¡No es novedad que me refiera a Gilberto Bosques Saldívar! Desde 1988 pude hacerle patente mi admiración en la Secretaría de Relaciones Exteriores, cuando nadie le hacía caso. Su enemigo Gustavo Díaz Ordaz todavía pesaba entonces, pero mi jefe, el subsecretario Alfonso de Rosenzweig-Díaz, quien detestaba al ex presidente igual que yo, respaldó mi decisión de hacerle un homenaje a don Gilberto, lo mismo que el entonces canciller Bernardo Sepúlveda Amor.
Algunas cosas se hicieron después, aunque la bola de nieve ha crecido con lentitud. Ha habido actos en Tijuana, en varios lugares de Jalisco, en la propia Ciudad de México –donde desempeña el papel principal en el Museo de la Tolerancia– el Senado le puso su nombre a una sección, etcétera. Y, claro está, aunque no con la fuerza deseada, el estado de Puebla también ha levantado la mano: primero fue la universidad –Benemérita en más de un sentido– y poco a poco se han ido manifestando en diversos ámbitos.
Acaba la capital poblana de dar un par de sonoros campanazos: El año pasado se le puso su nombre a un inteligente parque-biblioteca… y ahora al famoso Bulevar Norte. ¡Vamos bien! No cabe la menor duda. Aunque es en cierta manera fetichista, ardo en deseos de poder estar en la H. Puebla de Zaragoza y pasearme un rato por esa avenida a sabiendas que lleva el nombre que lleva. Ojalá sirva el ejemplo para que otras poblaciones lo sigan, ojalá que los libros y los maestros de historia de Puebla le dediquen el espacio que se merece don Gilberto; ojalá que se piense también en la rotonda del Panteón de Dolores y, ¿por qué no?, en una estatua de buen tamaño en una avenida de la Ciudad de México que lleve su nombre.
Supongo que ello puede ser posible ahora que la política exterior de nuestro país empieza a recuperar el antiguo cauce y la dignidad que echaron por la borda durante la docena trágica (2000-12) y, peor aún, en el sexenio pasado, la obra y la gracia de los señores Luis Videgaray y Enrique Peña.
Vale recordar que Francia, Austria, Colombia y varios más se han encargado de establecer su recuerdo y que, también, muchos mexicanos estamos conformes, pero resulta lamentable que haya tantos compatriotas que no tienen la más pequeña idea de la inmensa obra cardenista que Gilberto Bosques llevó a cabo entre 1939 y 1942, antes de caer prisionero de los alemanes, y que habría de continuar en Portugal durante un lapso parecido entre 1945 y 1950.
No es el caso ahora de entrar en detalles, pero al menos subrayar que salvó de la muerte o, al menos de pasar un verdadero calvario en los campos de trabajo nazis, a más de 150 mil personas. En su mayoría fueron refugiados españoles, pero también hay que contar muchos más judíos que los salvados por Oskar Schindler, bastantes libaneses, algunos alemanes, varios italianos y hasta un puñado de mexicanos.
Recuérdese que el gran mérito de Cárdenas, más que abrir las puertas de México a los refugiados (aunque no faltaron fifís y beatos que se opusieron) lo más heroico fue arrebatárselos a los nazis en Francia, de sus propias narices, y traerlos para acá, en lo cual desempeñó nuestro Bosques un papel de primerísimo nivel.