“Después de la victoria aliada de 1918, al final de la guerra de mi padre –decía Robert Fisk (bit.ly/2J7DIx3), el recién fallecido gran corresponsal de guerra en Medio Oriente en This is not a movie (2019), un documental dedicado a él−, los victoriosos dividieron las tierras de sus antiguos enemigos. En apenas 17 meses crearon fronteras de Yugoslavia, Irlanda del Norte y de la mayoría de Medio Oriente. Y yo he pasado toda mi carrera –en Belfast, en Sarajevo, en Beirut o en Bagdad− viendo cómo la gente dentro de estas fronteras ardía” (bit.ly/3nTf1D3). Una de ellas, un lugar en los márgenes del desmembrado imperio otomano, ardía hace poco –con todo y gente dentro−, en el Cáucaso del Sur. La guerra en Nagorno Karabaj (bit.ly/2KPprp0), un enclave montañoso mayoritariamente armenio disputado entre Armenia y Azerbaiyán desde hace más de 100 años, cuando las pasiones nacionalistas explotaron en esta región multiétnica controlada por siglos por el imperio persa, otomano y ruso −e igualmente después de 1918 envuelto en una guerra (bit.ly/3qi8m7o)– trajo más de 5 mil muertos. Tras más de un mes de intensos combates de 27/9 a 10/11 (bit.ly/3mlT9j2) y la capitulación de fuerzas separatistas armenias de Artsaj –antigua forma de llamar a esta región (las fuerzas de Armenia propia se mantenían oficialmente al margen)−, una “republiqueta” y un país no reconocido dependiente de Ereván, Azerbaiyán se cobró una dulce revancha por la humillante derrota de hace 26 años, cuando en medio de la desintegración de la URSS −e igualmente tras una sangrienta guerra (bit.ly/3fXttXX)− Nagorno Karabaj se desprendió de Bakú. Ahora buena parte regresa a Azerbaiyán (bit.ly/3lxg9KY).
Esta frontera −para ser exactos− nunca ha quedado tal como lo han querido los aliados. Según el tratado de Sèvres (1920), Nagorno Karabaj iba a ser parte de Armenia independiente, un punto que tras presiones de Turquía derrotada se suprimió en Lausana (1922). Al final −tras la invasión otomana y la del cuerpo expedicionario británico−, el Cáucaso acabó de todos modos en manos bolcheviques con Stalin −el encargado de la “cuestión nacional”−, regalando Nagorno Karabaj a la república soviética de Azerbaiyán (bit.ly/35zBKNb). Pero la intuición histórica y la práctica (“piedra de toque”) fiskiana de ir localizando raíces de los males del presente en el (des)orden surgido después de la Primera Guerra Mundial (bit.ly/3nQyN1W) quedó revindicada. Además, el Cáucaso –al cual nunca fui como corresponsal (a Afganistán, sí), pero del cual, pensé, pudiera escribir algo en octubre− no sólo se parece un poco a sus Balcanes (ambas regiones a menudo igualmente simplificadas u “orientalizadas”), sino a su propio Medio Oriente −a punto ser hoy casi indistinguibles (sic)− por fuerzas y dinámicas presentes con:
1. Los mercenarios yihadistas sirios pagados por Turquía (bit.ly/3oejznN) que apoyaba ampliamente a los azeríes −un pueblo túrquico hermano− y transportados a Nagorno Karabaj para luchar en contra de los armenios (en la guerra anterior en su lugar estaban muyahidines afganos y voluntarios chechenos);
2. El creciente protagonismo de Turquía que –con su neootomanismo y panturquismo− abrió en Cáucaso el tercer, después de Siria y Libia, frente de rivalidad con Rusia (que por su parte tiene un tratado militar con Armenia) y con ambas naciones apoyando lados opuestos en estas guerras subsidiarias (bit.ly/34qcTfj, bit.ly/2J9jVg0).
3. El mismo mecanismo en cuestión que Fisk –a contrapelo de análisis mainstream− identificaba en Siria: no se trataba de “lucha por la democracia” ni “contraterrorismo”, sino de esfuerzos destabilizadores regionales cuyo blanco principal era Irán, con diversos actores involucrados: Washington, Tel Aviv, Riad, Ankara (la presión turca a Irán en Nagorno Karabaj tenía en la mira una amplia minoría azerí allí).
4. Israel suministrando armas y tecnologías militares a Azerbaiyán “testeadas” en los palestinos (bit.ly/34d9pwz) como drones o p.ej. bombas de racimo, como revelaba Gideon Levy (bit.ly/2Hvpd5e), uno de los héroes periodísticos del propio Fisk.
5. La suerte de kurdos –de los cuales Fisk escribió tanto y que igualmente han sido “vendidos” tras la Primera Guerra Mundial (bit.ly/2IXF2SX)− en la balanza en Nagorno Karabaj por el avance de Turquía (y con los azeríes cortándoles las orejas a los soldados armenios, algunos aún vivos, tal como lo hacen sus hermanos turcos con guerrilleros del Partido de los Trabajadores de Kurdistán).
Es más, sobre esta guerra recorría el fantasma de uno de los acontecimientos más relevantes para el propio Fisk –uno que literalmente le causaba lágrimas (bit.ly/39c5Yck)−, el genocidio armenio (1915), “el primer Holocausto” como él lo ponía con mayúscula, perpetrado por turcos otomanos durante la Primera Guerra (1.5 millones de víctimas), del que escribió ampliamente publicando relatos y documentos (bit.ly/3obI8BC). Un acontecimiento olvidado, negado por Turquía ( bit.ly/2ViRpvg) y no reconoci-do por muchos países −entre ellos tampoco por... Israel (sic)− uno que pesa sobre los armenios y aún más viendo a su vecino con el cual está en guerra apoyado por su verdugo histórico (bit.ly/3mlT9j2).
En fin. Imaginarme ahora a Fisk como, perdonen el cliché, al Cid Campeador, que ganó una batalla después de muerto, yendo al Cáucaso y escribiendo un texto sobre Nagorno Karabaj −aquél que estaba esperando− se me hace la mejor manera de conmemorarlo.