Moscú. Continúa la campaña de vacunación masiva en Rusia, que comenzó el lunes 7 de diciembre –Moscú reportó los primeros casos incluso desde el sábado anterior– en todo el territorio del país, a razón de unas 20 mil dosis para cada una de las 85 entidades que forman la Federación Rusa.
Salvo los negacionistas que creen que el coronavirus es un invento de las farmacéuticas, la mayoría de los rusos comparte, como es comprensible, el anhelo de que, por fin y cuanto antes, se tenga una vacuna que acabe con la pandemia, pero, también se entiende, son pocos los que están dispuestos a inocularse un biológico antes de que esté demostrado que es completamente seguro y eficaz.
Conviene aclarar, de entrada, que lo que en el mundo se conoce como la “vacuna rusa”, la Sputnik-V (con V de Victoria), elaborada por el Instituto Gamaleya y financiada por el Fondo de Inversiones Directas, es sólo uno de los catorce proyectos de vacuna que en este momento se están desarrollando en Rusia.
Oficialmente, sólo dos han alcanzado la tercera fase de pruebas clínicas, la ya mencionada Sputnik-V y el biológico del centro Vektor, elaborado en la ciudad siberiana de Novosibirsk con financiamiento del magnate Vladimir Potanin.
Para que Rusia siga a la cabeza de la carrera por ocupar mejores posiciones en el mercado mundial de las vacunas –un negocio que el primer año puede alcanzar más de 40 mil millones de dólares, según algunas estimaciones–, el titular del Kremlin, Vladimir Putin, ordenó la semana pasada comenzar sin demora la vacunación con Sputnik-V de los llamados grupos de riesgo: médicos y maestros, en primer lugar, y más adelante trabajadores del transporte público, policías y otras personas que por su trabajo se exponen más al contagio.
Los medios de comunicación públicos destacan que la vacuna será gratis para los ciudadanos rusos y subrayan que el biológico tendrá un precio máximo que, al tipo de cambio de hoy, equivale a 521 pesos. Los críticos de la política del Kremlin reviran que los propios ciudadanos, con sus impuestos, pagarán las vacunas que el gobierno va a comprar al Fondo de Inversiones Directas.
El alcance de la primera etapa de vacunación, toda vez que las autoridades reconocen que hay problemas de infraestructura para elaborar uno de los componentes clave de esa vacuna, no podrá superar la capacidad para producir en Rusia la Sputnik-V, que ahora es de dos millones de dosis al año. Por eso, el Fondo busca urgentemente socios extranjeros que puedan fabricarlos bajo licencia.
Los optimistas aseguran que el Fondo ya tiene firmados protocolos de intención con empresas privadas de cuarenta países, México incluido, y los pesimistas recuerdan no olvidar la sabiduría popular rusa que reza: “están vendiendo la piel del oso antes de cazarlo”.
Por lo pronto, como requisito para vacunarse se pide que los voluntarios –cada uno tiene que dar su aceptación y muchos creen que es prematuro hacerlo– no sean mayores de 60 años y que no padezcan enfermedades cardiovasculares, diabetes, alergias, insuficiencia renal, entre otras dolencias de una larga relación de impedimentos.
Dicho de otra forma, en sentido estricto primero se busca vacunar a personas sanas y fuertes, que en teoría podrían superar mejor algún efecto imprevisto. A la vez, no se explica por qué el grupo de los jubilados, el más disciplinado y ansioso de hacer cualquier cosa para no contraer el coronavirus, quedó excluido de la primera etapa de vacunación, mientras la primera británica que recibió este martes la vacuna de Pfizer/BioNTech, de forma oficial y no en fase de pruebas, cumplirá la semana entrante 91 años.
Dicen los expertos que Moscú, a diferencia de Londres, no quiso correr el riesgo de aplicar a gente mayor una vacuna que todavía está en fase de experimentación y que, en realidad, igual que pasa con los biológicos desarrollados en otros países, no se sabe qué efectos puede causar en las personas más vulnerables.
Tampoco se conoce cuánto tiempo durará la inmunidad de la Sputnik-V. Desde el gobierno ruso mencionaron “seis meses, por lo menos” y el instituto Gamaleya, los creadores del biológico, aventura que serán “dos años”, aunque sin precisar cómo lo averiguaron.
Llaman la atención los casos de quienes pudieron vacunarse sin pertenecer a los grupos de riesgo. De acuerdo con uno de estos testimonios, el del fotógrafo y bloguero Serguei Dolia, quien cuenta que en la clínica de su colonia sólo dijo que era maestro de geografía, lo más desagradable fue que tuvo que esperar una hora hasta que se juntaron cinco personas, dado que le explicaron que el recipiente congelado contenía la vacuna para ese número de voluntarios y no debían desperdiciarlo. Dentro de 21 días, si Dolia no sufre alguna complicación, volverá para recibir la segunda y última inyección.
Se tergiversaron las palabras de la viceprimer ministra Tatiana Golikova de que, una vez vacunada la persona, se recomienda moderar o reducir durante 42 días la ingesta de bebidas alcohólicas que, en exceso, podrían nulificar los efectos del biológico. Se convirtió en un chiste que circula por las redes sociales rusas: “la Sputnik-V es una proyecto fallido porque el gobierno prohíbe beber alcohol casi mes y medio, algo imposible en Rusia”, sostienen los bromistas.
Los rusos que se toman la pandemia con seriedad confían en que la Sputnik-V o cualquier otra vacuna, al margen de los intereses que defienden sus promotores, pueda contribuir a poner fin a los estragos que sigue causando el Covid-19.