gubernamentales hacia la base de la pirámide social y en la investigación de los delitos de corrupción y de lesa humanidad perpetrados en el pasado reciente.
Sus caballos de batalla propagandísticos en contra del gobierno actual es un fiel reflejo de sus miserias. Por ejemplo, criticar a López Obrador por su política ambiental obliga a recordar que los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón entregaron más de 60 millones de hectáreas del territorio nacional a empresas mineras depredadoras y que en los sexenios de Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto se otorgaron más de 44 millones de hectáreas en concesiones para esas actividades. Y para qué mencionar la inmensa destrucción de bosques, selvas y manglares, la contaminación de ríos y la tolerancia a la contaminación atmosférica durante esas cuatro administraciones del periodo neoliberal.
Otro tanto ocurre con el súbito “feminismo” de priístas y panistas. Porque en 2006, cuando el estado de México era gobernado por el priísta Enrique Peña Nieto y la Presidencia era ejercida por el panista Vicente Fox, policías estatales y federales cometieron agresiones sexuales sistemáticas en contra de decenas de mujeres detenidas en Atenco. Ambos, el mexiquense y el guanajuatense, hicieron todo lo que estaba en sus manos para garantizar la impunidad de los violadores. Un año más tarde, el panista Felipe Calderón encubrió a los soldados que violaron y asesinaron a la anciana indígena Ernestina Ascencio Rosario en la sierra de Zongolica (el caso fue reabierto ayer por acuerdo de los gobiernos federal y veracruzano) y luego se empecinó en impedir, incluso por medio de una controversia constitucional, que el entonces Distrito Federal despenalizara el aborto.
Los derrotados de 2018, que lograban avasallar las resistencias a sus designios a punta de dinero y prebendas y que resolvían sus diferencias ideológicas sobornándose unos a otros (como en la cocción del pacto por México) critican al actual Ejecutivo federal porque “no tiene contrapesos”, porque logra acuerdos en el Legislativo o porque ha buscado restaurar la potestad presidencial de diseñar y aplicar políticas de Estado refrenando la arbitrariedad, la opacidad y el descontrol en el que opera el enjambre de entidades autónomas, organismos descentralizados y demás feudos en los que el neoliberalismo depositó sus esperanzas de perpetuarse y en los que hoy se encuentra atrincherado.
Sin duda, la más cínica de las líneas de ataque del prianredismo contra la Cuarta Transformación es el combate a la corrupción. ¿Qué pueden decir en esta materia los responsables de la evasión fiscal tolerada del Pemexgate, del Fobaproa, de los negocios turbios de los Sahagún Bribiesca, de los contratos petroleros a la familia Mouriño, del gasto de 620 millones de dólares en la barda de una refinería jamás construida en Tula, de la compra de votos con tarjetas Monex y Soriana, de los sobornos de Odebrecht, de los fraudes en Oceanografía, Agronitrogenados y Fertinal, de la estafa maestra, de la inmunda administración de Miguel Ángel Mancera en la capital de la República?
Bien, pues como algo tienen que decir, mandan a sus peones y alfiles mediáticos a afirmar, en esencia, que “AMLO es igual de corrupto que nosotros”, y para difundir tan suicida difamación –que no tiene más fundamento que las distorsiones y las abiertas fake news que ellos mismos fabrican– se valen de una poderosa red de medios informativos, locutores y comentaristas, siglas y logotipos de organismos civiles, centros de periodismo mercenario y granjas de cuentas automatizadas que saturan las redes sociales con intensas oleadas de fobia sin contenidos.
Fuera de esa crítica tan especular como furibunda, la non sancta alianza partidista de azules, amarillos y tricolores no tiene nada que proponerle al país como no sea el retorno a la corrupción, la violencia de Estado, la insensibilidad social y la procaz frivolidad de los gobernantes. Si acudieran al próximo proceso electoral armados sólo con eso, se quedarían sin registro. Lo preocupante es que, aunque no tengan programa, aún tienen muchos medios para obtener votos.
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