El virus invisible que nos azota ha logrado poner en el banquillo y con el reflector encima el tonto y muy interesado “concepto” de la mano mágica del mercado como “la única vía racional” de asignar los recursos. Es la única vía cabalmente irracional de hacerlo. Ahora todos claman por la intervención del Estado para salir de la durísima crisis económica que vive el mundo, una que venía gestándose con enorme fuerza cuando recibió el mazazo de la pandemia precipitándola abismalmente.
La ruda lección impuesta por el virus está obligando a Europa a un cambio de paradigma y a dejar atrás las “verdades” pretendidamente eternas de la economía política del neoliberalismo. Ursula von der Leyen, su presidenta, pugna por un ministerio europeo de salud para normalizar los protocolos de intervención y una sola instancia europea de distribución de vacunas; más importante aún, propone prepararse en común para las previsibles futuras pandemias, nada de lo cual puede resolver el mercado.La salud y el bienestar sicofísico de las personas es un bien común y prioritario, es el punto de partida.
El pasado 21 de julio los 27 países de la Unión Europea llegaron a un acuerdo para la creación de un fondo financiado con deuda común por 750 mil millones de euros, de los cuales 390 mil millones se destinarán a subvenciones y 360 mil millones a préstamos.
Al mismo tiempo progresa un debate vigoroso acerca de las bases y modalidades del Estado de bienestar de la posguerra –desechado eficazmente por el neoliberalismo–, a efecto de avanzar en la idea de un Estado de bienestar actual, que disponga socialmente de la acelerada nueva revolución tecnológica. Ha de tenerse presente su impacto en el trabajo, a efecto de promoverlo en lugar de desplazarlo, así como su relación con un bienestar inclusivo, en primer lugar la salud y la educación para todos. Se trata, claramente, de un enorme diseño institucional, de regulaciones precisas y flexibles, y de frenar la rapiña en despoblado cometida por empresarios y millonarios de toda laya, servidos por el neoliberalismo, causando la peor desigualdad social de todos los tiempos, mediante criminales mecanismos de mercado. Es preciso recuperar al menos la participación de los salarios en el ingreso nacional y complementarlos con un ingreso básico universal. Será indispensable un nuevo sindicalismo con instrumentos que le permitan mantener su poder de negociación.
En Estados Unidos (EU) el tiempo político está detenido. Pero los movimientos sociales a la izquierda del espectro social y político crecen. Llegará su turno de incorporarse al debate nuevamente indispensable sobre el welfare State. En EU durante las últimas cuatro décadas el salario fue estancado, excepto para los mejor pagados. Los trabajadores cubiertos por un convenio colectivo cayeron de 27 a 11.6 por ciento entre 1979 y 2019: la cobertura sindical es ahora menor a la mitad de lo que era, lo que explica gran parte del crecimiento de su desigualdad. A todas luces, las batallas de los asalariados, contra el capital, crecerán en todas partes. Un inimaginable monto de recursos ha sido trasladado de los asalariados a los capitalistas.
En México, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), la tasa de sindicalización decreció sin pausa: pasó de 14.53 a 12.04 por ciento entre 2010 y 2018. Ochenta y ocho por ciento no cuenta ni siquiera con un sindicato “blanco” o charro. Francisco Hernández Juárez dirige su sindicato desde 1976. Las huelgas de trabajadores desaparecieron del escenario hace un tiempo inmemorial.
Los empresarios en México, con un comportamiento hiena, han aplastado los salarios históricamente, contando con el poder a su servicio de los gobiernos de PRI, PAN y PRD, creando para ellos el erial infinito del sindicalismo existente, la infamia sin nombre del outsourcing, el océano de la economía informal y toda especie de transas para hacer trabajar a los asalariados hasta la fatiga extrema y pagarles lo ínfimo. La explotación medieval a todo tren. Debiera ser evidente: por todos esos medios se comprime el salario y, en consecuencia, la participación de los asalariados en el ingreso anual. Así prospera la desigualdad social.
En ese escenario, la iniciativa de ley en el Senado para que el salario mínimo no aumente por debajo de la inflación es una pizca, es nada. De menos tendría que referirse a la inflación esperada. De no ser así, cada aumento empezará a encogerse al día siguiente de ser otorgado. En materia salarial, todo en México es privación y carencia.
En esa condición, en México los empresarios, con ruido de sables, han dedicado tiempo y discursos, con el Consejo Coordinador Empresarial a la cabeza, a repetir sin tregua que el gobierno de AMLO les cambia las reglas y que así la inversión no va: asustan con el petate del muerto. Sin inversión no hay empleo, dicen; pero sin empleo, no hay ingreso y ganancias con superexplotación para los empresarios.
Así las cosas, los temas del Estado de bienestar en México yacen en la parcela de los sueños.