El repunte de Covid-19, después de ocho largos meses, ha llevado a la gente al borde de la desesperación. La actitud es de cansancio y resignación. Esto explica el interés por las vacunas que aparecen y se ven como la solución al problema. Y lo son, pero con limitaciones y algunos riesgos. El proceso de vacunación será largo y difícil hasta que lleguemos a tener la cobertura buscada que todavía está por determinarse. A ello se añade la incertidumbre sobre la duración de la inmunidad que generen.
Es visto como un logro científico extraordinario que a menos de un año de la aparición del virus ya se tengan vacunas listas para aplicar a grandes grupos de la población. Sin embargo, hay que insistir en que si bien es un avance, sigue habiendo desconocimiento sobre los rasgos distintivos del virus y sus posibles modificaciones. ¿Con qué frecuencia muta, qué induce las mutaciones, qué nuevas características adquiere el virus, cómo se comporta frente a las vacunas?, etcétera.
En este contexto es importante discernir que hay distintos tipos de vacunas y cada una tiene características específicas y problemas distintos. Las hay del tipo tradicional, que se producen con el virus inactivado o atenuado que no provocan la enfermedad, pero inducen una respuesta inmunitaria. Otras son las que se basan en fragmentos inocuos de proteínas o estructuras proteínicas que imitan el virus, a fin de generar una respuesta inmunitaria. Las más innovadoras son de dos tipos: las de un virus genéticamente modificado que no causan la enfermedad, pero que pueden producir proteínas de coronavirus que generan una respuesta inmunitaria segura, y las vacunas con ARN o ADN. Estas últimas tienen un enfoque pionero y utilizan ARN o ADN genéticamente modificados para generar una proteína que por sí sola desencadena una respuesta inmunitaria. Es de subrayar que las de mensajero ARN nunca se han aplicado hasta ahora, y Moderna y Pfizer BioNTech se basan en este principio. Esto significa que las personas inoculadas con estos productos requieren de un seguimiento durante un periodo prolongado. Desconocemos el tiempo de duración de inmunidad para todas las distintas vacunas, lo que significa que no se sabe con que intervalo de tiempo se requiere revacunar.
Las dificultades no terminan al contar con la vacuna; la otra parte se refiere a la campaña respectiva, que es un reto organizativo formidable. Una primera tarea es fijar el orden de prioridad para aplicarla a unos 93 millones de mexicanos, dejando fuera a los más jóvenes y los niños. Además, hay que decidir cuál de las vacunas se pondrá a cada grupo bajo algún criterio ocupacional, etario o geográfico. Por otra parte, es necesario tener todos los insumos, que van desde el algodón hasta las jeringas, los componentes requeridos de las redes de frío y el transporte. El efecto de las vacunas contra el Covid-19 en la pandemia dependerá entonces de múltiples factores. Algunos son: su eficacia (porcentaje de la población protegida); la rapidez con que se autoricen, fabriquen y distribuyan, y el proceso de aplicación a las personas.
A nivel internacional se ha desatado la competencia entre los países por tener acceso a las vacunas donde los más ricos están acaparando el mercado mediante la firma y pago de contratos anticipados con las empresas, sin garantías de que efectivamente lleguen a producirlas. La ONU ha tratado de garantizar la equidad en el acceso a esos biológicos como un derecho humano a través del mecanismo Covax, pero que tiene una influencia fuerte del sector privado farmacéutico. México ha apoyado decididamente este mecanismo, pero es insuficiente para contrarrestar las fuerzas del mercado, donde quien más tiene gana la competencia.
Surgen dos preguntas importantes. La primera se refiere a un tema de seguridad nacional. Con el desmontaje de la capacidad estatal de producción de vacunas, antes importante en México y en muchos otros países, los gobiernos han quedado en manos del sector privado y sus cálculos sobre qué es negocio y qué no. Esto ha llevado a que exista un subsidio gubernamental obligado frente a las emergencias. Ante un futuro en el que seguirán las pandemias, parece que urge reconstruir la capacidad nacional para producir vacunas y medicamentos críticos.
La segunda pregunta concierne los precios y las ganancias de las farmacéuticas. Varias han prometido no lucrar con la emergencia, aunque sus acciones han ganado hasta 300 por ciento en la bolsa de valores. Esto, sin embargo, no quiere decir que en adelante no cobrarán un precio alto de sus patentadas vacunas.