Viernes 11 de diciembre de 2020. El boxeo elevó la violencia a una forma de arte. Esta premisa llevó al periodista estadunidense Pete Hamill, antes un entusiasta de este deporte, a rechazar un oficio cuya amenaza permanente es el daño cerebral. En un célebre ensayo, el también escritor argumenta contra la brutalidad de ciertas formas de “ritualización de la violencia”, como el futbol americano, el hockey y en particular el pugilismo.
“No se trata de satanizar un deporte”, aclara Jorge Alberto Guzmán Cortés, doctor en neurociencias de la conducta e investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, cuyo estudio sobre los efectos neurológicos en el boxeo amateur pronto serán publicados.
“La evidencia demuestra una relación entre la práctica del boxeo profesional y alteraciones neurológicas”, explica el investigador; “tanto daño en la estructura y tejido cerebral, como en procesos cognitivos como la memoria y el lenguaje, entre otras”.
Esta evidencia es más abundante en el boxeo profesional. Incluso en el pasado se hablaba de “demencia pugilística”, un término hoy en desuso; ahora sustituido por encefalopatía traumática crónica, un padecimiento consecuencia de la acumulación de golpes, que se presenta no sólo en boxeadores, sino también en jugadores de futbol americano y hockey.
“La creencia antigua de que los golpes violentos del nocaut eran los que provocaban más daño cerebral ya no es firme”, agrega el doctor Guzmán; “sabemos que es la acumulación de golpes, constante y por tiempo prolongado, lo que ocasiona este daño”.
En el estudio realizado por el doctor Guzmán en boxeadores amateurs reconocieron algunos patrones de alteraciones relacionadas con las funciones neuronales. No como una patología, aclara, sino indicios que pueden manifestarse con mayor severidad en el futuro.
“Encontramos dos funciones con diferencias mínimas, pero que ya registraban cambios”, expone el investigador; “una era el control inhibitorio, la capacidad de frenar respuestas impulsivas, y la otra en la toma de decisiones de riesgo, esas donde la gente evalúa y actúa con precaución, pero cuando está alterada esta función no se mide y se ejecutan acciones sin ese cálculo”.
Uno de los casos más dramáticos relacionados con la encefalopatía traumática crónica fue la del jugador de NFL Aaron Hernandez, quien se suicidó en la cárcel, donde cumplía cadena perpetua por el asesinato de un amigo. Poco después surgió la hipótesis de que su comportamiento criminal pudo estar relacionado con ese padecimiento que le provocaron años de golpes que afectaron tanto su cerebro como sus funciones cognitivas.
“El boxeo no es una sentencia de muerte”, advierte el investigador; “pero esta evidencia puede servir para disminuir los daños neurológicos y aumentar las medidas preventivas de los deportistas”.
El especialista describe una serie de prácticas que pueden limitarse para evitar este daño. Desde luego, no permitir combates en menores de edad donde se golpee la cabeza. El uso de la careta, un dispositivo cuya seguridad se discute, pero que puede contribuir a la protección y sobre todo capacitar a los entrenadores sobre las lesiones.
“Tienen que aprender a reconocer algunas señales de riesgo”, indica Guzmán Cortés; “hay conmociones en las que el deportista puede estar aparentemente bien, pero que debe atenderse.
“También poner atención en el trabajo del sparring, porque aunque se trata de un entrenamiento, reciben golpes y, como se sabe hoy, es la acumulación de impactos en la cabeza a largo plazo lo que repercute en el daño neurológico.”