La inversión extranjera directa (IED) es una de las palancas de la economía mundial. Se ha contraído con dureza a causa de la pandemia, pero es importante recalcar que su declive no empezó en 2020, sino que se encuentra en una etapa de debilidad desde 2015. La Unctad en su informe de 2019 había diagnosticado un ciclo negativo de largo plazo, y en el de 2020 indicó una caída global de la IED de 40 por ciento, mientras que para el escenario de 2021 se vislumbra otra caída de alrededor de 10 por ciento. En particular, para los países de América Latina, la caída que observó la Unctad fue de 50 por ciento, un dato alarmante que recién recogió la Cepal por boca de su secretaria ejecutiva, Alicia Bárcena. Este contexto es relevante para México, cuya geografía económica ha sido configurada por la IED a lo largo de este siglo, pues ha sido la globalización sin el brazo del Estado o la inversión nacional quien ha promovido la base productiva y de empleo en muchos estados del país, fundamentalmente en las regiones del centro y del norte.
Los rasgos de esta globalización en México explican la manera en que la 4T va a vivir padeciendo la contracción de la inversión extranjera productiva, como le va a ocurrir al resto de las economías en desarrollo. El patrón de globalización, visto a través de los ritmos y composición de la IED, tiene tendencias y son relevantes para nuestro país. Una de ellas es que la inversión en servicios es más importante que la dirigida a manufacturas, pero en el caso de los países en desarrollo como el nuestro, sigue siendo más importante la de manufacturas. Otra es que en materia de éstas, el flujo más importante, con la quinta parte del total, es en la industria de productos químicos y el segundo, muy atrás, el de alimentos y bebidas. Pero en México, la parte del león en manufacturas es la industria automotriz, con 27 por ciento del total, mientras que a escala mundial esta industria sólo representa 9 por ciento. Y una tercera tendencia relevante es la proporción que cada nación absorbe de la inversión extranjera: México fue un destino más importante a inicios del siglo actual –cuando se dirigió con fuerza tanto hacia servicios como a manufacturas y tuvo participaciones de entre 4.1 y 3.3 por ciento del flujo mundial– que en los lustros recientes. Después, se ha mantenido entre 2.3 y 1.6 por ciento, salvo un año atípico (2013). De hecho, recién las manufacturas se han debilitado, pero la inversión automotriz ha sido creciente y sin ella la nación habría caído un poco más en el reparto global de inversiones.
En suma, la industria automotriz es el eje de la globalización entre nosotros. En consecuencia, los éxitos descansan en aquélla, pero las debilidades también.
El ciclo de la globalización, como señala la Unctad, se halla en una fase baja, y México en particular, durante los años posteriores al inicio de siglo no aprovechó la fase dinámica de la globalización para diversificar su estructura de producción. El embelesamiento que provocaba en el ecosistema mediático cada anuncio de inversión, básicamente en el sector automotriz, y la aparente garantía que proporcionaba contar con una burocracia dorada llamada pomposamente “Pro México”, ocultaban el hecho de que los capitales productivos arribaban de modo selectivo, guiados por su propia lógica de competencia e incentivados por la ventaja en costos laborales que les brindaba el mercado de trabajo mexicano. La industria automotriz construyó en México un complejo productivo multirregional que colocó al país como uno de los máximos productores y exportadores de vehículos.
Las regiones compiten por recibir inversión foránea, eso forma parte de la geografía económica. Pero ¿qué sucedió durante este siglo? Las firmas automotrices completaron su ciclo de integración global y local y no hay prácticamente ninguna empresa de autopartes trasnacional que carezca de instalaciones productivas en México. La corriente de inversiones en la industria se orientó a varios estados en un corto lapso y muchos de estos se vincularon a la globalización del siglo XXI bajo una lógica de enclave. En Chihuahua, Aguascalientes y Puebla, más de 50 por ciento de la IED acumulada es del sector automotriz. No lejos están Sonora, Coahuila, San Luis Potosí y Guanajuato, donde al menos 40 por ciento de su IED es automotriz.
Esta industria vivirá reconversiones tecnológicas y difícilmente ampliaciones productivas. Ford, por ejemplo, produce ya el auto eléctrico en la histórica planta de Cuautitlán, la que vivió con violencia en la década de los 80 el inicio de la flexibilización laboral. El periodo fácil de globalización para varios estados en México llegó a su fin, en realidad, desde 2015 y hoy viven declives notables en su capacidad de atraer inversión. Jalisco, Chihuahua y Sonora bajan significativamente su participación en el acervo de la IED.
Bárcena hizo una matización importante en su evaluación sobre la crisis de la globalización. Señaló que en el contexto latinoamericano, México podía verse compensado por un “gran clima de inversión”. Obviamente el TMEC es parte de ese clima, pero no escapará de las condiciones de la globalización; quedan entonces los famosos factores “endógenos” que no son otros que las iniciativas de desarrollo regional en la parte sureste que ha emprendido el gobierno de la 4T y que constituirán los motores alternativos de nueva IED. No habrá ya la expansión que se conoció, pero quizá sí, una diversificación de inversión. Se inicia un nuevo ciclo en la geografía económica de México, pero nadie puede asegurar que se tratará de algo similar a la ampliación territorial del complejo automotor.
* Investigador de la UAM