La hipotética ganancia electoral sería para el Partido Acción Nacional (PAN), pero también la derrota moral en curso.
Nacido para enfrentar al partido que nucleaba a grupos, figuras y políticas cuyo referente era el movimiento insurreccional de 1910 (primero Calles con el Partido Nacional Revolucionario, luego Cárdenas con el de la Revolución Mexicana y finalmente Alemán con el Revolucionario Institucional), el consejo nacional del PAN aprobó este fin de semana que el comité nacional, presidido por el michoacano Marko Cortés, explore y, en su caso, suscriba “convenios de coalición flexible o parcial con otros partidos políticos, a excepción de Morena, para la elección de diputados federales por el principio de mayoría relativa en el proceso electoral 2020-2021”.
De cumplirse estos propósitos unitarios, por primera vez se hará explícita la fórmula tan mencionada pero nunca formalmente confirmada: el Prian. Es decir, la amalgama de intereses esenciales entre políticos y facciones de estos partidos que, a fin de cuentas, han sostenido similares formas de gobierno (contrarias a los intereses sociales mayoritarios; altamente beneficiosas para los de las élites amancebadas).
El prianismo se potenció a partir de los arreglos realizados por Diego Fernández de Cevallos y Luis H. Álvarez, a nombre del PAN, con Carlos Salinas de Gortari para legitimar de facto la elección presidencial de 1988, señalada como fraudulenta por el priísta escindido Cuauhtémoc Cárdenas, el panista rejego Manuel J. Clouthier y la luchadora social Rosario Ibarra de Piedra, candidatos de oposición los tres.
Al menos en el discurso y en las boletas electorales, aquel prianismo nunca se reconoció como tal. Se construyó desde el poder presidencial (el salinista), a diferencia de la desesperada maniobra decembrina de este año, que pretende regresar a ese poder en 2024, con estación intermedia en 2021.
A la confesión de angustiado pragmatismo extremo del PAN, al aceptar aliarse abiertamente con el priísmo que al menos en el terreno retórico era tan repelido, se añade otro ingrediente de farsa: lo que queda del llamado Partido de la Revolución Democrática, administrado nuevamente por el grupo de los Chuchos, se monta a la alianza electoral que pretenderá tumbarle a Morena cuantas diputaciones federales se pueda para que no tenga nuevamente mayoría, o no tan cómoda, en San Lázaro.
En esta primera tanda, referida a las curules federales, Acción Nacional se ha reservado ir en solitario en los distritos electorales correspondientes a estados donde cree tener gobiernos fuertes, al menos en términos de inversión comicial monetaria: Guanajuato, Querétaro, Tamaulipas y Yucatán, además de Jalisco, Morelos y Coahuila, donde no gobierna pero cree tener fuerza propia suficiente. Falta ver lo que se decida más adelante respecto a las 15 elecciones de gobernador, pero el PAN tiene en la mayoría de estos casos sus propias propuestas viables.
Por cierto, ¿Irían a las próximas elecciones Felipe Calderón, Margarita Zavala o la asociación llamada México Libre bajo el cobijo del PAN y del PRI? Lindas imágenes habrían de verse. Sin embargo, ayer el combo FelYMar dio a conocer “once condiciones” que pone al PAN para aceptar aliarse. Algunas de ellas parecieran haber sido redactadas con la intención de que no fueran aceptadas (e irse a Movimiento Ciudadano, con el beneplácito de Dante Delgado y Enrique Alfaro). Por ejemplo: “reconocer las condiciones que originaron la ruptura en 2018” y “representación adecuada y proporcional” de la directiva de México Libre en órganos directivos del PAN. Calderón no quiere asumir que la agrupación México Libre está sin registro como partido, en desventaja política y sin fuerza real para imponer reglas a Acción Nacional.
Y, mientras hoy en la mañanera se abunda sobre el caso de Felipa Guadalupe Obrador, la contratista favorecida con contratos de Petróleos Mexicanos a pesar de que el Presidente había ordenado que no se asignaran, según boletín del propio Pemex, ¡hasta mañana!
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